Cuando vi Polvo (2019), el debut profesional del actor José María Yazpik, sentí un aire familiar al escuchar el primer parlamento de Jesús Ochoa, un chiste nada gracioso que narra la disyuntiva a la que se enfrenta un abogado que entrenó a una persona para que pudiera ganar una demanda, bajo la promesa que al terminar le pagaría. Cuando el leguleyo en cuestión intenta cobrarle le dice que no va a pagarle, aunque lo demande, pero que piense que si gana el juicio, significa que no tiene por qué darle nada y si pierde, no tiene que pagarle porque le mintió y no le enseñó bien. El remate del chiste malo es genial e inesperado: “Lo leí mientras estaba cagando”. De alguna manera, dicho soliloquio me recordó el humor de Alejandro Ricaño, al que admiro desde hace años y que es sin duda uno de los mejores, sino es que el mejor, de los dramaturgos mexicanos contemporáneos. Y mayor fue mi sorpresa cuando en los créditos vi que el guión estaba firmado al alimón por el director y el prestigiado narraturgo.
Polvo, ubicada en los años 80, cuenta la historia de un pobrediablezco aspirante a actor (nuevamente una constante de RIcaño) que es obligado a regresar a su pueblo para recuperar un cargamento de cocaína que una avioneta accidentada tuvo que tirar para tratar de salvarse. El regreso significa encontrarse con sus amores pasados, su familia con quien no parece tener nada que ver, sus amigos y un mundo que lo hace debatirse entre lo que perdió y lo que nunca quiso tener.
La cinta está estupendamente fotografiada, las actuaciones, principalmente del trío protagonista, son muy correctas y se nota una extraordinaria química entre ellos, lo que genera un timing excelente en esos extraños diálogos que dicen todo y no hablan de nada. Mariana Treviño demuestra que cuando no tiene que gesticular como loca y hay un buen director detrás de ella, puede llegar a ser extraordinaria y Adrian Vázquez (quien ha trabajado desde el inicio con Ricaño), crea un muy entrañable policía, maestro, entrenador y amante desesperado, que hace un estupendo contrapeso con el personaje de Yazpik. Desgraciadamente, el anticlimático final, echa a perder un trabajo que sobresale de los que han realizado los otros “Charolastras” (Diego Luna y Gael García Bernal).
Polvo, aunque tome como pretexto la recuperación de la cocaína, no es un narco-film sino un análisis superficial, por desgracia, de la realidad del país, en el que incluso en esos paradisiacos lugares (no tiene nada que ver con la miseria retratada en Heli, de Amat Escalante o en Rambo: Last Blood), conviven la miseria de unos y la abundancia de otros. Hay abusos de poder, diferencias sociales muy marcadas, racismo (güerocrácia y prietocrácia) y ambición desmedida. Algo más que se puede encontrar es una reflexión sobre los paraísos perdidos. El personaje de “el chato” (Yazpik), mira al regreso a su terruño todo lo que pudo ser su vida si no tuviera que vivir en una farsa, si no hubiera decidido perseguir un sueño absurdo. Es un filme de perdedores entrañables, como todas las creaciones de Ricaño. Y sí, lo que he buscado decir desde el principio, es que parece más el debut del guionista/dramaturgo/director, que la de su realizador.
Polvo es, para pesar y ventaja de Yazpik, más afín al universo del creador de los más curiosos montajes que han estado en la cartelera mexicana: Más pequeños que el Guggenheim y El amor de las luciérnagas son las dos de las obras de autor más exitosas del teatro contemporáneo. Las dos llevan más de 5 años en escena y se han replicado en muchas partes del mundo. En ellas, así como en sus menos populares, pero no desconocidas, Idiotas contemplando la nieve y Lo que queda de nosotros, existen muchos de los planteamientos que sostienen a Polvo: La añoranza por el pasado, el peso y la consecuencia de los sueños, los silencios y palabras sin sentido que dicen más que el escándalo, la naturaleza humana y la provincia mexicana. Quizá esto se deba a que los guionistas coincidieron (con Adrián Vázquez incluido) en Un hombre ajeno. Tal vez, durante esa temporada, nació la idea de que el narrador contara la historia que planeaba el actor. Será por eso que su ópera prima huele más a Riñón de cerdo para el desconsuelo que a Polvo de cocaína.
Es una lástima que nadie se haya percatado de esto, que la crítica y la prensa sólo se conformen en ver la superficie y no se fijen en el fondo. Aunque esto, para nada demerita la primer cinta del protagonista de No sé si cortarme las venas o dejármelas largas, por el contrario, da esperanza de que en un siguiente trabajo siga con ese ímpetu de hacer cosas diferentes a lo habitual en una cinematografía atascada de comedias idiotas, comedias románticas, narco filmes y obras tan herméticas y deprimentes que solo los jurados de los festivales aguantan ver.
Polvo es un magnífico debut tanto de un novel y prometedor director como de un extraordinario dramaturgo, que llega dignamente a las pantallas. Ojalá y que su trabajo no se pierda en el Polvo.
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