Tratar el tema de la desigualdad es como abrir el espectro de la historia moderna. Una vez superados los conflictos bélicos que alguna vez sustentaron falta de equidad, surgieron las fórmulas, cimentadas todas en prácticas de gobierno, en búsqueda de razón de representación de mayorías. Así da inicio una convivencia: la relación del hombre con el capital. El punto de partida del individuo como activo prominente en la aportación del trabajo también inició un ciclo, el del costo como componente del valor agregado en la función productiva.
Con el tiempo, la suma de los costos dio paso a la especialización. La materia prima para algunos productores se convirtió en base de competitividad y más tarde encontró valores agregados en plazas ajenas al punto de origen de esta materia prima. Se gestaba la primera concepción de ventajas comparativas y con ello la competencia. El comercio internacional cedía a las bondades de la oferta y la demanda se circunscribía a simples manifestaciones de gustos y preferencias cuando los países cubrían sus infraestructuras y requerimientos de la macroeconomía ya imperante después de la gran guerra.
Se le llamó Revolución Industrial al despegue brutal de la tecnología que acumulaba experiencias en el acero, en los materiales ligeros por igual y en la construcción de obras no imaginadas en la contención hidráulica y la cobertura de electricidad y vías férreas y aéreas. La dinámica del mundo marchaba y nutría de satisfactores a las poblaciones; se concebían estados protectores y proveedores de libertades. La economía era una consecuencia de la interacción de un mundo que concebía una paz duradera e incontestable.
Las manchas urbanas surgieron como respaldo a la fuerza laboral y la función sectorial asomó sus primeras manifestaciones de desigualdad. Zonas rurales extensas fueron quedando en un rezago no contemplado como parte integrante de la cadena productiva. Surgieron las diferencias de intensidad de capital e intensidad de trabajo en los componentes de producción. Surgieron también, las primeras diferencias en el ingreso.
El paso de los años demostró que las brechas se agudizaban y el contrato social debía atenderse. Los gobiernos reaccionan a las alertas, reaccionan a los plazos relativamente cortos por las derivaciones que han surgido de proyectos de alternancia. Del pasado, reciente o lejano, podemos rescatar infinidad de fórmulas para cubrir el espectro social sin el descuido de las formas adoptadas por la permanencia de principios de capitalización signadas por el mundo libre desde 1944 en Bretton Woods.
Por décadas hemos tomado como costumbre adaptar preceptos de desarrollo y guías formuladas por los organismos financieros internacionales surgidos de las conferencias mencionadas. La premura por sentar bases de capitalización a países y grandes ciudades dañadas por la guerra inició una etapa de progreso y activa participación de naciones, fase que terminó llamándose economía de mercado, aspirando siempre a la eliminación de barreras y tarifas arancelarias.
La base mencionada, que unía capital y comercio sentó las bases de un modelo liberal, término que alentaba libertad en la expresión de las ideas, en la literatura y las artes. El pensamiento liberal no era nuevo en la mitad del siglo XX. El afán de multiplicar bienestar económico no interrumpía proyectos de industrialización, por el contrario, los capitales actuaban como síndicos en la pulverización del riesgo. El principio era atrayente. Finalmente, la actuación de bloques comerciales iniciaba una globalización anhelada de tiempo atrás. La dilución de riesgo siguió un juego de décadas en la banca de inversión y la de organismos regionales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Retomamos las brechas; se adoptaban medidas de inclusión, se experimentaba con programas asistenciales, con créditos y tasas blandas, se estimulaba la producción regional y se protegía la comercialización. México adoptó todas estas medidas y las controló desde la función pública, con un tono paternalista y ampliamente protector, creando un sistema ligado al poder que era transmitido por herencia y de esa capa no solamente se cubría el esquema de abasto interno, se cubría un ambiente cautivo y clientelar.
El intento de 1994 en el Tratado de Libre Comercio permitió al agro mexicano reunir núcleos de producción para adentrarse en los términos del tratado diez años más tarde. Los intentos para incorporar sectores productivos en rezago daban margen a la especialización regional pero no todas las regiones respondieron con las aspiraciones deseadas. La globalización devoraba los rezagos; parecía una marcha imparable para naciones emergentes. Las mediciones del exterior demostraban desigualdad en el ingreso.
Nuevamente se promocionaron programas con metas específicas. Los recursos se etiquetaban para alcanzar las metas de incorporación de zonas marginadas. La desviación de recursos, probada o no, es lamentable y desde luego acumula a la carga que todos llevamos en la consideración de comunidades alejadas de toda pertenencia. Los alivios pueden ser confiables en los números; nunca serán de satisfacción plena pero la circunstancia que ha rodeado esta atención ha formado una buena parte de la fase presupuestal de los poderes de la nación.
La nomenclatura de modelos no ha sido del todo una base sólida de interpretación económica; el neoliberalismo, así bautizado por la Escuela de Chicago únicamente exigía un adelgazamiento del tamaño del Estado y un alejamiento de rectoría. El principio es sano porque ampara una economía de mercado. Desafortunadamente, tal vez el mundo de los satisfactores ha abierto más posibilidades para las minorías y el reclamo social impera como demanda de equidad.
Del aparente desamparo o de la reacción tardía de muchos gobiernos a la demanda social, viene la confusión no en el desecho de un modelo neoliberal como expresión tácita y concluyente del capitalismo, para centrar una fuerza totalitaria y redentora de valores nacionalistas, fórmula que promete captura de capital para reparto, un simplismo que desafía toda concepción de política económica. Esa es fórmula populista y dista de terminar con la desigualdad. La captura en sí revierte la oportunidad y el libre albedrío del individuo. Las oportunidades derivadas del empleo se convierten en promotores de igualdad. Para ello es preciso alentar la inversión en sectores clave y dejar hacer…
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