Ruth Bader Ginsburg (RBG) se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los más sui géneris símbolos de la lucha por la equidad de género. Jueza de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, no sólo es reconocida como uno de los más inteligentes combatientes sociales (siempre ha peleado desde el sistema, manipulándolo para que poco a poco se adapte a la realidad que se vive), sino porque es quizá la más tenaz opositora de Donald Trump, quien sabiendo que el puesto que ella ocupa es vitalicio, espera pacientemente el día en que la octogenaria jueza de su último aliento. Sin duda, por eso es que el cine de estos días, enfocado prácticamente en la igualdad racial y de género, encontró en ella su heroína natural. Sobre su pequeña y aparentemente frágil figura, que esconde una guerrera imparable, se han realizado diferentes trabajos en diversos medios, desde libros y comics, hasta canciones, entre los que destacan las dos películas que se han realizado sobre ella: el impecable documental nominado al Oscar, RBG (2018, Julie Cohen, Betsy West) y la cinta que hoy es el tema de esta entrega, La voz de la igualdad (On the Basis of Sex, 2018, Mimi Leder).
La película se concentra en sus inicios en los años 50 como alumna pionera de la carrera de derecho en Hardvard y después, ya en los años 70, como defensora de un caso de discriminación hacia un hombre soltero que no podía deducir de sus impuestos el sueldo pagado a una enfermera para que cuidara a su madre enferma, algo que, según la ley vigente en ese momento, estaba destinado exclusivamente para las mujeres y los hombres casados. La lucha por sacar adelante este caso se vuelve importante porque de ganarlo, se sentaría un precedente para poder modificar todas las leyes que segregaran a cualquier persona por su sexo o raza.
Visualmente, el filme es bastante correcto. La reproducción de época es minuciosa y la fotografía es muy buena, no así la horrible banda sonora que le da aspecto de uno de esos telefilmes que producía el desaparecido canal Hallmark. Y desgraciadamente, eso es lo que aparenta ser. Es un trabajo cumplidor, que se deja ver si no hay nada mejor qué hacer y que incluso, si uno anda de buenas, hasta puede volverse tópico de discusión camino a la casa.
Tristemente, las interpretaciones de los protagonistas son el punto más bajo de la obra. Felicity Jones y Armie Hammer, que interpretan a Ruth Bader y su esposo, el carismático Martin Ginsburg, son quizá dos de los intérpretes menos talentosos que existen hoy en día y a pesar de que físicamente recuerdan a verdaderos, les hacen un feo favor, ya que ella está muy lejos de la sobria y controlada abogada que es la RBG real, y muy por el contrario, parece de repente una explosiva y sombría feminista, más cercana a la Julia Roberts de Erin Brockovich (2001, Steven Soderbergh). Y él, que era un hombre carismático y simpático, resulta en manos de Hamer, menos gracioso que un fregadazo en la cara.
Y es que el principal problema de la producción es precisamente el documental que se filmó el mismo año. En él se puede ver en menos de hora y media la figura de una mujer inteligente, que ha sabido de forma muy creativa, sacar adelante no uno sino múltiples casos que han permitido que las mujeres norteamericanas puedan, hoy en día, hacer casi cualquier cosa que se propongan. En este documento se puede entender el por qué se ha vuelto un ícono dentro del feminismo. Se ha tornado tan popular en E.U. que incluso hay playeras, memes, parodias en programas cómicos, y de cariño le llaman RBG, como si fuera un rapero. La cinta de ficción minimiza este estatus y lo vuelve un filme más de tribunales, de esos que se realizaban en los años ochenta, a pesar que se nota que sus intenciones eran acercar al personaje al pensamiento contemporáneo – el comportamiento de la hija al ser piropeada por unos albañiles, por ejemplo, responde más al de una militante del #MeToo, igual que los comentarios de las alumnas de Bader, que al de una mujer en los años 70, lo cual no es para nada malo si se piensa en la importancia del mensaje que quieren hacer llegar.
En estos días en que los movimientos feministas están volviéndose no una moda sino una necesidad, en el que las mujeres están volteando de cabeza al mundo para luchar contra los feminicidios y han abierto las discusiones sobre la legalización del aborto, el que exista una mujer como Ruth Bader es más que indispensable, y solo por eso vale la pena esta cinta, aunque palidece ante la verdadera mujer que intenta representar. Por lo demás, cinematográficamente, no aporta nada y lamentablemente, quizá pase desapercibida o será olvidada dentro de poco.
Un trabajo regular, con un par de intérpretes más antipáticos que Platanito Show contando chistes de la guardería ABC, y un tema que debería estar en la mesa, que por desgracia, le queda muy grande a la producción.
Festival de la canción de Eurovisión: la historia de Fire Saga y la decadencia de la comedia americana
Will Farrell es un tipo muy inteligente. Aunque no lo parezca, representa lo que queda de una tradición de...
julio 6, 2020El presidente o ¿a qué diablos huele el fútbol?
El futbol no me gusta. Y no como deporte. Debo reconocer que tiene su dificultad y como todas las...
junio 29, 2020Enmienda XIII o por qué Tenoch le puso el cubrebocas a Chumel
El 1 de junio, una vez que empezaron las protestas por la muerte de George Floyd en Estados Unidos,...
junio 22, 202020 años de amores perros parte 2: 5 lecciones que le dejó al cine mexicano (Y que les valieron m/%#”s a los cineastas)
El 16 de junio del año 2000, un mes después de su primer visionado en el Festival Internacional de...
junio 15, 2020