Game of Thrones y la decadencia de la televisión

Debo reconocer que a mí me cuesta mucho trabajo ver Game of Thrones , algo que tuve que hacer para poder realizar esta reseña, básicamente...

10 de mayo, 2019

Debo reconocer que a mí me cuesta mucho trabajo ver Game of Thrones, algo que tuve que hacer para poder realizar esta reseña, básicamente porque tiene varios elementos que nunca he podido conciliar: demasiado sexo gratuito, demasiados desnudos, demasiadas tramas y subtramas, demasiados personajes, demasiada mezcla de géneros y sobre todo, demasiados fans, lo cual no es para nada malo y por el contrario, se puede decir que a final de cuentas es lo que la ha hecho tan popular. Ahora, antes de que a los fanáticos de GOT se comporten como Marvelivers y se me vayan al cuello, quiero decir que es indudablemente un parangón en la televisión y que me agrade o no, hay un antes y un después de la más exitosa producción de la hoy segundona HBO.

Si alguno de los que me están leyendo nunca han visto un capítulo, les trataré de resumir (algo casi imposible) de qué va el asunto. Hay 3 líneas narrativas importantes; en la primera, vemos a la familia Stark – cuyo hijo mayor Tony, murió como Jesucristo para librarnos de los pecados y sí, es broma, ese Stark no tiene nada qué ver aquí, pero no pude evitar hacerlo. En realidad, el patriarca de la familia, Ned Stark, es buscado por el rey Robert Baratheon para que se integre como su mano derecha, ya que su hombre de mayor confianza ha sido asesinado. Al mismo tiempo, la esposa del rey Albert anda de incestuosa con su hermano gemelo y es descubierta por uno de los hijos menores de “La Casa Stark”, por lo que el gemelo lo arroja al vacío, dejándolo paralítico. Stark se dedica a investigar quién asesinó al ayudante del monarca y descubre muchas cosas que dejan chiquito a los Borgia y que más bien parecen dignas del Grupo Atlacomulco, con asesinatos de candidatos, homosexualismo, incesto y todas las perversiones posibles incluidas. Al mismo tiempo, se cuenta sobre la joven Daenerys Targaryen, que es literalmente vendida al rey de los bárbaros por su hermano para que a su vez, este lo apoye para poder recuperar el trono que le arrebató a su familia Robert Baratheon. Daenerys resulta tener más resistencia de la que esperaba su hermanito, además que encuba unos huevos de dragón a los cuales va a criar como hijos y mascotas. La tercera línea narrativa cuenta de la Guardia Nocturna, guardianes de un muro que protege a los reinos de ciertas criaturas mitológicas llamadas caminantes blancos, los cuales son una especie de ejército zombi liderado por el “Rey de la Noche” y que después de miles de años han regresado. Así, al morir sospechosamente Robert Baratheon (tal vez, como su nombre lo indica “lo baratearon”), todos se lanzan por el trono y de repente hay más traiciones, muertes y venganzas que en una “narconovela” de Telemundo.

Una cosa que llama mucho la atención de la serie es la habilidad con que están adaptadas las novelas en que está basada. George R. R. Martin es indiscutiblemente el hijo pródigo de J. R. R. Tolkien, pero al mismo tiempo, toma demasiada distancia del creador de El señor de los anillos, saga con la que la suya tiene muchos elementos en común. No es raro que el primer acercamiento que tuvieron los productores de cine con Martin fue debido al éxito de las cintas de Peter Jackson, en 2001, pero por muchas causas no se cerró ningún trato hasta casi diez años después, en que la entonces innovadora HBO se arriesgó a filmar una serie que nadie se imaginaba que sería quizá la que más se recuerde cuando se haga un recuento de las creaciones artísticas y del espectáculo que marcaron el siglo XXI. También es notable el excelente casting, lleno en su momento de puros desconocidos, que al paso del tiempo se han tornado en súper estrellas (excepto Sean Bean – quien, por cierto, también fue asesinado en la primera de El señor de los anillos, pareciera que está destinado a no llegar nunca a la segunda – y Peter Dinklage, quien dicho sea con todo respeto, no sé si esté feliz o hasta la madre de ser el único enano que llaman en Hollywood cuando un personaje debe medir menos de 1.40 y no lo quiere Danny Devito). Otra cosa a notar es que su narrativa es más cercana a lo cinematográfico que a lo televisivo, incluso en su fotografía, de tal forma que podría ser una película de más de 60 horas, el sueño húmedo de Werner Herzog, quien hasta podría dirigir algunos capítulos sin quemar su trayectoria.

Ahora bien, lo más negativo quizá resulten algunos aspectos que hicieron famosas a las series de la productora, como el exceso de lenguaje soez y escatológico de ciertos personajes para demostrar la decadencia de la época (irónico si se piensa que en estas fechas es lo que más usamos) o el exceso de desnudos y escenas sexuales, muchas veces sin sentido. Vamos, para justificar esto, la mayoría de las veces los personajes platican elementos importantes de la trama mientas tienen sexo, lo cual no es en sí el problema sino que es difícil tomar en serio lo que dicen mientras balancean sus carnes. Esta situación, si bien es menos frecuente en las últimas temporadas, en las primeras era tan común que debieron contratar actrices porno para poder cubrir el exceso de encueradero. Hay incestos, violaciones, sadomasoquismo y demás parafilias, al grado que hasta el Calígula (1979) de Tinto Brass y Bob Guccione parece fifí. Hay más violencia explícita de todo tipo, desde evisceraciones, mutilaciones y todas las posibilidades que gusten y manden, que en la biografía del Chapo Guzmán. Algo más es que el que algunos parlamentos resultan más ridículos y ceremoniosos que los de El mártir del calvario (1952, Miguel Morayta), aunque Enrique Rambal tenía más gracia al decirlo que algunos actores, principalmente los más jóvenes. Sin embargo, en balance, esto puede pasarse de largo.

¿Pero cuál ha sido el factor determinante del éxito de la serie? No es solamente el que parezca la versión XXX de El señor de los anillos o Aguirre, la ira de Dios para millenials, tampoco lo es el que su creador sea el mismo que alguna vez modernizó con mucho éxito La bella y la bestia en una maravillosa serie de los años 80. Sin duda, la razón de su éxito es su perfecta mezcla de géneros, que van del fantasy a la ciencia ficción y el drama histórico, pero aunado a eso, el que sus personajes que han tomado más importancia al paso del tiempo sean una jovencita que ha superado todos los obstáculos para recuperar su herencia, sin importar si ha tenido que pagar con cuerpo o favores diversos, un paralítico que usa su inteligencia y valor para salir airoso de todo, una niña que se vuelve una guerrera, un enano que nadie pensaba que fuera tan taimado e inteligente y un bastardo que resulta tener una misión más importante de lo que todos pensaban. Es decir, como buena telenovela, sus héroes son los más improbables. Los valientes, los bravos, los que manejan como nadie la espada, pueden morir en cualquier momento, en ocasiones de forma absurda y sin sentido, como Ned Stark.

En el momento en que esto se escribe, la producción más exitosa de la televisión y de HBO en general, está a punto de terminar. Y eso es quizá lo más importante de todo. Su terminación va a determinar el futuro de su empresa creadora, que intentará poder sobrevivir sin su producción estrella. Por un lado, se anuncian estrenos como Watchmen, que buscan de alguna manera competir con las producciones de Netflix, su hija bastarda y que le ha quitado gran parte del negocio con propuestas que de repente podrían parecer clones de las de ella – House Of Cards, por ejemplo. Y por otro lado, también es importante que finalice porque ya empezaba a agotarse la fórmula, no vaya a pasar lo que con Walking Dead, que hoy en día parece más una mezcla de GOT con El planeta de los simios.

En medio de una dolorosa decadencia en los programas televisivos, encabezada por la televisión abierta que no sabe cómo adaptarse a los nuevos tiempos y a una guerra que parece va a perder contra el cable y los servicios stream, la conclusión de Game Of Trones viene a significar el fin de una época en que los reyes generaban contenido con estrellas a los que festejaba con regalos costosos y fiestas monumentales, en que los plebeyos corrían de sus trabajos y actividades para poder sentarse frente a su tele para ver el capítulo semanal. Quizá, después de GOT no haya un mañana para los servicios de TV tradicional y signifique que por fin el heredero bastardo pueda subir al trono. El rey ha muerto ¡Viva el rey!

 

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