La última entrega de Star Wars, la saga creada por George Lucas, es una perturbación en la fuerza.
¿Alguien recuerda los años 80? Teníamos el cine más grotesco que se haya hecho jamás, una de las crisis económicas más escandalosas nunca vistas, muchísima corrupción y, a nivel mundial, la guerra fría, el inicio del SIDA, el apartheid y párenle de contar. Cualquiera sabe que no toda la música era buena, había mucho cine malo y sobre todo, se glorificaban e imitaban los años 40. Aunque en esa época hubieron buenos filmes, algunos verdaderos clásicos del cine, lo cierto es que también, al igual que hoy, se explotaban franquicias y la calidad de algunos de sus productos son verdaderamente lamentables: Cazafantasmas 2, Superman IV, etc.
No, verdaderamente, los 80 no fueron la era dorada que los millennials creen.
Star Wars, por ejemplo, se ha convertido en una vaca sagrada para el público (y algunos críticos también), al grado que muy poca gente se atreve a comentar que no es para tanto.
Todos los nacidos entre 1960 y 1970 crecimos adorando la saga de la familia Skywalker. Recuerdo que la primera vez que vi Star Wars (después rebautizada Episodio IV: Una nueva esperanza) fue en 1977, en el Cine Cosmos, que estaba en la Clzda. México Tacuba, y que hoy representa el más colosal fracaso del Gobierno del PRD en la Delegación Miguel Hidalgo, ya que iba a ser a ser el mayor centro cultural de la zona, e incluso, una recién estrenada Delegada, Xochitl Galvez, anunció con bombo y platillo, que ella iba a terminar la obra.
En ese entonces, sin saber bien por qué, desde el momento en que apareció en pantalla la frase “En una galaxia muy, muy lejana”, sentí una emoción similar a la que hoy en día tienen mis sobrinos al verla. Para toda mi generación se volvió mucho más trascendente que la saga de la familia Buendia, sin ofender a mis amigos colombianos, con quienes colaboro en The End Magazine, y ese mismo sentimiento se le transmitió a nuestros hijos, de forma tan natural como aprenden el catecismo y el amor al futbol. Cuando George Lucas anunció que sería una trilogía, fue el hecatombe. Los episodios V y VI son considerados de las 3 cintas básicas de la ciencia ficción, y El imperio contraataca, cuenta con uno de los guiones mejor escritos de la historia del cinematógrafo (por su manejo de personajes, sus excelentes diálogos, su impecable balance entre la comedia y el melodrama, y sus sorprendentes giros de tuerca). Más de 10 años después, cuando Lucas anunció la nueva trilogía, contando el origen de Anakin Skywalker, el inefable Darth Vader y patriarca de la familia, todos volvimos a enloquecer, para más tarde, lamentarnos y mentársela a su autor, por haber creado una porquería tan terrible que resultaría peor que caer en el estómago de un Sarlacc, para ser digerido por toda la eternidad (sí; una referencia demasiado warsie). La venta de Lucas Films a la corporación Disney, dejó a todos con un poco de esperanza porque siquiera continuaría con la historia de la familia más maldita de todo el sistema solar. Y eso es lo que se esperaba de la nueva trilogía que culminará en el año 2019.
Star Wars, episodio VII: El despertar de la fuerza (2015, J. J. Abrams) resultó, si bien más divertida que las precuelas, muy inferior en comparación a las clásicas de los años 70 y 80. Una de las cosas que más enojaron a los fans en su estreno, fue la sorpresiva muerte de Han Solo – quizá el personaje más amado de la saga – a manos de su hijo hipster y chilletas. Con todo y eso, cuando el estimable Rian Johnson (Looper, 2012) se subió al X-Wing (más referencias warsies), todo indicaba que Star Wars, episodio VIII: Los últimos Jedi (Star Wars: Episode VIII -The Last Jedi, 2017) sería una de las mejores de la franquicia. Pero no fue así.
Nadie se imaginaba que dividiría a la crítica, entre los que se orgasmean declarando que es la mejor del la nonalogía desde el episodio V, hasta los que piensan que es una tomadura de pelo. El público ni se diga; se la ha pasado mandando a la galaxia más, más lejana, con todo y su sacro santa, a Johnson por haberse atrevido a volver a Leia Organa, la más pequeña y amada de los Skywalker, un émulo galáctico de Mary Poppins o que Luke, el motivo principal de la existencia de las cintas, haya muerto como un vil cobarde, que mandó a su holograma a distraer al hijo mariquetas de Han Solo y Leia. Incluso, el día en que estoy escribiendo esto, apareció una petición en change.org para que desaparezcan el filme del canon oficial, que la refilmen y si se puede, que le corten la garganta a Johnson o siquiera que lo castren y le den sus cositas a los perros. Y como siempre que alguien sube una petición pendeja (con perdón) a la plataforma, al momento de terminar este párrafo, lo habían firmado más de 43,620 personas a las que les importa un cacahuate que desaparezca la vaquita marina o que Trump haya amenazado a los mexicanos con hacer un muro en la frontera e intente iniciar una guerra con Corea, pero eso sí, les encabrona que Disney destroce su infancia – que seguramente, dejaron hace mucho tiempo.
La película no es mala, pero sí es muy dispareja. A diferencia de lo visto en el episodio V y en Rogue One, una historia de Star Wars (2016, Gareth Edwards, quizá la mejor de la franquicia en muchos años), los momentos dramáticos y los cómicos chocan, de tal manera que uno hace ver ridículo al siguiente; por ejemplo, el vuelo mágico de Leia, que es de verdadera ñoñería, o la aparición de los porgs, los pajaritos ojones, que es de una estupidez tan predecible, como una rabieta de Javier Lozano. Otra cosa muy criticable del trabajo de Johnson es la desaparición de personajes tan emblemáticos para la historia que sin ellos se pierde el sentido de las 3 trilogías. Es como si (nuevamente, haciendo referencias a 100 años de soledad) García Márquez hubiera decidido, a media novela, desaparecer a los Buendía y contar todo desde la perspectiva de Eréndida y su abuela. También deciden realizar Mcguffins tan forzados que nadie resulta sorprendido, como la muerte del Líder Supremo Snoke, un personaje que debió explotarse más, o la utilización de actores esplendidos en personajes tan secundarios, que ni siquiera les permitieron lucirse en lo más mínimo.
Cuando se anunció que se construiría un mega centro cultural en las ruinas del Cine Cosmos, se exhibieron planes tan controvertidos como la edificación de una torre para observar toda la colonia, o que el control del sitio quedaría en manos de la sección canadiense del Cirque du Soleil. Cuando salió de la delegación Víctor Hugo Romo, Xochitl Gálvez, se ofreció terminar el proyecto en varias ocasiones,. Pero pasaron los días y la hoy todavía jefa delegacional, dimitió de la obra y ahora se pueden observar las obras, realizadas con los impuestos, claro, llenándose de polvo y plantas, como un monumento al fracaso de Romo y Gálvez. Eso mismo es Los últimos Jedi: Los retazos del legado de George Lucas y una demostración de que, a veces los grandes planes, se vuelven los más enormes fracasos.
Dedicado a Juan y Danny, mis hermanos colombianos.
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