El mes de mayo tiene la particularidad de que las salas de cine tienen un descanso de las producciones de superhéroes y blockbusters que la inundan durante la semana de pascua y el verano. Aunado a la sequía que ha sufrido la ciudad (sumado a esto la contingencia, el calor excesivo y los incendios forestales), parecería que fílmicamente ocurre algo similar, pero de pronto, en el desierto que es la cartelera, uno se puede encontrar una de esas breves lluvias que refrescan el cerebro y que son fáciles de analizar porque, en primera, no tienen una base de fans maníacos detrás de ella, que te reclaman por criticar sus “pelis” como si fueran cine de arte y sin embargo, piden que les entreguen premios como si fueran llanamente algo parecido a una película, puedes hablar tranquilamente sin tener que quedar bien o mal con nadie. Tal es el caso de Lo que fuimos (What They Had, 2018) de la debutante Elizabeth Chomko.
La historia está basada en los recuerdos de la actriz y guionista Chomko, aunque no es biográfica, y narra lo que ocurre cuando una mujer con alzhéimer se escapa. Su hija, que vive en Los Ángeles, regresa a la casa paterna para ayudar en la búsqueda y descubre que las cosas ya no son como ella pensaba, además que le servirá de autodescubrimiento y reforzará sus lazos familiares.
En principio podría parecer un melodrama de esos que ayudan a enriquecerse a las fábricas de pañuelos desechables, pero en el fondo es más cercana a cintas como Manchester by the Sea (2016, Kenneth Lonergan) o The Good Girl (2002, Miguel Arteta), es decir, es de esos trabajos de bajo presupuesto, interpretado por celebridades cansadas de los filmes millonarios, que aceptan trabajar por el mínimo para poder hacer lo que aprendieron en la escuela, es decir, actuar.
En este sentido, el trabajo está encabezado por una muy eficiente Hilary Swank, como la hija cocinera, adicta a la vida saludable; seguido de un sorprendente Michael Shannon, que demuestra que hay vida después del cine de superhéroes, interpretando aquí a su desesperado hermano que ha dedicado los últimos años en cuidar a sus ancianos padres; y una destacable Taissa Farmiga, como la hija de Swank, que no sabe qué hacer con su vida. Los veteranos Blythe Danner y Robert Forster dan vida a los padres de esta peculiar familia, con la solvencia característica de los histriones de la vieja escuela.
Técnicamente es muy correcta sin ser sorprendente, su guión está lleno de frases que evocan metáforas e imágenes que podrían parecer un tanto forzadas (- “Ya habías dejado de fumar, ¿qué pasó?” –“La vida, eso fue lo que pasó”) y sin embargo, debido al oficio de los 5 intérpretes, no se sienten ridículas ni rebuscadas. Un detalle muy importante es que toda la producción está plagada de detalles que de alguna manera remiten a los sentimientos de los personajes, algunos de forma muy torpe – como al anciano padre le llamaban de cariño “pavito”, al final, aparece en el camino un pavo de forma muy buñuelesca y que podría significar que el espíritu del difunto está por ahí o simplemente, que su hija lo recordó al ver al animal. Sin embargo, en conjunto es uno de esas obras que te dejan pensando y como no llega al sentimentalismo burdo acostumbrado en este tipo de filmes, la sensación de incomodidad o nudo en la garganta te puede acompañar por horas.
Si uno busca un mensaje en este filme, ese sería que el amor es confundido con el egoísmo y el compromiso con posesión. Mientras el padre está empecinado en que su mujer enferma se quede en casa con él, a pesar de ser cardiaco, porque su compromiso ante el altar es cuidarla en las buenas y en las malas, su hijo, agotado física y emocionalmente por estar al pendiente de ellos, quiere recluirla en un geriátrico. El primero parecería ser el que más ama, el que entrega amor y compromiso, mientras el segundo es el egoísta, el que sólo piensa en su bien, por eso llamó a su hermana porque sólo ella puede convencer a su terco papá. Sin embargo, al correr el filme, nos damos cuenta que los roles están invertidos, que el que ama en realidad está siendo el egoísta al no dejar ir a su ser querido a pesar de que no tiene la fuerza suficiente para cuidarlo y sabiendo que pronto será un desconocido por la enfermedad de su amada. El hijo es el que piensa todo desde su desesperación y es quizá el que mejor entiende el significado del compromiso, el amor incondicional que no por eso deja fuera la razón. Del mismo modo, cada uno de los personajes descubre que el amor significa dejar partir a quien amas si por cualquier causa ya no puede estar contigo, que el amor significa también hacer sacrificios.
Una película compleja, divertida, emotiva y que sin duda, es como la lluvia del miércoles en la CDMX: Incómoda pero necesaria.
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