Provocar el despegue de una economía estancada con variables de aliento en la inflación, en el tipo de cambio, en diferencial de ahorro favorable, en una tasa en equilibrio para el incentivo del crédito y finalmente con reservas internacionales que pudieran acompañar el crecimiento de la economía, no merecería una interpretación pesimista. Merecería una orientación del gasto, de inversión pública y una lógica de concentración de activos. Por concentración de activos, un inventario de los bienes de la nación sería un buen comienzo. Pueden mencionarse los planes de un supuesto conjunto de proyectos que conforman el Plan Nacional de Desarrollo y además consolidación de infraestructura, pero el vacío que ha dejado la interpretación suelta de estos planes ha confundido metas de mensaje y de acción.
No se contempla un modelo de economía de la nación y eso no es un buen comienzo. Las acciones del 2019 no consolidaron planes de largo plazo, no al menos los que quisieran ver calificadoras, inversionistas institucionales y por encima de estos, nuestro propio sector privado. En el espacio anterior se resaltó la espera de un sector empresarial, el que se reúne con el presidente, el que ha mostrado sensatez, cordialidad y hasta empatía en planes gubernamentales. No obstante, la realidad nos muestra otra cara, la de la desconfianza, aquella que pretende ver más pasos en la dirección de corrección de rumbo, en la fase que nutre las expectativas del mundo en que México se encuentra inmerso, el de las economías de mercado.
La espera a la que se alude por segunda ocasión deja entrever la posibilidad de rechazo de los tres grandes proyectos del presidente, los mismos que han merecido una intensa campaña de crítica; los ángulos de esta crítica se han reiterado en innumerables pronunciamientos y a esta fecha todavía existe una nebulosa concepción de consecución y de éxito de los tres proyectos. El efecto retardatario enmarcado en las miras internas de autosuficiencia no ha convencido las etapas comprometidas de inversión por la sencilla razón de que el empresariado no observa una relación pari passu en el riesgo.
No se pretende destacar una apuesta al fracaso, simplemente se trata de señalar lo expresado anteriormente en referencia al desenlace de situaciones que naturalmente están en contraposición con la expectativa de miras externas y proyectos rentables, miras que conjugan las del sector empresarial del país. El compás de espera ya sacudió la economía en 2019. El inicio de 2020 con los mismos pronunciamientos y el mismo discurso plantea las mismas posibilidades de nulo despegue de nuestra economía, con la única y marcada diferencia del Tratado de Comercio por renovarse, el TMEC.
La frescura de una alianza comercial con las potencias del norte sienta un precedente de aliento en materia de inversión. El pronunciamiento existe, las prerrogativas abundan en el lenguaje de intercambio de las ideas y los planteamientos. Hasta ahí. La marcha se detiene con el discurso reiterativo y descalificador del presidente. Simplemente no cesa. El ciclo por llamarle de algún modo al empecinamiento de la puesta en marcha de los proyectos que todos conocemos retrasa todo concepto de invitación del capital. No existe el ánimo de incorporación a los organismos internacionales, no existe ninguna intención de participación en foros internacionales, no existe el ánimo de apertura de nuestra economía.
Lo anterior plantea un conflicto que trasciende las perspectivas de inversión: no se puede lidiar con una inmersión en un tratado comercial, tal vez el más trascendente del orbe, aceptar condiciones de intercambio y participación abierta a canales probados de competencia y al mismo tiempo jugar con los compromisos de soberanía en rondas de inversión en materia energética, experimentar con premisas sin cálculo de daño ambiental en varios órdenes, incluida la destrucción de selvas y reservas, equiparar la capitalización de la petrolera mexicana con planes de construcción de la era del desarrollo estabilizador de los años de despegue industrial del país y centrar las opciones de crecimiento en fórmulas antagónicas de economías cerradas con ambiciones de autosuficiencia.
De la espera a la cautela, el capítulo es estrecho y las capas entre una y otra ya presentan fuerza de rechazo en los planteamientos del presidente. A un año de distancia no existe obra pública, no existe una concepción de gasto destinado a infraestructura. El daño ya muestra su irreparable señalamiento: el empleo, cifra en caída que lastima el desempleo de inicio de esta tercera transición. No olvidemos que inició con despidos, con recortes sin miramiento, con retención de gasto y con subejercicio presupuestal. Así no se da el crecimiento de una economía, Así no se invita al capital.
En el ejercicio del presupuesto no existen disculpas, existen acciones y estas han mostrado su fase de retención y su promoción. De la primera las entidades públicas han sufrido las consecuencias y el reclamo que les corresponde, daño no menor en su cobertura. Del segundo, la respuesta de la sociedad ha sido de perpetuo reclamo en la vía clientelar y en la captura de voluntades indemnes. El costo ha caído en la deshumanización de la política pública de esta transición al abandonar la protección que por derecho tiene el ciudadano: la salud.
Es triste que en el inicio de una etapa de gobierno se señalen los errores y no se destaquen virtudes. Si existieran virtudes ya tuviéramos conocimiento. No las hay. Las múltiples manifestaciones discursivas y orales no han conformado un criterio de gobierno y guía. La incompetencia y la opacidad han superado las posibilidades de otras voces en la estructura gubernamental y no las conocemos. Existe una voz, reitera lo mismo una y otra vez y la dispersión se torna geográfica los fines de semana, pero no cambia. Es la misma inflexión, es la misma línea de expresión, es la misma imposición y es la misma obsecuencia.
La fórmula del ahorro anunciado, que no es otra cosa que retención de recursos, ha desbocado un dispendio sin control, sin padrón y sin reglas. Ha desbocado los órdenes de cobertura y de asistencia probada. Es fórmula contraria al progreso. La retención frenó la economía, la redistribución del ingreso bajo esa fórmula es una utopía y es costosa.
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