- Megalodón llega a las pantallas para hacerte apagar el cerebro y divertirte como pez en el agua
Muchos van a decir que soy un bipolar o que me gusta llevar la contraria, pero Megalodón (The Meg, 2018, Jon Turteltaub) no es una mala película, vaya, ni siquiera es una película.
Jon Turteltaub es un realizador mediocre que desde finales de los años 80 se ha dedicado a filmar cintas de medio pelo que resultaron sorprendentes éxitos de taquilla y, en algunos casos, verdaderos clásicos Godinez, de esos que incluso se exhiben en los cursos de superación personal. Jamaica bajo cero (Cool Runnings, 1993), Mientras dormías (While You Were Sleeping, 1995), Fenómeno (Phenomenon, 1996) o Mi encuentro conmigo (The Kid, 2000), son recordadas en todas las conversaciones de las secretarias de los “inges”, que están explotando sus “zonas erróneas” (sin albur) y buscando sus “áreas de oportunidad”, mientras leen el más reciente bestseller de Paulo Coelho y se echan el último video motivacional de Daniel Habif, antes de ir a tomar un café al Starbucks. Otra de sus gracias es la manufactura de espectáculos cutre que no tienen ni pies ni cabeza pero eso sí, cuentan con Nicolas Cage, en algo tan extravagante que parece un ser humano normal, como los son la saga de La leyenda del tesoro perdido (National Treasure, 2004 y 2007) y El aprendiz de brujo (The Sorcerer’s Apprentice, 2010), así que no es extraño que aceptara filmar una cinta sobre una bestia asesina, que acecha en las profundidades del mar.
Basada en la serie de libros homónimos de Steve Alten, Megalodón cuenta lo que ocurre cuando tres exploradores submarinos son atacados por una bestia prehistórica y deben ser salvados por un rescatista alcohólico que quizá se había encontrado con el animal de marras en el pasado, pero al intentarlo, libera al bichote y deberá destruirlo, aunque deba perder la vida en el proceso y enamorarse de una madre soltera y su encantadora bendición, lo cual, a finales de cuenta, es prácticamente lo mismo.
Se dice con bombo y platillo que se intentó levantar el proyecto desde 1997, y que por sus filas pasaron directores tan diversos como Gillermo Del Toro, Jan De Bont, Eli Roth, entre otros. Y se ha llevado las críticas más variopintas que se puedan encontrar, al grado que hay quienes la consideran una obra a la altura de Tiburón (Jaws, 1975, Steven Spielberg) y otros que la califican como peor que Sharknado (2013, Anthony C. Ferrante), es decir, sólo unos centímetros menos mala que La casa de las rosas o cualquier otra de las bellezas de Manolo “Almodovarito” Caro. Sin embargo, todos reconocen que por lo menos, se divirtieron, aunque sea, criticando sus múltiples descalabros. La verdad es que es una cinta que, para empezar, no podría soportar un análisis profundo porque no está pensada para eso. Es un trabajo superficial, que busca divertir un público específico que no son ni los amantes de los blockbuster de verano ni los “ñoños” amantes de los superhéroes, ni mucho menos la crítica cinematográfica. Está pensada para niños, pero no le interesa a los productores darles un mensaje ni positivo ni negativo, sino simplemente divertirlos. Y si uno no se pone muy exigente, se la puede pasar muy bien.
La cinta homenajea o “fusila” a clásicos de monstruos gigantes y marinos, como Tiburón, Jurassic Park (1993, Spielberg), Alligator (1980, Lewis Teague), King Kong (1976, John Guillermin), Piranha (1976, Joe Dante), Orca (1977, Michael Anderson), entre otras bellezas que sembraron pesadillas en los sueños de muchos niños (mi primo, por ejemplo, no pudo ir al baño tranquilamente durante una buena temporada, después de ver Alligator). Todas ellas son cintas que no buscaban más que espantar y emocionar a los pequeños, y eso lo logra Megalodón sin ningún problema. Además, al ser una producción china, está dirigido a ese mercado principalmente, por lo que el humor resulta bastante incomprensible o bobo en ocasiones, pero nunca se dice una mala palabra y no hay ni de asomo alguna referencia sexual.
Se dice que el cine es, ante todo, un espectáculo y a veces, a los que escribimos sobre él, se nos olvida. Y por eso, muchos intentaron hacer una crítica como tal, a un trabajo que, como comentaba al principio, ni siquiera puede calificarse como cine, sino simplemente como un divertimento sin ninguna expectativa más que la de mantener emocionados a los chamacos (de ahí que no haya ni gota de sangre humana, por ejemplo). La visión del producto en formato 4DX y 3D hace que se complemente el combo, haciéndola ver como lo que es en todo su esplendor: Un espectáculo de feria, un juego de simulador, una subida a la montaña rusa, una partida de videojuego de X-Box. Tratar de hacer una crítica resulta tan infructífero como intentar reparar una llanta de bicicleta con hilo y aguja, como tratar de comprender un garabato hecho al azar. Y lo mejor, en este caso, es apagar el cerebro y dejarse llevar por algo menos pretencioso que la película mexicana mala de la semana, que intenta pasar por trascendente aunque en el fondo persiga lo mismo que el Megalodón, léase, tragarse lo que encuentre a su paso.
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