Spider-Man: De Regreso a Casa significa el ingreso del trepa-muros al MCU y también demuestra que no tiene cabida ahí.
Es inevitable la comparación entre Spider-Man (2002, Sam Raimi) y Spider-Man: De regreso a casa (2017, Jon Watts) debido, entre otras cosas, al hecho que no ha pasado demasiado tiempo entre la última cinta de la trilogía de Raimi (apenas 10 años) y ésta. Para acabar pronto, si ésto se hiciera, la nueva encarnación del personaje saldría perdiendo, principalmente porque la visión del también director de El despertar del diablo (1981) es más la de un director ante una película, es decir, que le interesa más hacer cine, que un capítulo más de una franquicia que a su vez será parte de otra todavía mayor. Y así es como se debe ver la tercera producción del novel Jon Watts.
Habiendo aclarado esto, entro directamente en materia, ya que creo que no hay necesidad de develar cosas de la trama, porque es exactamente lo mismo que se ha venido haciendo desde las caricaturas de los años 60. La única variante, es que es la obra que introduce al personaje a la continuidad de Universo Cinematográfico Marvel.
Dejando de lado las situaciones que se han comentado y que seguro se seguirá haciendo en redes sociales (el abanico multicultural de personajes que cambia la raza y la edad de prácticamente todos ellos, el problema con la continuidad que hace que la cinta ocurra en el futuro, que nunca se usa el “sentido arácnido”, etc.) y los prejuicios hacia el cine de superhéroes, hay que reconocer que el que la cinta haya sido producida por Sony y no por Marvel, permite que la visión sea más fresca y desenfadada. No es cierto, como muchos críticos han subrayado, que parezca una película de John Hughes, ni que es el mejor Spider-Man de la historia. Es más, por desgracia, arrastra algunos problemas porque, a final de cuentas, es un capítulo más de la larga e interminable telenovela de Los vengadores. Eso sí, un capítulo muy divertido, pero al final, uno más. Aquí no se pueden encontrar temas profundos ni referencias a cintas de culto, aunque los más “nerdys” encontrarán muchos easter eggs y referencias a los cómics.
La trivialización de lo trivial es lo que sobresale. Aquí no está el superhéroe solitario y atribulado por sus problemas económicos, familiares y morales, que lo hizo tan atractivo en un inicio, sino que sólo hay un adolescente tratando de sobrevivir al bullying y a los problemas escolares. Aparece un Tony Stark/Iron-Man, que será su figura paterna y la tía May deja de ser la sabia anciana y se convierte en la MILF más deseada de toda la secundaria, lo cual seguramente dará pie a otro tipo de traumas que de milagro no transformarán al jovencito en un súpercriminal. Lo más atractivo de este trabajo es sin duda la actuación de Michael Keaton. Su interpretación de The Vulture deja atónito a medio mundo e indiscutiblemente manda fuera de foco a todos en el reparto. Incluso gente tan experimentada como Robert Downey Jr. y Marisa Tomei se quedan fuera de cuadro con la pura presencia de este veterano actor, que hace recordar que no fue casual su Golden Globe por Birdman. Su Adrian Tome está lleno de furia y amargura, es un personaje que el histrión supo moldear y a su vez ajustó a su estilo, muy mesurado en comparación a otros papeles que ha hecho, un villano tan oscuro y profundo que quizá desde la Cat-Woman de Michelle Pfeiffer para Batman regresa (1992, Tim Burton) no se veía en el cine de superhéroes. En 1989, cuando se estrenó Batman, de Burton, todo mundo decía que el villano se había robado la película, que aunque Keaton era un gran actor, había sido superado por el callo y el colmillo de Jack Nicholson. Años más tarde, el mismo actor resulta el ladrón de una historia pensada para hacer lucir al recién llegado Tom Holland.
Una película menor que es a su vez un capítulo mayor de una historia que siempre tendrá un letrero de “continuará…”
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