Pocas veces me he salido del cine y todas las veces que lo he hecho ha sido porque en verdad tengo una urgencia, ya que aunque la película sea mala, por respeto al público (es bastante incómodo ver las cabezas atravesándose a media cinta) más que por los que trabajan en el filme, procuro aguantar hasta el final, aunque sea porque alguien me hizo el favor de despertarme. El caso de Tenemos la carne (2016, Emiliano Rocha Minter) es uno en el que estuve a punto de hacerlo.
Perdón por los spoilers, pero en verdad, para medio entender lo que vi y explicarlo debo ser muy específico.
Un vagabundo vive en una casa abandonada y prepara un combustible a base de pan de maíz (bolillos) que cambia con unos seres misteriosos que viven en otro cuarto, otra dimensión, en el subsuelo o sepa la bola dónde. Después vemos a una pareja de jóvenes hermanos que sale de una coladera para pedirle asilo. Él los acepta con la condición que lo ayuden a hacer una cueva de cartón. Ella se enamora de él. El vagabundo loco los obliga a tener relaciones mientras se masturba. Al llegar al orgasmo muere y los dos hermanos son felices. Poco a poco los dos comienzan a extrañarlo; él porque tiene hambre y ella porque lo quiere. De pronto el cadáver desaparece y renace literalmente en la cueva. Nos damos cuenta que la cueva es en realidad una matriz o un útero. El vagabundo, ahora rejuvenecido, se viste como narco. Secuestran a un soldado, lo matan y se lo comen. Con la sangre, ahora, el tipo genera el combustible como antes lo hacía con el pan. No les cuento el final por si se atreven a verla. Y por cierto, no es ciencia ficción, como muchos alegan, es simplemente cine fantástico.
Si una película ha cosechado en sus exhibiciones el odio y la incomprensión ha sido justamente la ópera prima de Emiliano Rocha Minter, debido, principalmente a que plaga su trabajo inicial de incesto, canibalismo, necrofilia, escenas sexuales explícitas y todas las porquerías posibles. Incluso, durante el pasado festival de Sitges rompió el record de tuits ofensivos y de gente que se salió de la sala. Le llegaron a decir al director que era una especie de Gaspar Noé pero excesivo y en ácidos, y cosas por el estilo. Pero seamos francos, no era para tanto.
El lado positivo de la película es que es una especie de paráfrasis semi religiosa del poder y cada uno de sus personajes representan un aspecto de nuestra realidad, por ejemplo, Mariano (curioso nombre), interpretado por un Noé Hernández que parece aquí algo así como Cantinflas pasado de “Tonayan”, podría ser el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que como reluciente Jesucristo, resucita a los tres días y después se deja comer por todos sus “discípulos” para vivir eternamente; Fauna, la chica y Lucio, su hermano, serían el pueblo, mientras que la niña embarazada sería la inocente patria vejada y la cueva la institución del poder que fundó el PRI. De más está comentar que el soldado secuestrado se llama México. Visualmente es muy atractiva y la fotografía bastante más que decente.
Pero por desgracia, esto no es suficiente para hacerla una buena película.
Una teoría del cine dice que si no se pueden atrapar a los espectadores en los primeros cinco minutos, los perdiste irremediablemente, y eso es lo que le pasa a Tenemos… Logra atraparte hasta ya casi terminada la primera parte del trabajo y para entonces, empiezas a medio entender de qué va el asunto si no te saliste o si no te dormiste. Las actuaciones son muy disparejas y van de la hiperteatralidad (por no decir sobreactuación) de Noé Hernández, hasta la falta de tablas visible de los jóvenes María Evoli y Diego Gamaliel. Otra situación que incomoda son los saltos abruptos de la continuidad, amén de los clises que no pueden faltar en este tipo de cine (¿referencias fallidas o fusil mal empleado de Andrzej Żuławski, Gaspar Noé, Alejandro Jodorowsky, y otros?), por ejemplo el uso de la termografía cuando dos personajes hacen el amor para demostrar que andan bien calientes (literalmente). Además, abundan los diálogos pretenciosos que buscan ser trascendentes y terminan siendo francamente mamertos (“El amor no existe, sólo las pruebas de amor” o “…tibia como la vagina de la Virgen María”) y las escenas de sexo gratuito, que buscan ser de cine de arte y terminan pareciendo de porno setentero.
¿Es mala? Sí, definitivamente. Pero no es terrible. Se han visto cosas peores y más de mal gusto en la cartelera con cintas francesas o alemanas (de Gaspar Noé o Michael Haneke para ser específico) y las aplauden como si fueran obras maestras. Lo que en verdad representa es el estado del cine mexicano (que es muy hermético o muy complaciente con el público) y su crítica, ya que mientras muchos la alaban sin realmente entenderla, otros la desprecian por lo mismo, porque no entienden. Y si se observa atentamente en las entrevistas que han dado el director y los actores, ellos tampoco saben qué diablos hicieron. Pues así qué se puede esperar del resto que la vimos.
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