Desde que el cine introdujo entre sus géneros la ciencia ficción se ha especulado sobre los androides, los clones y los dobles llegados de realidades paralelas. Hay grandes obras sobre el tema, como Metropolis (1927, Fritz Lang), The Terminator (1984, James Cameron), Multiplicity (1996, Harold Ramis), entre muchas otras. Pero Proyecto géminis (Gemini Man, 2019) la última obra del galardonado Ang Lee, no entra en la extensa lista.
Cuenta la leyenda que a mediados de los años 90, el guionista Darren Lemke le presentó a los estudios Disney la idea de la película, que habla sobre un asesino y espía a punto de retirarse y que es traicionado por el gobierno, quienes envían a un clon de él mismo, pero en versión joven, a matarlo. El asunto les pareció interesante, primero al productor Jerry Bruckheimer y después a Ang Lee, quienes empezaron el desarrollo no sólo de la producción sino de la tecnología necesaria para poder llevar a cabo la titánica labor de rejuvenecer al actor que fuera a protagonizar el filme. Incluso hay un video con una prueba temprana para determinar si era posible.
Pero debido a que no les satisfizo la prueba, el proyecto fue almacenado hasta apenas hace dos años, gracias a que los avances técnicos ya son lo suficientemente eficientes para poder realizar el trabajo y a la obsesión de Hollywood por rejuvenecer y revivir muertos. Sin embargo, mejor lo hubieran dejado enterrado. El lado positivo del filme es que cuenta con una fotografía impecable, está filmada en 3d nativo (la mayoría de las cintas exhibidas en ese formato están realizadas en 2d y transformadas digitalmente), en 4k a 120 fps y con sonido Dolby Atmos y por fortuna, en México puede verse así; el ritmo es frenético y no permite darse tiempo para aburrirse, amén de que hay excelentes escenas de acción – la persecución en motocicletas por Cartagena y la pelea en la ferretería son asombrosas – aunque esto no es suficiente para lograr una buena película.
El asunto está demasiado envejecido y ya se ha visto en innumerables ocasiones, siempre con resultados poco satisfactorios o trascendentes, como en The kid (2000, Jon Turteltaub) y Looper (2012, Rian Johnson), curiosamente, las 2 con Bruce Willis de protagonista. Will Smith insiste en demostrar que las nominaciones al Óscar por The pursuit of happyness y Alli fueron pura méndiga casualidad y quien no conozca a profundidad la obra de Ang Lee no comprenderá el porqué decidió realizar un filme tan mediocre.
El director parece estar obsesionado desde el inicio de su carrera en que los padres son los responsables de en qué se transforman sus hijos. Desde que apareció en la escena mundial con The Wedding Banquet (1993), se veía cierta inclinación a criticar a la familia como causante de los males que aquejan al mundo, lo cual se repite en menor medida en Eat Drink Man Woman (1994). En The Ice Storm (1997), Lee se encara directamente en esta situación, destrozando por completo la forma en que se ve la familia en el cine y termina por darle la estocada en 2 de las obras más famosas de su carrera: Crouching Tiger, Hidden Dragon (2000) y Hulk (2003). En la primera, el padre de familia es sustituido por un maestro que debe detener a su discípulo aunque tenga que matarlo y en la segunda, el villano es un padre que, literalmente, hace todo lo posible por volver a su hijo un monstruo. Y es precisamente esta última la que se parece más a Proyecto géminis.
Al igual que en Hulk, el “padre” es el responsable de volver al “hijo” una bestia. En este caso, el jefe del proyecto de marras, que decide tratar al clon de Will Smith como su hijo para de esta manera asegurarse que se va a volver el mejor asesino del mundo y a su vez, que será un soldado eficiente y fiel. Sin embargo, al darse cuenta de quién es y cuáles son los motivos de su “padre”, “Junior”, como le llaman escuetamente al doble, decide revelarse y apoyar a su yo mayor, que a final de cuentas se volverá como un segundo padre. Y las similitudes con la fallida adaptación del gigante verde de los cómics y esta, no se quedan ahí. Al igual que ocurrió con su visión del personaje de Marvel, parece que el realizador hongkonés no sabe diferenciar un trabajo de encargo de uno personal. En la del “Hombre increíble”, quiso realizar una obra reflexiva, que a su vez homenajeara al medio de donde salió el material original, así como a la serie de tv sobre el mismo que se volvió famosa en los 70, pero que también fuera comercial y espectacular, fracasando de forma escandaloza. Quizá por lo mismo, en esta última ocasión se nota que el productor no lo dejó encargarse del corte final y por desgracia, el resultado está más cercano a Bad boys o Armageddon. Algo que todavía empata más a las 2 cintas es sin duda el hecho que a Lee, parece que le gusta mucho eso de los personajes digitales.
El japonés Masahiro Mori acuñó una teoría a la que llamó “el valle inquietante”, la cual explica que los seres humanos tenemos un mecanismo de rechazo hacia figuras u objetos que se asemejen demasiado a nosotros. Un ejemplo sería que un personaje animado, aunque sea un hombre o mujer, que se parezca lejanamente a nosotros (Los Simpson, por ejemplo), que a pesar de que sabemos que representa a alguien de nuestra misma especie, por sus características visuales no permite que nos identifiquemos con él. Sin embargo, uno creado a imagen y semejanza nuestra, comienza a sernos desagradable y a generarnos incomodidad. Muchos dicen que eso fue lo que generó el fracaso de obras fílmicas como Final Fantasy: The Spirits Within (2001, Hironobu Sakaguchi), Mars Needs Moms (2011, Simon Wells) y ahora quizá esta.
Quién sabe porqué sus realizadores se inclinaron por usar un clon generado totalmente de forma digital en lugar de una técnica de rejuvenecimiento en el actor. Quizá porque esta última tecnología está todavía en pañales y sus resultados no son del todo satisfactorios en muchos casos (echen un ojo al tráiler de The Irishman). Y aunque el fruto de esto es apabullante y quizá sea la mejor creación humana hecha en una computadora, hay algo en “Junior” que automáticamente nos manda al “valle inquietante”. De alguna manera, desde los avances, uno sabe qué es lo que está viendo y lo que se busca es encontrarle defectos, ya sea que los ojos son demasiado brillosos, o que la voz está descuadrada por micromilésimas de segundo, o lo que sea. El caso es que uno no puede nunca entrar en la convención de que es un doble joven del personaje principal y a final de cuentas, termina rechazando la obra, aunado al hecho de que cuenta con el final más ñoño de los últimos años.
Hay productos que por muchas causas se fueron atrasando y cuyos autores se obsesionaron tanto con ellos que hicieron todo lo posible por terminarlas. Desafortunadamente, quizá por el tiempo pasado desde su concepción hasta su final pasó demasiado tiempo, que terminaron siendo sendos fracasos. The Man Who Killed Don Quixote (2018, Terry Gilliam), Boyhood (2014, Richard Linklater), The Other Side of the Wind (2018, Orson Welles), entre otras, acabaron como los productos más fallidos de sus realizadores y tristemente, la última de Ang Lee será recordada como otra más que debió quedarse en el recuerdo de sus creadores.
En el año en que volvieron triunfalmente Quentin Tarantino y Pedro Almodovar, resulta frustrante ver al antaño explosivo y talentoso director chino convertido en uno más del montón, en un fallido émulo de Michael Bay (Transformers). No cabe duda que el dinero mata la dignidad.
Una obra ágil, mediocre y que da más tristeza que coraje. Un fracaso total pero filmado en un 3d bien bonito.
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