La leyenda dice que en 1941, William Moulton Marston, creador del polígrafo, desarrolló, como consultor de All-American Publications (posteriormente llamada DC Comics) al personaje de la Mujer Maravilla, basándose en lo que él consideró era el modelo ideal de una nueva mujer liberada de los hombres. En un momento en que las féminas eran el motor de la economía norteamericano porque los hombres estaban en la guerra, era lógico que el personaje de la princesa amazona griega que viaja al mundo occidental a ayudar a los hombres a liberarse del mal, se volviera rápidamente en la figura femenina más importante de la historieta. Por eso es tan raro que pasaran muchos años e intentos antes de que pudiera llegar al cine.
Wonder woman (2017, Patty Jenkins) se ha convertido en el fenómeno cinematográfico del año y además, en la cinta del llamado DCUniverse que mejores críticas ha tenido, al grado que presume, muy horonda la productora, el 93% de “frescura” que le otorga la muy controversial página Rotten Tomatoes. Para la crítica en general, la película es una de las mejores del subgénero de superhéroes y además la más grande aventura fílmica que se han hecho en mucho tiempo. Por lo mismo, al escribir este análisis sobre ella, tuve un poco de miedo de expresar lo que vi.
La anécdota central cuenta el origen de la fotografía que halla Bruce Wayne en Batman V Superman (2016, Zack Snyder), en la que la Mujer Maravilla se encuentra posando con unos combatientes durante la Primera Guerra Mundial. El descubrimiento hará que Diana Prince, alter ego de la heroína, recuerde cómo llegó al “mundo de los hombres” a ayudarles a combatir la guerra, que, según sus creencias, es provocada por el dios Ares.
Empecemos por lo positivo. En términos generales, el filme se aleja del tono solemne y oscuro que han tenido casi todas las producciones basadas en personajes de DC Comics desde que llegó Zack Snyder a producirlas; aprovecha todas las ventajas que le da el tener un personaje ingenuo y bien intencionado que se enfrenta a un mundo desconocido, lleno de avances tecnológicos pero que a la vez resulta menos civilizado que la isla de donde proviene. La búsqueda de Ares, el descubrimiento de esa sociedad desconocida, la pérdida gradual de inocencia de la Mujer Maravilla, son temas explotados con mucho éxito por la directora, con ese ojo seguro que usó al representar personajes femeninos en Monster (2003) su ópera prima, y es precisamente en esos pequeños detalles que parecerían insignificantes en donde la obra alcanza sus mejores momentos (cuando Diana come helado por primera vez, por ejemplo), además que sabe cómo aprovecharse de las situaciones para lograr interesar al público en las subsecuentes historias que podrían contar cual fue el proceso que llevó a la inocente amazona a transformarse en la semi nihilista guerrera que se vio en Batman V Superman. El guión es muy al principio pero es casi al final en donde aparece el peor de los problemas de la cinta y la hace perder todo lo que se pudo lograr hasta ese momento: el desvelo del villano Ares. Los efectos digitales están muy mal empleados y en ocasiones llegan a verse fatales. El villano principal, Ares, como bien me apuntó mi hermano, se parece a la botarga del “Hooligan”, aquel personaje de Andrés Bustamante, “El Güiri-Güiri”, que llegaba a destruirle la escenografía a José Ramón Fernández en el Mundial de futbol. Además, el abuso de cámara lenta en las escenas de acción es excesivo, así como el tema principal, que aunque cumple con su función de ser muy reconocible, parece música de “teibolera”.
Abarrotada de referencias a todo lo que se le pone en frente (a las historietas del personaje, a otras cintas del género, principalmente Captain America, el primer vengador y Rocketeer, ambas de Joe Johnston; a la serie de tv de los setenta, etc.) y apoyada por la habilidad de su directora, el debut de la superheroina ha hecho que la crítica en general se desborde en halagos, comparándola con los “mejores” filmes del género (hubo quien la comparó con Superman, de Richard Donner y con la trilogía de Batman de Christopher Nolan) o que la calificaran como “la película de superhéroes que necesitábamos”, lo cual deja mucho qué desear de los profesionales del análisis cinematográfico. Para empezar, tiene el grave problema de que a veces es muy naïf, el ritmo decae por momentos (casualmente, en las escenas de acción, que son muy confusas) y en que no aprovecha del todo el potencial del personaje. Muchos vieron en ella “la gran película feminista” porque la figura de Steve Trevor, en ocasiones llega a parecer la dama en peligro, por absurdo que suene. Y otras personas, como una despistada bloguera feminista apuntó, consideran que esto no es posible, porque entre otras cosas Gal Gadot, Wonder Woman, es muy sexy y viste muy provocativa. Es decir, tanto los unos como los otros, no llegan a cimentar sus aseveraciones, lo cual parece ser ya moneda de cambio entre los encargados de los medios de comunicación.
Quizá sea cierto que Jenkins tuvo la intención de inundar la producción de ideas feministas, y que de alguna manera, muy bizarra por cierto, se podría tener una lectura que dijera que el mundo está lleno de maldad por culpa del hombre y que las mujeres tienen el poder de cambiarlo, pero esto está más allá de la verdad. El sacrificio final de Trevor, así como la lucha con un Ares ridículo y metido con calzador, derriban estas afirmaciones, porque demuestran que el hombre es necesario para que nuestra heroína se dé cuenta que ella es indispensable en el mundo y que los estudios necesitaban escenas de acción que impactaran a la audiencia. Pero a final de cuenta, nada de esto importa. Para empezar, la realidad es que no tiene nada que no se haya visto antes, ni que no se haya dicho antes. Por desgracia, el resultado final es intrascendente, a pesar de que sea disfrutable y un buen ejemplo de la exactitud que puede tener la maquinaria de Hollywood. Es como un reloj Nivada, que se ve muy bonito pero te sirve lo mismo que un reloj chino: para ver la hora. El mensaje verdadero de la cinta es que el cine de superhéroes ya llegó a su límite y lo que sigue son intentos desesperados por apantallar a la audiencia. Sean buenas o malas películas, no importa, porque son productos de consumo, olvidables y bien que mal para lo único que sirven es para llevar millones de dólares a las arcas de los grandes estudios. Si tiene un mensaje trascedente o no, realmente los tiene sin cuidado, así que para qué buscarle tres pies al gato. Mejor apaga tu cerebro, súmete en tu butaca y desenchúfate del mundo dos horas.
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