El mundo moderno nos abre perspectivas en muchas áreas, no solamente de seguimiento, de corrección también. Las decisiones de la economía abren los espacios de la realidad y los mercados y las instituciones inversoras acuden al llamado del retorno o eliminan el riesgo. Así operan las economías progresistas, así mezclan sus activos, así cotizan su papel y su desenvolvimiento comparativo, sus ventajas y especializaciones. Así nutren sus deficiencias y suplen sus debilidades. Los tiempos modernos dan poco para las pausas y para las indecisiones, dan escaso consentimiento para los plazos. Las reglas siguen la pauta de los requerimientos de la inversión para unir ciclos de abasto y competencia. Los ciclos se unen unos con otros en ese afán de adelantar las carencias y nutrir las fortalezas. Todas las naciones las tienen, todas sin excepción las han conjugado en la creación de su producto, en adquisiciones del exterior y en colocaciones en plazas foráneas. Todas han contribuido al fortalecimiento del orbe, unas en libre competencia, otras en sensible atraso de sus tareas domésticas, en detrimento de su riqueza interna y en la supresión de libertades. Esto último aplica a Venezuela como caso reciente de dominio de voluntades desde el púlpito del poder; la incongruencia de una economía activa en mares lejanos y el desarme de la participación del individuo en el producto de la nación, versión que reprueba todos los órdenes mundiales de convivencia y libertad.
Venezuela es vergüenza regional, vergüenza del mundo moderno y otrora hermano que se forjó en las mismas latitudes y circunstancias de países con historias compartidas en el tiempo. Nación ahora sumida en la depredación económica al haber contraído una centralización de sus funciones básicas, sin participación de los sectores productivos. El pensamiento equivocado de un solo hombre dañó en forma irremediable e irreversible a millones de familias, a millones de sueños de emprendedores, a instituciones; destruyó activos nacionales y la herencia a la niñez y juventud que no verá la prosperidad en varias generaciones.
El centralismo, el autoritarismo, las imposiciones desde el poder, la visión de un solo hombre, camino errado que México ya valora en la trayectoria de una administración que se empeña en marchar contra los cánones de la economía probada en gran parte de la tierra; la prisa, mala consejera en las decisiones de la gran economía ya traiciona causas de implantación de novedad para descartar la obra que heredan generaciones y no las dos o tres administraciones pasadas. Se confunde la visión de herencia que consolidó instituciones con la visión de electorado, en esa apreciación que dejaron casi dos décadas de aspirar a una presidencia en la que debió estudiarse, tiempo lo hubo, el mapa de la nación y sus fortalezas, en vez del mapa electoral, que ahora captura con dádiva disfrazada de austeridad republicana, sin la trascendencia del acervo de una nación que debiera contemplar fronteras más ambiciosas.
Así inicia esta administración, con pocas aspiraciones, con metas y destinos dudosos, jugando con las empresas más grandes del país para hacerlas partícipes de una introspección que condena la modernidad, introspección que condena la razón de los hombres de empresa, los expertos en riesgos, en visión de plazo, la academia por igual. No existe mesa de diálogo, no existe consulta de nivel. Se pretende ahora centrar la actividad participativa con un medio de consulta que hasta ahora ha probado ser una burla, una retórica indescifrable para confundir voluntad popular con manipulaciones de voto sin sustancia, sin representación digan de ser tomada en cuenta.
El tiempo, ese factor que se ha comido naciones enteras, que ahora castiga a una Unión por demás conocedora de valores depositados en la historia, antigua y reciente por igual, hoy lacera el ánimo de toda una comunidad sumida en la incierta decisión de una isla contigua, añeja en relación de comercio y participación activa, confundida por haber otorgado el voto de un parlamento, a una sociedad alterada y mal guiada por una recopilación de valores y supuesto rescate de nacionalismo exacerbado, que ha sido depositado una y otra vez en las arcas de la historia para no ser repetido o emulado. El Brexit, ejercicio costoso y aleccionador. Despertar orgullo nacional es alentar la participación de todos en la función democrática; una vez trascendido el paso del voto, la función ejecutiva y los representantes de la sociedad, tienen el mando conferido por una nación. Esta función nunca debe constituir una de regreso a la base social. Consultar a la sociedad una y otra vez es un retroceso.
Consultar, como lo plantea la administración en turno, es costoso, es no solamente un ejercicio retardatario y nocivo en la toma de decisiones, es regresivo de la forma democrática y el riesgo de ahondar la división que ya tenemos, puede conducir en forma irremediable a la polarización que enfrenta no solamente posiciones, la que enfrenta la estabilidad y reta el posicionamiento de una nación seria en el mundo de la inversión.
El descuido del exterior es patente en esta administración. Se descuidó Davos, se descuidan las formas con las firmas calificadoras, se descuida el asunto de Venezuela, se descuidan las relaciones con naciones ganadoras, se estrechan con aquellas que la razón dicta alejarlas. La mira interna reditúa adhesión en la medida del dispendio, popularidad también; no se conoce queja por dinero gratuito, tampoco por cobertura paternal de un Estado benefactor, pero el costo del descuido de preceptos internacionales no se oculta tras la tasa de rendimientos temporales y capitales golondrinos; esa capa no es protectora de plazo. Las variables económicas pueden también ocultar su verdadera fase en la baja rentabilidad de las ventas y manufacturas y en la apreciación de mercados internos. Los plazos no se interrumpen en materia económica y la apuesta de esta administración a sorprender, como si el efecto de la sorpresa se reservara para los bien intencionados, no corresponde a políticas económicas de sustento. Se marcha contra preceptos económicos de solvencia, de liquidez y de consistencia.
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