Extraordinario, enésima cinta sobre un deforme de buen corazón, es un filme destinado al botadero del Walmart
Si algo nos ha enseñado Hollywood en todos estos años es que la gente con la cara deforme son buenas personas. Por esta premisa han pasado innumerables producciones: El hombre elefante (Elephant Man, 1980, David Lynch), Máscara (Mask, 1985, Peter Bogdanovich), El hombre sin rostro (The Man Without a Face, 1993, Mel Gibson), Un rostro sin pasado (Johnny Handsome, 1989, Walter Hill, que parecía predecir el futuro de su protagonista, Mickey Rourke), El Jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1996, Kirk Wise y Gary Trousdale), entre otras. La última en esta tendencia es Extraordinario (Wonder, 2017, 2017, Stephen Chbosky), lo que, por principio de cuentas, la hace menos que extraordinaria.
Basada en el best seller de Raquel Palacio, que hace unos años inundaba los estantes de Sanborns, cuenta la historia de un niño que nace con una enfermedad genética que le hace tener un rostro deforme. Cuando cumple 10 años debe ingresar a 5º grado, porque a esa edad ya no puede su madre seguirle dando clases en casa. En la escuela será víctima de incomprensión de sus compañeros, hasta que logra hacerse de un par de amigos, y poco a poco, irá superándose, hasta volverse el más popular del colegio. Al mismo tiempo, su hermana sufre porque su mamá prefiere al hijo bastardo del hombre elefante, y porque ya no le habla su mejor amiga; su madre intenta terminar su tesis y su papá… Bueno, ese no tiene ningún problema porque es un papanatas.
El problema con Extraordinario es que aunque tiene una fotografía muy buena, su música cursi y su ritmo paquidérmico, le dan al traste a cualquier buena intención. Decir que es una cinta muy gris sería un halago, no se aprovecha del todo al elenco, dejando a Julia Roberts a mitad de los registros a los que puede llegar, y aunque se nota muy buena la química de los actores, no se les dan las suficientes herramientas dramáticas para poder crear personajes verdaderamente conmovedores. Un ejemplo son los motivos del personaje de la mejor amiga de la hermana del protagonista, que decide dejar de hablarle porque se dio cuenta que a pesar del niño deforme, tenía una familia muy unida y feliz, así que de la noche a la mañana, sin un motivo aparente, decide dejarla hacer un papel en la obra escolar para que se luzca delante de su familia. Sí. Platicado así parece tener un motivo, pero para llegar a esta conclusión, el director se toma unos cuantos minutos, y no lo desarrolla bien, de tal manera que cuando ocurre, uno descubre que francamente, le vale gorro. Lo mismo ocurre con la muerte del perro, el que la hermana diga ser hija única para ligarse a un morenazo de fuego, y demás situaciones. Después de un arranque más o menos interesante, el camino que va tomando la cinta es más predecible que las elecciones en México, y sin necesidad de ponerse en plan pitoniso, uno ya sabe qué es lo que sigue: Que el niño se va a hacer de amigos, que todos lo van a querer por su inteligencia y amor a la vida, que se va a morir el perro, que un familiar escondió el casco, que le van a dar el premio de alumno del año al niñito, etc.
De nada sirve que el acabado visual y una o dos escenas estén muy bien resueltas, o que el maquillaje esté increíble, o que el elenco infantil sea de primera línea – incluso, sus personajes están mejor armados que los adultos –, el filme es más aburrido que la misa del domingo. Su duración, insisto, a pesar de no pasar de las 2 horas, es excesiva, simplemente porque desde la mitad de la cinta, uno ya sabe en qué va a terminar y el director y sus guionistas insisten en reiterar que el chiquillo es bueno y muy valiente, lo cual genera que uno no conecte nunca con los personajes; entre otras cosas más, porque no hay un conflicto verdadero. Y cuando existen las posibilidades de algo que pueda disparar interés, es apagado por las intenciones de demostrar que todos son buenos, hasta el antagonista. Por ejemplo, la hermana le tiene envidia al chico deforme porque su mamá se devela por él, por lógica, uno esperaría una catarsis, que el personaje hiciera algo por lo que se tendría que arrepentir de por vida, para al final alcanzar la redención. No. Los guionistas lo resuelven con una discusión porque la niña no quiere que su familia vaya a ver la obra en la que está colaborando y entonces, el feito, cree que están hablando de él y se va a su habitación, para que después lo busque su hermana para decirle que su perro está muy mal. Entonces, ya no hay disculpas o arrepentimiento; nos vamos a la escena de la obra en la que todos terminan felices y contentos.
Definitivamente, Extraordinario no es ninguna maravilla, y no le hace nada de justicia su título. Lo verdaderamente maravilloso de la cinta son los increíbles actores que son desperdiciados en un filme destinado a los botaderos del Walmart, entre esos blue ray que cuestan $30.00 pesos.
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