- Con Un pequeño favor Paul Feig se acerca un poco a la ansiada obra maestra
Si algo caracteriza el cine de Paul Feig no es otra cosa sino su obsesión por el universo femenino, siempre en tono de comedia y con excelentes cuadros actorales – es el único, por ejemplo, que puede controlar a Melissa McCarthy –, además de que siempre usa a los hombres como mero ornato, lo que le ha conseguido un lugar privilegiado entre la crítica feminista. Salvo Spy (2015), el resto de sus cintas son bastante entretenidas, incluso su versión feminizada de Ghostbusters (2016), la cual recibió el dudoso honor de contar con el tráiler más odiado de la historia, amén de fracasar en taquilla de forma más que injusta. Con Un pequeño favor (A Simple Favor, 2018) el director encuentra por fin su filme más redondo y quizá el mejor de su carrera.
Basado en la novela homónima de Darcey Bell, sigue a una madre soltera que investiga la misteriosa desaparición de su mejor (o más bien única) amiga. Con esa simple y llana premisa, Feig arma uno de los trabajos más estrafalarios de lo que va del año y también uno de los que más ha dejado perplejo a todo mundo. El guión es quizá su mayor fortaleza, ya que a pesar de redundar en muchos de los clisés básicos del cine de suspenso (la mujer moralmente ambigua, la ama de casa con secretos que harían ruborizar al mismísimo Marqués de Sade, una herencia o seguro de vida de por medio, etc.) las vueltas de tuerca utilizadas, permiten armar un rompecabezas en el que cada pieza está recortada con patrones diferentes y que disminuyen el margen de error. El final de la cinta es un tanto complaciente y se puede intuir durante los primeros minutos, sin embargo, el juego es estilizado de tal manera que a pesar de llegar al límite de lo absurdo, permite caer en cuenta de que todo está siendo manipulado de una u otra manera por el realizador, en este caso, representado por medio de la ama de casa inmersa en el papel de detective, que además de todo, maneja un videoblog en el que cuenta su vida al tiempo que da consejos a las amas de casa que la siguen. Es decir, inteligentemente, Feig nos dice que todo es un simple y llano divertimento lleno de apariencias y que no debemos tomárnoslo en serio. Como es habitual en el director, las actuaciones son de primera, destacando, lógicamente, Anna Kendrick y Blake Lively, las cuales, si bien repiten los personajes que más las caracterizan (la primera es la bonachona que siempre representa y la segunda la especie de femme fatale de Beverly Hills que ha encarnado desde Gossip Girl), sin embargo, el logro está en que les inyectan una buena dosis de malicia que no tenían anteriormente. Aparecen como secundarios algunos actores cómicos que sirven para acentuar el absurdo en el que estamos inscritos. Visualmente, hay una elegancia inusual en los filmes del autor, con una fotografía excelente, acompañada de una estrafalaria puesta en escena, acentuada por los excéntricos vestuarios de las protagonistas. Una representa la sencillez o descuido de una mujer que se ha entregado a su maternidad como si fueran votos religiosos y la otra con una elegancia exacerbada que recuerda a Marlene Dietrich, fusionando a la perfección la sensualidad agresiva con la imagen de una marimacha. La espantosa música francesa (hay que reconocerlo, a los franceses no se les da mucho eso de las canciones populares ni lo de bañarse, pero ese es otro cuento) que acompaña las escenas, completa el cuadro y nos demuestra que estamos en un juego de hipocresías sin fin, de pura apariencia, en donde la madre abnegada no lo es tanto, el fiel y perdedor esposo quizá no lo sea, y la malvada villana… bueno, ella sí es más mala que Kuno Becker.
En una cinematografía tan decadente como la de Hollywood, Un pequeño favor es un soplo de frescura. Feig no es uno de los mejores creadores americanos, pero quizá esté cercano a serlo. Hace unos años sorprendió con la frescura de Damas en guerra (Bridesmaids, 2011) y desde entonces ha ido subiendo de nivel su trabajo. Su nueva cinta no es una casualidad, ya que si se mira con detenimiento, la semilla estaba en todas sus producciones, incluso en su injustamente odiado remake de Ghostbusters y en su filme más convencional y vulgar, Spy, irónicamente, su mayor éxito de público.
Una buena opción si estás desquehacerado y con unos cuantos pesos libres para el cine. Vale la pena.
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