2020- Presupuesto Base Cero

El Índice Global de Actividad Económica, IGAE, reporta para los meses de agosto y septiembre índices negativos de crecimiento. Aún cuando representa cifras distintas al...

28 de octubre, 2019

El Índice Global de Actividad Económica, IGAE, reporta para los meses de agosto y septiembre índices negativos de crecimiento. Aún cuando representa cifras distintas al Producto Interno Bruto, todos los promedios de la actividad económica del país reportan lo mismo, una economía estancada, una economía que ronda el cero. Los diferendos entre sectores arrojan signos positivos en servicios y en otras la cadena ininterrumpida de signos negativos ya acumula meses como es el caso de la industria. La interpretación en ocasiones ofrece perspectivas alentadoras cuando la base fue amplia y la caída no muestra cifras de alarma, pero no debemos caer en esa interpretación frágil del sentir económico.

Las calificadoras y los organismos financieros internacionales no dejan espacio de duda: el crecimiento del producto para el cierre de este año no será superior al 2%. Si anualizamos la tasa y hacemos referencia a la estacionalidad el resultado no necesariamente arroja una recesión en estrictos términos técnicos pero el efecto de la caída supera las posibilidades de despegue. La inercia es un fenómeno que se instala como mal perverso; revertir los despidos y poner en marcha las reposiciones de planta y equipo junto con planes de inversión y captura de nichos de mercado y otras posibilidades de competencia y distinción de ventajas comparativas, ahonda la brecha del costo de oportunidad. Todo se traduce en tiempo.

Las oportunidades que dejó pasar esta transición en turno, la tercera en nuestra ruta democrática, han provocado un alud de errores, costosos todos, pero la premisa esencial fue abandonada en el camino: la confianza. La improvisación y la superposición de proyectos alternos han dejado una huella difícil de recuperar. La asunción de deuda por emisiones privadas marcó el inicio de una ruta de fracaso en política económica. Texcoco es un proyecto sano y los remiendos tal vez nunca sean superados, no desde el ángulo del exterior y las agencias calificadas para opinar.

El escudo que suplantó el gasto público en programas probados en la asistencia y el resguardo del contrato social se ha denominado corrupción y el frágil sustento de su combate debió quedar en los anales de una transformación, como eufemismo que respalda toda, absolutamente toda acción de gobierno. En esa trayectoria se sepultó la acción representativa del gasto público y se instaló un sistema de retiro de todo programa de éxito en la cobertura social, llamándolo ahorro y desarticulando por ende, el equilibrio de la gran economía.

El daño en el recorte sin miramiento, sin programa y sin padrón, ha minado la concepción del gasto con destino en la infraestructura. Esta transición se encuentra atrapada entre un modelo de reparto, dádiva directa, apoyado en un presupuesto con franco desequilibrio en la trayectoria presupuestal de una economía clasificada entre las primeras quince del mundo, con miras a la ratificación de una economía de bloque en un tratado vigente con el norte, una invitación sin aliento a una iniciativa privada dispuesta a reaccionar y una mira a la autosuficiencia en los renglones más proclives a la inversión del exterior. Una verdadera contradicción de aspiraciones.

El presidente hace dos cosas que anulan las perspectivas de invitación al capital: descalifica y no viaja. La denostación sistemática acumula puntos negativos a la confianza y la negativa a salir del país, refrenda el temor del natural cuestionamiento que enfrentaría por haber cancelado la obra más importante del continente y por perseguir metas de autosuficiencia en las áreas de mayor afinidad al sentimiento global: energía y alimentos.

La negativa a sentarse con ganadores alguna vez repercutirá en retroceso de política internacional. El presidente no siente afinidad con naciones progresistas; hemos palpado sus inclinaciones desde su toma de posesión. Ofrece lazos de amistad a naciones perdedoras, las de la región en particular. Ofrece también apoyo económico, ofrece a multitudes, a auditorios cautivos; su contraparte: cede a sectores improductivos.

Después de casi un año de gestión, la transición del discurso a la acción de gobierno ha dejado un lastre de incompetencia e improvisación. El secretario de hacienda está inmerso en cifras y proyectos inalcanzables en los plazos y en las redenciones que plantea un presidente que exige metas sin crecimiento, que confunde desarrollo con bienestar, que altera las funciones de representatividad en las alcaldías y en los estados, irrumpiendo el federalismo en su esencia participativa.

Estamos por cerrar un año sin crecimiento; sería lo de menos si notáramos un cambio radical en política económica, una corrección de fondo y una autocrítica que asumiera la derrota. No la tenemos, no en el pronunciamiento cotidiano, no en la apreciación del juicio de expertos, no en los dictados del mundo global y moderno. Tenemos una visión distorsionada del entorno económico y una apuesta imposible de lograr en materia económica. Tenemos lección de tres trimestres fallidos en economía y un presupuesto que no alienta la función clave del gasto público: infraestructura.

Hasta ahora ignoramos si los proyectos que anuncia el gobierno en turno se apegan a lineamientos y orden en los números, técnicas modernas de valor actual y observancia del costo del capital. Sería una pena desperdiciar la oportunidad del cero en la actividad económica para reanudar expectativas y miras de mayor congruencia. Partir de cero en materia presupuestal es oportunidad para renovación de planes, para cancelación de proyectos de capricho, para incentivar el ánimo nacional. La administración pasada intentó un presupuesto base cero; las variables tal vez resultaron en impedimento. Ahora existe esta oportunidad. Esta técnica presupuestal ha sido una motivación para resaltar los aspectos positivos de cualquier entidad económica.

 

 

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