Resulta muy complicado encontrar definiciones exactas desde el punto de partida de la Revolución Industrial, de la radicación del capital, de la radicación del capital mismo como sinónimo del progreso hasta el totalitarismo y la fórmula del control de los medios de producción en manos del proletariado. Las fórmulas intermedias, sin duda, han sembrado su aportación a modelos de economía en la historia.
De una manera u otra el Contrato Social está presente desde hace más de dos siglos. La cobertura del trabajo, no como un renglón del costo, sino como responsabilidad social, ha sido motivo de traslado del valor a la ética de contratación y protección del asalariado. La lucha sindical ha rendido en leyes universales de trabajo hasta desarrollar un Derecho del Trabajo en las naciones progresistas.
La ruptura con el capital en el Marxismo alejó toda prerrogativa de especialización y competencia y creó el círculo de recuperación interna de materias primas, mano de obra desde luego, aportación de esencia del modelo de captura de medios de producción y, finalmente, costos de fabricación. Se integraba el ciclo del costo con la única mira de recuperar costos del ciclo productivo con mercados cautivos en el mismo territorio de operación. El sueño de la comuna, de la igualdad, se convertía en una doctrina con absoluta rectoría del Estado. Se llamó Comunismo.
Del absolutismo de siglos anteriores a la fórmula comunista, la diferencia principal era la recaudación. El absolutismo europeo y monárquico era recaudatorio en esencia, en tanto la fórmula Marxista surgió como totalitaria en la función productiva. Esto significa que el Contrato Social desapareció. El fracaso de esta fórmula ahora se entiende en forma sencilla: la cadena productiva sufrió el rezago natural de la independencia de naciones industrializadas en materias primas de exploración propia, extracción mineral y petrolera, por dar ejemplos concretos, hasta provocar la obsolescencia natural en equipos y planta de la Unión Soviética. Los recursos creados encontraban vida finita.
La nomenclatura en ocasiones desvía la intención de los modelos económicos. No todos los modelos merecen etiquetas y connotaciones rígidas; en realidad, el Contrato Social hace mayor presencia en los modelos catalogados como esencialmente capitalistas. La dosis de Socialismo es fórmula inequívoca de bienestar social. No es coincidencia que las economías crecientes desarrollen amplios programas de vivienda, de educación y salud pública. No obstante, el abuso del término ha derivado en concepciones equivocadas desde la óptica de la actuación de gobierno.
El Contrato Social no es más que la interpretación de distribución de recursos de la ortodoxia económica. Más allá de convertir una simple práctica de atención pública en un sistema doctrinario, es precisamente lo que ha provocado economías con diferentes grados de absorción totalitaria. Todas, sin excepción, han fracasado.
Una interpretación que intenta revivir tradiciones, llámese valores nacionales, como un efecto redentor y defensa de fronteras que se iluminan con las flamas del discurso incendiario, primera premisa, para sustentar fórmulas basadas en experiencias pasadas, capítulos heroicos, segunda premisa, en ese afán de captura de algo jamás logrado, tercera premisa, se ha dado en llamar populismo. Es un intento, porque proyecto no se ha conformado en ninguna parte del Orbe, para acumular poder en un líder capaz de reconocer toda una trayectoria de nación en frases simples para atender problemas complejos.
La llamada del pueblo por el pueblo para redimir territorio perdido en la inmensidad de la historia. El llamado desde una tribuna que habla el lenguaje del pueblo, el llamado al reclamo de lo sepulto en la ruta de nación que superó todas las prerrogativas de la competencia, de las ventajas comparativas, de la vía institucional, de la ruta del crecimiento económico. Todo esto último se viene abajo con ese llamado, con esa voz hueca, con esa oferta que jamás trascenderá el terreno de la dádiva, el único camino que conoce para seguir capturando voluntades.
Pero…en toda economía que no crece, la fórmula del reparto se desploma, se diluye la bandera de origen; la dádiva se torna en reclamo y la insatisfacción del mismo, en abandono o en rebelión. El populismo no tiene fundamentos por la simple razón de carecer de proyecto. El acomodo de los recursos, los creados, los heredados o los propuestos, siempre están sujetos a la improvisación. El descuido de la hacienda pública que sostiene proclamas clientelares sin programa y sin control es corrupción en su más pura esencia. La manipulación de voluntades reviste fórmulas imposibles de control.
Eso precisamente ha vivido esta tercera transición en nuestro país. Se menciona intencionalmente la figura interpretativa de un pretérito por considerarse un modelo agotado en su corta existencia y en su dimensión de respuesta a una ciudadanía no dispuesta a conceder más espacios de espera. El modelo fracasó. Los fracasos se han acumulado en nuestra petrolera a la que forzaron a realizar tareas improductivas e improcedentes en relación al mundo de la energía. El costo es irrecuperable en toda una generación.
En el tema de energía renovable en esta transición nos ha sumergido en un retroceso de décadas. La educación fue entregada a las huestes antagónicas a la misma. El trágico suceso de despojo de un activo nacional en Texcoco, ha sido motivo de descrédito internacional. Dos Bocas está destruyendo la selva mexicana en forma inmisericorde. La salud pública ya asoma intervención de tribunales del exterior para juzgar Lesa Humanidad. El país es una burbuja plétora de inconformidad.
Recientemente el presidente hizo alusión a sus dispersiones, las llamó. Brindó una cifra: 320 000 millones de pesos, así, sin más, como un logro de su gestión. Del foro del presidente emanan estas alocuciones sin sentido y en la calle se desborda el reclamo de mujeres ofendidas, de hombres del campo traicionados, de ciudadanos violados en sus derechos, de reclamos de unión con naciones perdedoras, de programas financiados por nosotros en naciones ajenas a nuestra pertenencia.
La cauda de los errores y la displicencia para atender el reclamo nacional llegó a un punto de saturación. El presidente y las consecuencias de sus actos debería evaluarlas él mismo y tomar la acción más representativa para la nación.
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