Nada novedoso en el mundo de los números, las revisiones periódicas. Toda entidad, lucre o no está sujeta a revisión de cuando en cuando, si existe manejo de recursos en su entorno. En un ambiente formal le llamamos auditoría y confiamos en elementos de juicio externos a la entidad en cuestión. La auditoría externa la realiza un contador público independiente y de su independencia de criterio surge la confiabilidad en los estados financieros que dictamina y sobre los que emite una opinión. Toda entidad económica que acude a este precepto naturalmente responde en forma responsable ante autoridades, instituciones crediticias, agrupaciones, bolsa de valores en su caso y sociedad en general.
Todo análisis acompaña recomendaciones, finalmente la simple acepción de revisión confiada a un experto, en la rama que sea, está inmersa en forma implícita en razonamientos derivados de estudio y experiencia. Las recomendaciones son para mejora siempre, son producto del análisis y observación del ojo experto. Por ello surgieron las profesiones, por ello también existen especialistas, por ello existen concentraciones de estudios de grado en maestría y doctorado.
Las instituciones gubernamentales no son ajenas a esta circunstancia; como toda entidad que maneja el hombre, son falibles y más allá de su falibilidad, son perfectibles. En muchos casos, tal vez la auditoría externa no aplique en su estructura de supervisión; se ha creado una Auditoría Superior de la Federación como auxiliar en los menesteres de calificación.
Desde los años de creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, conocido como Banco Mundial, en Bretton Woods, New Jersey, 1944, para ser exactos, las naciones del mundo progresista, en las que nunca contaríamos a Cuba y Venezuela, y a otro par de naciones de nuestra región, han seguido las recomendaciones de estos organismos financieros internacionales, toda vez que la ruta de respeto de generaciones es bien ganada.
No existe hasta ahora, una sola nación que intencionalmente haya señalado a estas instituciones como cobijo doctrinal de algún movimiento adverso al progreso, adverso a la marcha del crecimiento económico y finalmente adverso a las políticas de protección del contrato social. Un solo hombre, en una soledad que los especialistas contemplan como reto al orden establecido por décadas, descalifica una y otra vez las aseveraciones y planteamientos de organismos financieros internacionales, de especialistas calificados, el presidente de México en turno.
Las calificadoras han merecido su turno de descalificación, una analogía a la inversa porque precisamente su función es esa: calificar. Lo de otros datos ha trascendido en el anecdotario popular, pero el tema de fondo sigue sin solución. Más allá de la interpretación ligera de un personaje pintoresco, las repercusiones ya lastiman en forma seria el entorno económico y las perspectivas de corrección no llegan.
El equipo del presidente no aporta en las soluciones de mediano y largo plazos. El rescate de Pemex no reúne bases de confiabilidad para el exterior. La terminología que se emplea no es la acertada, será una empresa endeudada pero es una entidad en operación, por tanto no requiere ser rescatada. Lo que requiere son planes de largo plazo y no los tiene. La refinería de Dos Bocas es una aberración y el mensaje del exterior ha sido claro. Pemex tiene perspectivas alentadoras en otras áreas.
Se enumeran proyectos de infraestructura y desde luego el sector privado estimula esta empresa, pero la debilidad del planteamiento recuerda lo que todavía no despega del proyecto de Santa Lucía: después de un año no existen planes confiables de inversión y la nula transparencia del pronunciamiento de instituciones internacionales, naturalmente opaca su desenlace, a pesar del triunfalismo expuesto en una ceremonia como las que acostumbra esta transición, sin ningún plan concreto.
El Fondo Monetario Internacional se pronunció recientemente. En su informe analiza por principio de cuentas, el crecimiento del país. Lo reduce a una expectativa de .2 % en este 2019 y la cifra para 2020 no resulta alentadora. Parecería un juego perverso esto de reducir mes con mes la tasa de crecimiento o nulo crecimiento en su caso, de la economía mexicana. Desafortunadamente no lo es, lo ratifican nuestras propias instituciones, empezando por el Instituto Central, el Banco de México.
El superávit primario, la disciplina fiscal y las proporciones que intencionalmente se regulan al Producto Interno Bruto, no son de desprecio. Al menos sienta algunas bases de confianza de la inversión por el férreo control de variables, labor del Banco de México. Pero no lo es todo, falta el elemento que catapulta el equilibrio de la confianza en un país con rezago estructural: el gasto público.
Los organismos financieros internacionales y calificadoras por igual sancionan, si se permite la expresión porque redunda en créditos más costosos, en emisiones que requieren mayor retorno y finalmente en el servicio de la deuda, que esta transición ya castigó con la simple adopción de deuda que no teníamos, la del aeropuerto de Texcoco. Esta transición creó esa deuda que, sumada al costo de oportunidad de no continuar con una obra perfectamente sana y en marcha, representará un incremento de alrededor de 400,000 millones de pesos que ningún mexicano debía hace once meses.
La primera falta a la palabra del presidente radica en la deuda; no contratar es en su imaginaria no endeudar. Por otro lado, asumir la deuda de particulares en Texcoco no cuenta porque fue asumida y no contratada. Una falsedad proclamada con trazos de redención nacionalista. Destacaríamos la asumida y grabada ante Gustavo de Hoyos, nuestro representante empresarial en donde el presidente ya electo prometió nunca cancelar Texcoco. Otros capítulos en educación y salud también lo exhiben.
Una cosa son condiciones cambiantes y otra muy distinta es la política económica de una nación. La economía debe estar centrada en objetivos de plazo, en redenciones del capital y en retornos contemplados desde la óptica de técnicas modernas, como el valor actual. De esta transición no se conoce un solo proyecto con bases confiables. Si los organismos financieros internacionales tienen algo que decir, un jefe de Estado ya estaría en la puerta de esas instituciones para recibir de primera mano las recomendaciones pertinentes. No estamos en esa tesitura y por tanto carecemos de lo que ya sabemos, de rumbo económico.
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