Sin duda, los acuerdos comerciales marcan la pauta del intercambio comercial de los países. Desafiar bloques participativos predice aislamiento, dictan las doctrinas en boga. Es tiempo de invocar las ventajas comparativas, de allegar la especialización, de resaltar los valores agregados para competir, de nutrir mercados internos y de exportar excedentes. Es la hora del comercio mundial para no retardar procesos de integración y avance de tecnología. Palabras más, palabras menos, esta situación ubica el discurso actual de dirigentes y líderes del orbe. El Brexit sienta un precedente inusitado al desafío de la norma económica actual. El ejercicio de 2016 ha sembrado más de una interrogante ante el demoníaco continente si no devorador de reglas de comercio, si absorbente y capaz de sancionar. El cataclismo esperado no se ha dado; las cuestiones que atemperan signos recesivos descansan en compromisos no liquidados en tiempos de valía documental al menos. Tal vez esto explique las ligas que existen en las naciones más allá de lo esperado y significado por tratados formales. En el caso del Brexit, la línea dura de respaldo de los remainers, de remain, permanecer, vocablo sembrado en fanatismo y condena irredenta a la Unión Europea, vaticinaba para estudiosos y analistas una recesión que no llega, no al menos en los dos años de duración del voto de salida. El crecimiento de la economía ha sufrido un desgaste de al menos 2.5%. No suena significativo cuando el crecimiento continúa pero las oportunidades de expansión ya siembran una tela de duda. A dos años de esta experiencia única en el viejo mundo, crece la expectativa de que no existe peligro en abandonar por completo la Unión Europea, la temida Unión de Estados europea, nada emblemática para la flema británica. Esta situación arropa nacionalismo desbordado y cierta arrogancia, signos inequívocos de la época que realza políticas de centro para acoplar una derecha conservadora a las reglas de mayor poder de las mayorías, tendencia que cobra adeptos y discurso de redención.
La Unión Europea por su parte no necesita de promoción especial del territorio del euro; conquista estabilidades y retiene efectos de control de manipulaciones comerciales. Grecia sentó un precedente de respeto y Turquía camina en la dirección de la Unión. Invocar un bloque como el europeo para regular situaciones de mercado es garantía de abasto y orden comerciales. Operar al margen no augura circunstancias de éxito. Theresa May lo ha manifestado con la cautela debida en la cumbre de Bruselas. El terreno de la indefinición no abona para nadie. La Unión Europea tiene los mandos y los controles de las economías capaces de desafiar a Norteamérica y China por igual. Gran Bretaña no posee la riqueza comercial ni territorial para circular en derredor de los grandes bloques. La inmigración y la oferta de trabajo por debajo de la demanda salarial británica se han convertido en un atenuante de la debacle esperada. El paro anunciado y la inflación se han contenido por esta circunstancia de un valor agregado por debajo de la media europea, pero no es para siempre.
El largo plazo dicta sentencias ineludibles a pesar de la trayectoria de las naciones. El proceso de formación de capital ya no obedece a términos de años anteriores: la creación de infraestructura lo era todo y coadyuvaba en producción industrial y transferencia real de riqueza en los productos terminados. La acumulación de inventarios regía reglas de comercio internacional. Los años dieron cuenta de esta circunstancia y las prerrogativas del comercio han basado sus especializaciones en la dependencia temporal sabiendo y conociendo las capacidades de su bloque y operación de abasto certero. La competitividad ha diluido el riesgo del acaparamiento y los sobre precios en todos los órdenes, desde perecederos hasta los productos altamente tecnificados. La moneda única ha sustituido un sinnúmero de complejidades en traslado y relación de pagos. Las operaciones de hedging o protección del riesgo cambiario han abaratado diversas elasticidades de demanda en países miembros de un bloque comercial. Por consiguiente, las balanzas han equilibrado nutrientes de materia prima y producciones en proceso sin necesidad de recurrir a las añejas prácticas de oferta de producción terminada sin competencia marcada en el precio.
Desde luego el caso de Gran Bretaña es único en este proceso de análisis. Es una economía sólida con tradición de excelencia y tradición del cuidado de sus mercados internos, de su industria, de sus avances en el surtido de energía renovable y su experiencia en perforación submarina para yacimientos de energía petrolera. Su desafío no es casual, su método lo es, la consulta popular, un gran predicamento que ahonda en el sentimiento de pertenencia y nacionalismo exacerbado, en la identidad y en la autodeterminación. No están en juicio los valores de una nación, están en su permanencia en un mundo cambiante, en un mundo cuyo dinamismo ha expresado la unión como prerrogativa de subsistencia y crecimiento. La adopción de moneda como se ha expresado es la primera manifestación de igualdad de derechos y beneficios para competir sin hegemonía.
Otras circunstancias del orbe, especialmente las circunscritas a economías emergentes, en su gran mayoría totalitarias, distan mucho del caso de la isla británica con el continente europeo. Para efectos prácticos, la primera similitud sería la consulta popular, un proceso de reversión del poder depositado en las democracias modernas, un ejercicio retardatario de la toma de decisiones sin ningún rumbo alentador en el ánimo de los habitantes que una vez fueron convocados al voto. Un segundo ejercicio extrema la posibilidad de la afrenta y de la asunción falsa de la representatividad que se dio por concluida. En materia comercial, y dada la fuerza de representación territorial de una potencia, los atenuantes de toda actividad comercial y económica pueden merecer consideración. El Reino Unido en una consulta popular puso en juego su historia y su fuerza representativa ante toda una Unión Europea, un juego peligroso que no concluye para bien del pueblo británico y de toda una comunidad territorial.
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