Era en el año 1937 cuando John Maynard Keynes sugirió este seguimiento de política económica después del resurgimiento de la economía norteamericana que salía de la Gran Depresión iniciada en 1929. Podemos recordar el inicio del verdadero combate a la depresión en 1932 con Roosevelt en el poder. Se elaboró el “New Deal”, desarrollado éste por un grupo de intelectuales que Roosevelt reunió en torno suyo, conocidos como el “Brains Trust”.
El New Deal enfrentó un dilema: emplear el dinero de la hacienda pública para alivio del sufrimiento de la población o estimular la economía. Finalmente fue el gasto público, sugerido por las propuestas monetaristas de Keynes las que sacaron de la crisis a la economía. Antes de eso, hubo un fracaso poco mencionado en los textos: transcurría el segundo período de Roosevelt y en 1936 el ritmo de expansión era acelerado. Roosevelt temía una etapa de especulación y puso fin al déficit presupuestario. La economía no tardó en caer en otra depresión. El desempleo sufrió el primer impacto de esta nueva recesión.
Roosevelt no entendía la política fiscal, pensaba que era la expansión en obra pública y no el déficit presupuestario lo que promovía el empleo. Esto motivó un segundo “deal” y fortalecer la empresa privada que había perdido la confianza para invertir. La lección del ahorro en tiempos de auge fue suficiente para entender que la austeridad se dicta en la bonanza y no en una economía en desaceleración.
Otra lección importante derivada de los años de la Gran Depresión fue el gasto público, que recuperaba obra e infraestructura necesaria para la inversión. Se instaló una política de “pari passu” entre gobierno y sector privado. Para los años de la guerra que mostraba el horizonte, los Estados Unidos tenía congruencia en su ritmo de crecimiento económico y plena confianza de la empresa privada y el pueblo norteamericano.
En México, en esta tercera transición estamos enfrascados en una desaceleración que pudo haberse evitado si se hubiera respetado el ritmo del gasto público como fue heredado de la administración anterior. Esta aseveración no excluye los propósitos de erradicar la corrupción y otros vicios en el orden presupuestal, pero una cosa es refinar y otra eliminar. Las funciones de Estado están fuertemente cimentadas en la eficiencia del aparato de gobierno.
Se instaló sin conocimiento una agenda de recortes sin pronóstico del impacto en la dilución del producto, desafiando toda concepción de equilibrio. La afectación directa en el empleo trajo consecuencias en la demanda interna y se ignoraron preceptos de elasticidad de la misma demanda. Las primeras manifestaciones ya muestran bajas de consideración en el consumo interno. Se inicia la etapa de debilidad en las manufacturas y en la adquisición de bienes duraderos. Las variables económicas todavía muestran resistencia al efecto de disminución por el contrapeso de la tasa de referencia del Instituto Central de moneda, el Banco de México y su política monetaria.
La disyuntiva es clara, existe retención para otros fines que no son los de la infraestructura necesaria para promover la inversión. La hacienda pública, por otro lado, no contemplaba tanta incoherencia en las decisiones de política económica provocadas por cancelaciones y adopción de deuda que no existía. La deuda por cancelar Texcoco la creó el gobierno en turno, la ruta de los procesos de arbitraje en los que nos ha sumido el director de CFE ya incide en las posibilidades de demandas del exterior. El servicio de la deuda se ha multiplicado y los auxilios a nuestra petrolera redundan en la compra de tiempo, pero no abundan en planes de negocios sólidos y convincentes.
Las alertas sembradas por las calificadoras, tiene a Pemex resolviendo pequeñas dosis de corto plazo para aliviar las presiones sobre su calificación. La distracción de sus recursos es dispendio sin horizonte; realmente no contribuye a un esquema de inversión con programa, al menos, en el mundo del análisis financiero no ocurrirá jamás, no en tanto se deseche la construcción de Dos Bocas. Ese es el problema de fondo. Su plan de negocios y el reporte del Instituto Mexicano del Petróleo ya lo dejan ver para que las restricciones y las objeciones al proyecto cobren verdadera vida. Eso quieren, buscan defensores. Pemex quiere, así lo subraya su Consejo Ejecutivo, explorar y producir. El presidente no quiere y lo secunda la secretaria Nahle. Alejados de la realidad ambos. Obstinación en el primero, ignorancia en la segunda.
El reparto del presidente, ampliando la retención ya mencionada, no está cobrando vida, no al menos en las metas esperadas. El censo del apoyo a jóvenes con cargo al erario se está convirtiendo en una corriente sin control y el padrón, inexistente, no perpetuará ninguna meta de empleo. Se confunde en la lógica o falta de ella, que el consumo interno será robustecido. El presidente ignora que el mercado interno se robustece desde el amparo de la certidumbre y no desde la apuesta a la inducción al empleo al que no se aspira por inclinación del recipiente de un recurso que pudiera interrumpirse sin más.
En Roma, en pleno auge de su imperio, año 70 de nuestra era, aproximadamente, para diluir cualquier forma de rebelión, los pobres recibían pan y juegos, panem et circenses, según la fórmula de Juvenal, para que el hambre y la ociosidad no les inspiraran formas de rebelión. Se llamaba “espórtula” y se consideraba una humillación, porque se recibía sin ningún mérito. Todavía lo es, una humillación, pero el recipiente hace a un lado dignidad y otras consideraciones, todas de cautiverio, de sumisión.
Dos lecciones que debería recibir esta administración, una de interrupción del gasto, otra la del reparto. Las fórmulas del ahorro de esta tercera transición detienen la economía. Siete meses lo comprueban. Las fórmulas no son cimiente de política económica. Obedecen al capricho y la retención obedece a la manipulación y a la compra de voluntades. Como en Roma, humilla dos mil años después.
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