La última cinta de Cuarón desata controversia en redes sociales y es nominada a 3 Golden Globes
Roma (2018, Alfonso Cuarón) es, para los estándares de las nuevas generaciones, extremadamente clasista.
Para aclarar el punto, les contaré que narra, en una serie de cuadros, la vida de una sirvienta de una familia de clase media en la Colonia Roma de principios de los años 70. Basada en la familia del autor, oriundo de la colonia que le da título a la obra, comienza mostrando la rutina cotidiana de la fámula, lavando el patio de la casa todos los días, que a los pocos momentos de terminar nuevamente queda sucio por las cacas del perrito mascota que se la pasa brincando frente al zaguán. Debe recoger al niño más pequeño de la familia, arreglar el desmadre que dejan todos los días, preparar la comida, etc. Y por ser la consentida, le permiten estar en la sala, sirviendo y viendo tv con el núcleo familiar, mientras su mejor amiga y compañera de trabajo come en la cocina. Al día siguiente, al irse, el padre pisa una mierda y la madre la regaña por no limpiar el patio. Inmediatamente levanta el excremento, le lanzar agua, jabón (Roma, seguramente) y repite su rutina. El domingo, como todas las empleadas domésticas, se dirige a la Alameda Central a “echar novio” con un militar, el cual la preña y se desaparece. Al enterarse la patrona, en lugar de enojarse, decide apoyarla. Su rutina seguirá siendo la misma, a pesar de lo avanzado de su embarazo. Deberá limpiar, planchar, recoger al niño, llevar las maletas cuando la llevan de compañía en las vacaciones, etc. No quisiera contar más para no quemar la cinta, pero al final comprendemos que es considerada parte de la familia, igual que el perrito y la abuela sin nombre, pero eso sí, nunca dejará de ser la sirvienta, igual que el perro será siempre la mascota de la casa y la viejita, el mueble más antiguo.
Ahora bien, en el contexto en que se desenvuelve, Roma no tiene nada fuera de lo común. En el siglo XX era de lo más normal el que en la clase media se tuviera servidumbre cohabitando en la casa, que se encargaba muchas veces de ser mamá, confidente, compañera y hasta amante en ausencia del padre y/o de la madre. Eso sí, nunca dejaba de ser “la chacha”, una empleada más, pero no contaba con seguridad social, ni aguinaldo, ni mucho menos de reparto de utilidades. Eso, hoy en día, sería clasificado como racismo o incluso, esclavismo, sin embargo, es una situación que aunque en menor medida se sigue dando, no hay muchas organizaciones de derechos humanos que se encarguen de los casos (aunque esta semana la Suprema Corte de justicia de la Nación emitió una orden para que tengan derecho al IMSS). Casi siempre son jovencitas, la mayoría de las veces menores de edad, que literalmente son secuestradas de su pueblo. En ocasiones, llegan a durar tanto con la familia, que sirven hasta 3 generaciones y terminan sus días siendo enterradas por ellos, porque sus hijos o nietos a duras penas las conocen o simplemente, nunca formaron su propia parentela.
Anecdóticamente, Roma tampoco es nada nuevo bajo el sol. Hay muchas películas mexicanas que han retratado de una u otra manera la vida de las “muchachas”, sin embargo, hay que reconocer que es un trabajo sobresaliente y poco común en el triste panorama del cine nacional.
La cinta tiene un cuidado formal y técnico sorprendente. La reconstrucción de época es asombrosa y la fotografía, en blanco y negro, logra que cada encuadre pueda servir, por sí mismo, como una pieza que podría adornar cualquier pared por su elaborada composición. El diseño sonoro es apabullante, no es un elemento de adorno. Sabiamente, Cuarón lo emplea como una herramienta dramática más, algo que pocos realizadores comprenden en nuestro país. El ritmo es un poco lento, contemplativo, que va in crescendo, permitiendo que se llegue a un final climático. Sin embargo, el desenlace, la escena que da pie a los créditos, se desinfla y se siente un poco cortada, quizá porque el autor quería dar a entender que la vida sigue.
El trabajo es impecable y algo muy afortunado es que el director sabe cómo llegar a todo tipo de público. A los nostálgicos, les da una probada de la tecnología, la música y la arquitectura de la época tan minuciosa que quienes vivieron en ese lapso de tiempo, no dejan de pensar en “yo estuve ahí”, “me acuerdo que fui a ese cine”, “se parece a la casa donde viví”, “yo veía ese programa”, “mi coche era como ese”. Del mismo modo, permite una identificación entre las mujeres, e incluso, muchos ven en él un análisis sobre la condición de la mujer en los 70. A los que quieren ver en Roma una obra de arte, hay muchas referencias fílmicas, tiene un aire de Fellini, Buñuel, Jodorowsky, de realismo mágico (la fiesta de disfraces en navidad, la aparición del Profesor Zovek), así como cierta influencia de José “el Perro” Estrada, Alberto Bojórquez y Jaime Humberto Hermosillo, grandes realizadores mexicanos, que hicieron algunos de los melodramas familiares más hermosos de la cinematografía nacional. Sin embargo, siendo realistas, ni es tan nostálgica, ni tan artística y mucho menos es un análisis a la condición femenina y al machismo, como han querido vender sus productores y el mismo director.
Siempre, al excederse en el todo, hay cosas que se salen de control y una de ellas es que quizá por cuidar tanto lo técnico, se descuida lo actoral. Las interpretaciones son muy disparejas, hay algunas muy inspiradas, como la de Marina de Tavira y otras que parecen extraídas de una película de Carlos Reygadas pero mal actuada (así de terrible). Destaca, sin embargo, como todos lo han comentado, la dirección que se hace a Yalitza Aparicio, una chica que no estudió actuación y que crea un personaje entrañable que difícilmente podría interpretar una actriz salida de academia. Hace un tiempo, cuando me dedicaba todavía a dirigir y escribir teatro, utilicé a una ex alumna mía, de un taller, en un montaje, en el que el resto de las actrices eran profesionales. Una de ellas me comentó que le maravillaba el trabajo de esta niña porque tenía una entrega y candor que los histriones de carrera pierden, quizá porque ya no sienten tanto asombro y nervio como los chicos que recién empiezan. Por lo mismo, su entrega es mayor porque sienten más a flor de piel que los que tienen formación profesional. Y eso es lo que ocurre con Yalitza.
Algo curioso es que la crítica profesional solo se ha encargado de calificarla como “obra maestra” por sus logros técnicos, que no son pocos, o por lo conmovedor de su historia o lo nostálgico de su ambientación. Hay, en el fondo, una historia en la cual pareciera que se quiere justificar las condiciones de las trabajadoras domésticas en ese entonces, convirtiéndolas en parte de la familia, como una esclavitud asumida, aceptada y aceptable, quizá porque el director – quien según demuestra en entrevistas está consciente de cómo viven las sirvientas en nuestro país – no se atrevió a ensuciar la imagen de su parentela. Esto no le quita el ser la mejor obra Alfonso Cuarón, un tipo hábil, inteligente y capaz. Pero algo que no cuadra es que muchos de los que hoy aplauden Roma son los mismos que condenan trabajos tan importantes para el cine como Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1938, Victor Fleming), porque según ellos es racista y justifica la forma en que se trataba a los negros, volviéndolos parte de la familia, como una esclavitud asumida, aceptada y aceptable. Eso habla de la doble moral empleada por los críticos y el público a nivel mundial. Se han derretido en halagos porque “salieron llorando del cine” como si esto convirtiera en una opus magnum a cualquier filme (bueno, en realidad eso opinan de una mierda como No se aceptan devoluciones), porque tiene un excelente recreación de época – cómo olvidar las 5 estrellas que le dio el Cine Premiere a Cantinflas (2014, Sebastián del Amo) – o porque su director ganó un Oscar, como si esto lo volviera incólume al fracaso y no es así, si no me creen, pregúntenle a Steven Spielberg por qué filmó Hook (1991). Esa doble moral en la sociedad se manifiesta en estupideces como la infame “Marcha Fifí”, que si bien estaba justificada en una base sólida como lo es el hecho que no todos piensan igual y no todos estaban en contra de la cancelación del aeropuerto, los mismos participantes se encargaron de descalificarla al echar consignas contra “los chairos” muertos de hambre e ignorantes y la caravana migrante, llena de criminales, vagos, mugrosos y cochinos. Y como colofón, mientras aplauden la actuación de Yalitza Aparicio en Roma, por otro lado, en redes sociales, se burlan de ella por aparecer en la revista Vanity Fair vestida con un Louis Vuitton, con comentarios tan burdos como “sigue pareciendo del tianguis”, “aunque la mona se vista de seda”, “lo que callamos los prietos”, etc. ¿Así está bien expuesto o lo quieren todavía más claro?
Sí, Roma es una obra imprescindible. Sí, es la mejor cinta de Cuarón y del cine mexicano de los últimos tiempos. Sí, es conmovedora e impresionante. Sí, es clasista y está sobrevalorada. Y sí, también es la primera vez en que no sé si estoy o no ante una obra maestra, porque la pongo a la altura de Lo que el viento se llevó, pero también a la de The Birth of a Nation (1915, D. W. Griffith) y Triumph des Willens (1935, Leni Riefenstahl), obras que muchas veces han sido vilipendiadas con justa razón, una por apoyar al Ku Klux Klan y la otra por ser un documento que glorifica el nazismo. Sin embargo, pasaron a la historia por su maestría técnica y por sus no pocos aportes a la realización cinematográfica. Guardando las distancias con la obra del realizador de Gravity (2013), me queda la duda, sin embargo, de si pesa más la indudable habilidad técnica con la que fue hecha o lo endeble y rebuscado de su mensaje. Lo único que tengo claro es que estamos viviendo en la época más hipócrita de la historia, quizá, irónicamente, desde los tiempos de la antigua Roma, pero no la colonia, sino el imperio. Y esa mancha no la vamos a quitar ni con jabón Zote.
Tráiler para insertar https://www.youtube.com/watch?v=6BS27ngZtxg
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