Manchester junto al mar: un lugar para los perdedores

Después de haber visto Manchester frente al mar (Manchester by the Sea, 2016, Kenneth Lonergan) me quedé meditando...

3 de marzo, 2017

 

Después de haber visto Manchester frente al mar (Manchester by the Sea, 2016, Kenneth Lonergan) me quedé meditando cómo explicar el por qué no podría ganar el Óscar al que fue nominada, siendo una de las mejores de las que estaban en la lista. Lo pensé por días y por eso escribí sobre Zootopia. Ahora, sin esa presión, puedo abordar el tema sin tener que justificar las cosas. ¿Por qué no gano? Muy sencillo. Imaginen un cocinero que quiere impresionar a un par de comensales que llegan de improviso. Lo único que tiene son tortillas, chiles verdes, tomates verdes, cebolla, pollo y queso. Exacto. Lo primero que llega a la cabeza es hacer unos chilaquiles o en su defecto, la segunda opción, unas enchiladas. Con esto nuestro chef sale del problema y sabe que por lo menos quedarán satisfechos y contentos porque comerán algo conocido. Pero a lo mejor el cocinero decidió hacer unos tacos dorados de pollo con salsa verde. En el caso de Manchester…, lo que ocurrió es todavía más extremo.

El filme narra la historia de un hombre que pierde a su familia y decide abandonar su lugar de nacimiento (Manchester by the sea, Massachusetts). A la muerte de su hermano debe regresar para los funerales, pero descubre que ha sido designado como tutor de su conflictivo sobrino adolescente. Entre los dos habrá un choque tremendo, principalmente porque el hombre no se siente capaz de poder sacar adelante a su sobrino y el chamaco no quiere dejar su pueblo natal. Con estos elementos en mente, se podría tener una cinta de esas que alegan sobre la importancia de la familia, con actuaciones grandilocuentes, música melosa y final reconciliador. Pero en lugar de eso, Lonergan opta por el camino difícil, al fin y al cabo, no es Gabriele Muccino. El resultado es totalmente diferente a lo esperado, con actuaciones controladas y situaciones que en otro caso podrían volverse ridículas o provocar clises (la madre alcohólica que se volvió cristiana, por ejemplo).

Casey Affleck alcanza quizá la mejor actuación de su carrera, aprovechando al máximo el semi autismo emocional del personaje (lo cual quizá no le fue tan difícil porque es el sello característico del estilo histriónico de su familia). Las demás actuaciones del filme logran conmover precisamente por esa frialdad que Lonergan los hace transmitir. Cuando llevan al padre a la funeraria, deciden dejarlo congelado hasta la primavera para poder enterrarlo porque el suelo está endurecido por el hielo que cubre Manchester en esos días. De la misma manera, los sentimientos y emociones de todos los personajes parecen estar encerrados en bloques de hielo, que a la muerte del padre se han ido derritiendo poco a poco. Aquí no hay buenos ni malos, ni seres mezquinos, para el director sólo existen personas que están tratando de sobrevivir al dolor y la pérdida.

Ahora, hablando un poco de los Óscares y de los “osos” tan grandes que se cometieron (el premio equivocado para La la land que era para Luz de luna, la imagen de la muerta equivocada en el memorial, así como la ausencia en el mismo de la difunta actriz transexual Alexis Arquette, etc.) hay que reconocer que tanto esta como Hasta el último hombre debieron tener más premios que los que obtuvieron. Se pueden comprender los motivos que se tuvieron para tomar tal o cual decisión pero por desgracia, por demostrar su rechazo a Donald Trump y sus políticas, se ignoró, por ejemplo, a la muy bien realizada Sully: hazaña en el Hudson (Sully, 2016, Clint Eastwood) debido seguramente a que su veterano director apoyó la candidatura del hoy presidente de EE.UU. Otra circunstancia fue el reconocimiento a la cinta iraní El cliente (Forušande‎, 2016, Asghar Farhadi) como mejor cinta extranjera, de la que todos sabían que su director no iba a ir en protesta por las políticas hacia los extranjeros del “orange bad hombre”. Otros ejemplos fueron el muy sorpresivo y mal dado premio a Luz de luna y el obtenido por Zootopia como mejor largo animado. La primera no lo merecía más que por el hecho de contar la triste historia de una María la del barrio, pero de piel negra, hombre homosexual y narco, es decir, todo lo que odia el señor del castor muerto en la cabeza (sólo le faltó al combo que fuera mitad mexicano e inmigrante ilegal). La segunda, aunque es muy buena y agradable, tiene como tema el racismo, la discriminación y las drogas. Alguien me comentaba que muchas veces el odio daba obras maestras y es algo cierto. Pero en este caso, no es una obra de arte lo que se pretende hacer o premiar, sino el galardonar a lo que demuestre que Hollywood no se va a doblegar ante un gobernante que representa todo lo contrario a lo que ellos quieren hacernos creer que son. Y ante este panorama, es evidente que una estimable cinta como Manchester junto al mar no puede ganar. Y es una lástima. Eso es tan deplorable como la manera de pensar de Donald Trump.

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