La biopic (abreviatura de Biographic Picture) es otro de esos géneros que tanto gustan a los norteamericanos, y más cuando se trata de seres que superaron las adversidades y saltearon sus límites. Aunque ninguna ha retratado los hechos tal y como ocurrieron porque es imposible resumir una vida en dos horas, algunas son verdaderas obras maestras pero la mayoría simplemente no valen mucho la pena. El caso de Hambre de poder (horroroso título para The Founder, 2016, John Lee Hancock) es por desgracia de la segunda categoría.
La cinta narra cómo Ray Kroc, un ambicioso vendedor de segunda categoría, encuentra de pronto un pequeño restaurante dirigido por los nobles hermanos Mac y Dick McDonald, quienes inventaron un método para vender comida elaborada previamente para acortar los tiempos de espera. El nombre de su comedero, lógicamente, es McDonald’s (bien originales los angelitos). Curiosamente, eso fue lo que hizo que le llamaran tanto la atención al vendedor y que viera en él, el potencial para volverlo una cadena.
La película parece hecha por encargo de los dueños de la franquicia o en su defecto, por un cerebro consumido por la grasa de sus hamburguesas. El director, John Lee Hancock no sabe qué hacer con una historia que podría haber sido precisamente sobre el hambre de poder del asqueroso título mexicano y lo convierte en una loa a un tipo malo que le arrebata su patrimonio a unos monitos buenos (y pendejos, perdón por la palabra pero es la verdad), deja a su amante esposa y le quita la suya a uno de sus socios, nada más porque la otra es más joven, menos fea y más güerita. El señor Hancock es tan mal director que siempre se le escapan las historias y no sabe qué hacer con grandes actores, como pasó en El Álamo: La leyenda (The Alamo, 2004), que se volvió una mala copia de un capítulo de cualquier programa de History Channel a pesar de contar con Billy Bob Thornton, Emilio Echevarría y Jordi Mollà o en El sueño de Walt (Saving Mr. Banks, 2013) que convierte a un excelente Tom Hanks en una especie de Walt Disney estúpido. En el caso de Hambre… no sabe conducir a un maravilloso Michael Keaton que construye un personaje sólido a pesar de los intentos del director de volverlo un estereotipo. Si algo vale la pena de su trabajo es precisamente porque Keaton no se deja dirigir y lleva a su protagonista hacia lo que él necesita como histrión. Una de las mejores escenas de la cinta es cuando Kroc se encuentra practicando su discurso ante el gobernador de California en los setenta, Ronald Reagan, y de pronto se cuestiona si lo que hizo está bien, pero al final no siente remordimientos.
Curiosamente, si algo llama la atención de la película es cuando se narran los métodos del “señor hamburguesa” para lograr sus propósitos y cómo se fue conformando el “estándar” de “calidad” de los productos y por qué se le ocurrió lo de “la gran familia McDonald’s”. De pronto se habla de los cálculos hechos para determinar tanto el tamaño de la cocina como la distancia y el orden en que deben estar los instrumentos, las cantidades y el peso de los productos, así como el tiempo que se debe emplear en la cadena de producción. También se cuenta que el verdadero negocio de McDonalds no son las hamburguesas sino los bienes raíces. Se comenta que para poder hacer rentables los restaurantes, los franquiciatarios deben rentar el local a la compañía o en su defecto dar un porcentaje mayor al que se entrega para cubrir las pérdidas. Es decir, la compañía nunca pierde.
Si algún valor llega a tener la producción es porque al final de cuentas no es aburrida, pero eso sí, nunca llega a ser fascinante y el gran error que tiene es que nunca se define entre la crítica al señor Kroc (y por lógica al capitalismo más salvaje y derechista) y la loa al restaurante de marras como ejemplo del American way of life. Kroc resulta ser fascinante y hasta simpático, mientras los McDonald son seres grises y estúpidos en su sencillez. Si se quiere ver un trabajo sobre la voracidad corporativa, mejor echarle un vistazo a obras como Tucker: un hombre y su sueño (Tucker: The Man and His Dream, 1988, Francis Ford Coppola) o El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2014, Martin Scorsese). Hubiera sido interesante que se llegara hasta el punto en que empiezan las demandas por obesidad o que se sabe que usan carne de segunda y restaurada, o las demandas por mala praxis que ha tenido la compañía, o el maltrato a sus empleados, o…
Una película menor que desperdicia a uno de los mejores actores que existen, que se queda muy lejos de lo esperado y nos deja con la sensación de una de las hamburguesas que hace la empresa: Con una tremenda culpa por haber gastado en ella.
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