Narcos vuelve a Netflix, ahora preparándose para tocar territorio nacional.
Aunque nunca me ha gustado, confieso que siempre me ha preocupado la descomposición que tuvo el género de la telenovela. Atrás se quedaron los tiempos en que la chica pobre se enamoraba del chico rico, él se casaba con ella por vengarse de su ex novia o de su familia y terminaban enamorándose. La llegada de los temas polémicos a partir de la inefable Nada personal y las novelas colombianas y venezolanas, cambiaron el panorama. Ahora cuentan la historia de un chico pobre que quiere ser rico, compra una chica y la “tunea” con el dinero que gana vendiendo drogas. El villano ya no es un ex malvado o la familia de alguno de ellos, sino la DEA. Ahora ya no son “telenovelas”, sino “narconovelas”. Y eso ha sido el factor de éxito de Narcos y a la vez el porqué muchos aún no se atreven a verla.
Empecemos diciendo que Narcos no es una “narconovela” o una “narcoserie”, como les llaman ahora. A pesar de tocar temas en común a muchas cosas que se ven en el canal Imagen, al mismo tiempo se aleja de ellas. Narcos le debe más a las series como Hill Street Blues o a The Wire, incluso, tiene más en común con Homeland o The Bridge. Pero sin duda, su mayor influencia (y referencia, también) son Los intocables, aquella mítica serie de los años 60s, y la película Traffic (2000, Steven Soderbergh), que curiosamente, intentó ser una serie de TV que no trascendió demasiado.
Narcos narra la historia de cómo llegó la droga a los Estados Unidos, de cómo pasó de ser un negocio ilegal pero hasta cierto modo inofensivo, a ser uno de los que más ganancias (y muertes) ha dejado. Lo hace desde el punto de vista de un par de agentes de la DEA, encargados de la cacería de Pablo Escobar. A partir de la tercera temporada, sólo el agente Javier Peña regresa y se centra en la captura de los líderes del cártel de Cali y prepara el camino para el arribo de los cárteles mexicanos.
A diferencia de otras opciones que tiene Netflix sobre el tema (Sobreviviendo a Escobar, La reina del sur, El Chapo, El cártel de los sapos, Pablo Escobar, El patrón del mal, etc.), en ésta el tratamiento es menos ofensivo. Si bien es cierto que dignifica la labor de los agentes norteamericanos y los hace ver como los buenos, no hay glorificación de los criminales. No se cuentan sus historias personales más allá de lo que tiene que ver con el tiempo en que estuvieron activos en el narcotráfico. Si se observa, por ejemplo, un capítulo de El señor de los cielos o de Pablo Escobar, como ejemplo, uno se encuentra con interpretaciones sobreactuadas, exceso de violencia gráfica y cámara lenta. Narcos, por el contrario, está enfocada en la investigación policiaca, en la lucha contra el mal, como cualquier otra serie policiaca americana, en el resolver el caso. Usa escenas extraídas de documentos de la época, y una voz en off similar a la empleada en el cine negro hard boiled, para poder darle emoción y credibilidad al asunto.
En la 3ª temporada, a diferencia de las dos anteriores, hay menos acción, sin embargo, esto no le resta emoción y la tensión constante se siente en cada capítulo. Esto es muy benéfico, porque de alguna manera ayuda a entender las diferencias que hubo entre Escobar y “los caballeros de Cali”. Mientras uno era violento y agresivo, los otros intentaban negociar y aparentar que estaban en paz, incluso, se sabe que apoyaron la campaña de Ernesto Samper, presidente en ese entonces de Colombia, y que controlaban prácticamente todo en el país: teléfonos, policía, políticos, etc. Como su visión era más empresarial, estaban planeando su rendición y una especie de armisticio, que les permitiría poder seguir al salir de una breve temporada en prisión, con su vida como empresarios, lo cual era su largo anhelo.
Es curioso. Narcos no intenta dar una lección de historia, por el contrario, se le ha criticado mucho (y más en los círculos cercanos a los que retrata) el que a conveniencia altere algunas fechas y acontecimientos, mismo que es aceptado por la producción. Sin embargo, a diferencia de las demás “narcoseries” y “narconovelas”, que pretenden o dicen que cuentan los hechos tal y como ocurrieron, resulta más aleccionadora, ya que los resultados son precisamente los que cuentan las crónicas de la época. Como prueba, baste seguir la historia de Jorge Salcedo, a quien se debió la posibilidad de capturar a los perseguidos.
Con un espectacular elenco global, encabezado por Pedro Pascal, Damián Alcázar, Arturo Castro (Broad City), José María Yazpik, Pêpê Rapazote, Javier Cámara (Hable con ella, 2002, Pedro Almodóvar) y más, la serie ha logrado atención mundial, volviéndose una de las mayores apuestas de la plataforma online. Sobresale Matias Varela, un actor Sueco, que habla perfecto español y que logra un sensible personaje. Y es quizá en el elenco lo que la hace fuerte y a la vez, la debilita. Resulta que es difícil no sentirse incómodo con la extensa variedad de acentos que existen, pasando de un Damián Alcázar que de repente suena como chilango, o un Pêpê Rapazote que de pronto parece más de la KGB rusa que de la mafia colombiana. Aun con todo, la serie funciona en donde las otras “narco series” no: En la lección moral de que el crimen no paga y que tarde o temprano las acciones tienen consecuencias. Un mensaje muy elemental, es cierto, y quizá hasta anacrónico en días en que un idiota gobierna la presidencia (aquí puede ponerse el país que gustes y mandes, cualquiera es exactamente lo mismo) y el crimen está a la orden del día, pero necesario para empezar a detener el mal que nos aqueja al vivir en el “puente de la droga”.
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