Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw y esas neuronas que no funcionan bien

En estos días en que los superhéroes saturan las pantallas, el que exista una franquicia que no sea de este subgénero debería ser una bocanada...

9 de agosto, 2019

En estos días en que los superhéroes saturan las pantallas, el que exista una franquicia que no sea de este subgénero debería ser una bocanada de aire fresco, pero por desgracia, al hablar de Rápido & Furioso, es como respirar un montón de gasolina. Son cintas que desde su llegada han ido escalando en exageración y testosterona. Su productora, Universal, se ha mantenido viva gracias a esta y a Jurassic Park, pero esta última serie de películas al parecer no han tenido tanto éxito como se esperaba, así que ni modo, se debe de explotar a la otra hasta que no dé más y por lo mismo, no es raro que exista su primer spin-off, Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw (Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw, 2019, David Leitch).

La cinta cuenta lo que ocurre cuando dos de los personajes secundarios de la franquicia, Hobbs y Shaw, que se odian, son reclutados por la CIA para que capturen a una agente que se robó un virus altamente peligroso, mismo que piensa utilizar una organización malvada que intenta apoderarse del mundo y que además de todo son dueños de varios medios y prensa – algo así como Televisa.

Siendo honestos, no he tenido el hígado de ver completa casi ninguna película de la franquicia, todas las he visto en pedazos y sólo porque las pasan en la tele o en los ADO. La única que más o menos soporté fue la séptima, y me pareció más mala que los tacos de afuera del metro Normal. Sin embargo, Hobbs & Shaw tiene muchas cosas que a pesar de ser parte del fenómeno, la aleja bastante de él. Vamos. Es como los chilaquiles y las enchiladas: Básicamente son lo mismo pero saben diferente. Empezando porque el spin-off lo dirige David Leitch, especialista en cine guarro de acción. El cocreador de John Wick (2014, en compañía de Chad Stahelski) y director de Deadpool 2 (2018), sabe que un tema así es mejor no tomarlo ni medianamente en serio. Y así, con un espíritu propio de Taika Waititi o James Gunn, se dedica a usar a su favor todos los excesos posibles, aunque al final su cinta parezca una caricatura del correcaminos.

Visualmente es mucho más rica que cualquiera de las anteriores de la saga, con el plus que no hay tantas persecuciones o batallas en autos, ni tampoco – bendito sea el Señor – reguetón. Aunque tampoco es para saltar de gusto; siendo francos, resulta casi un remake de aquel malísimo pero divertido thriller de acción de pareja dispareja que fue Tango & Cash (1989, la más amarga derrota de Andréi Konchalovski, uno de los mejores directores de la historia) y al igual que esta, se sostiene gracias a la química entre los protagonistas.

Ahora bien, aunque no es del todo mala (ni tampoco buena), cabe mencionar que pudo haber sido peor. Es excesiva y abigarrada. Es como ir a un mal buffette chino, lleno de porquerías que no puede uno dejar de comer, aunque ya haya repetido el menú dos veces. Llegan momentos en que uno se siente como si hubiera ido a la feria y se decidió dejar el mejor juego para el final. Así, después de subirse a todos, al llegar al que debería ser el más espectacular, no se siente absolutamente nada, porque ya estás atascado de adrenalina.

Siempre procuro terminar mis textos con una reflexión sobre la condición actual del cine y su exhibición, sin embargo, en esta ocasión no tengo absolutamente nada qué decir. Aunque debo reconocer que la cartelera en estos días está tan jodida que un ejercicio tan estéril como ver Hobbs & Shaw, es quizá la menos peor opción que se puede tener.

Una película tan mala y divertida, que al salir uno se pregunta si funcionan bien sus neuronas.

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