El hombre que vio demasiado, el documental sobre la controversial figura del fotoperiodismo mexicano, Enrique Metinides, llega en la misma semana en que se destapa un escándalo sobre espionaje a comunicadores y en que reportan desaparecido a otro periodista más.
Uno de los recuerdos más antiguos que llegan a mi mente son las imágenes que adornaban la revista ¡Alarma! y el periódico La prensa. La foto de una socialité que acababa de morir al ser aventada por un auto que la comprime contra un poste, es de esas que no pueden salir de mi mente, quizá por la extraña belleza de la mujer o porque al momento de morir quedó acomodada en una posición que recuerda las imágenes religiosas, como una muñeca abandonada. Ese es el primer acercamiento que tuve con Enrique Metinides, “el niño”, el fotógrafo que retrató la muerte y la tragedia desde el punto de vista de los mirones que acuden a observar los accidentes. Y ese es el motivo de El hombre que vio demasiado (2015, Trisha Ziff).
Sin duda alguna, si el cine mexicano del milenio ha dado grandes obras, ha sido en el formato documental. Grandes obras como Del olvido al no me acuerdo (1999, del inefable Juan Carlos Rulfo), ¿Quién es el señor López? (2006, Luis Mandoki), Quebranto (2013, Roberto Fiesco), Muxes: Auténticas, intrépidas, buscadoras de peligro (2005, Alejandra Islas), Presunto culpable (2008, Roberto Hernández y Geoffrey Smith), Bajo Juárez: La ciudad devorando a sus hijas (2006, Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero), Señorita Extraviada (2001, Lourdes Portillo), Los ladrones viejos (2007, Everardo González), entre muchísimos otros estimables trabajos, han sido premiados en casi todos los festivales y además, en algunos casos, han sido grandes éxitos de taquilla (Presunto culpable o el muy cuestionable y deplorable, De panzazo, por ejemplo). Esto quizá se deba a que el género permite realizar filmes personales que reflejan una realidad aparentemente sin maquillaje y que facilita la inmediata empatía del público con sus personajes o sus acontecimientos, además que sus costos son inferiores a los de cualquier obra de ficción. El hombre que vio demasiado se acerca a la figura del extraordinario fotógrafo que cambió de golpe y porrazo la idea que se tenía sobre la fotografía de nota roja.
La cinta de la curadora fotográfica y cineasta británico mexicana Trisha Ziff, permite a Metinides hablar de sus orígenes y que el espectador descubra, como los mirones de las fotos del documentado, al señor que siempre guardaba una rana entre sus cosas para que nunca le faltara la suerte. A su vez, intenta reflexionar sobre el oficio del fotoperiodismo policiaco, la condición de los comunicadores en un país en el que cada semana desaparecen o asesinan a uno de ellos, y dar una visión de cómo ha cambiado México.
Metinides, curiosamente, cuando conocí su trabajo, ya era un fotógrafo de culto, alguien reconocido, principalmente porque sus obras tienen lo que no hay en el trabajo de casi ningún fotoreportero de nota roja: Un complejo entendimiento de la composición, una visión más humana e interesada en mostrar la tragedia que ocurre que en hacer sentir morbo al espectador. “El niño” (le decían así porque empezó a trabajar profesionalmente a los 11 años) se volvió de pronto en algo así como el “Rockstar” del fotoperiodismo mexicano, y ha pasado de publicar en el humilde papel revolución de los periódicos a adornar las paredes de los mejores museos del mundo. Sus imágenes dejaron de envolver bistecs y se cotizan hoy a precios elevados. Curioso, para alguien que tiene miedo a volar, que su obra viaje por todos lados.
Aunque me salga un poco del tema, es llamativo, por cierto, que los tres mejores documentales exhibidos en lo que va del año, estén realizados por mujeres (Bellas de noche, 2016, María José Cuevas; Plaza de la Soledad, 2016, Maya Goded, y éste) y que los tres toquen temas relacionados a la cultura popular, la nostalgia y la realidad actual. Quizá por ello, estos bellos materiales están inundados de una sensibilidad especial, que más que tratar de reflejar lo que ocurre, tratan de desenmarañar lo que pasa por dentro de los protagonistas. En el caso de Metinides, algo me llamó mucho la atención. Al comienzo del filme, se ve al fotógrafo sentado en un banco alto en un fondo negro. La iluminación lo hace parecer el enano malévolo que hablaba al revés en Twin Peaks, con esa perturbación clásica del trabajo de David Lynch, lo cual hace imaginar el por qué se dedicó a un trabajo tan oscuro y obsceno. Poco a poco, vamos descubriendo en él al niño que no pudo ser por abandonar esta importante etapa al empezar a trabajar. Al final, el personaje se quiebra y reconoce que ya lo superó la realidad, que lo que vio en todo este tiempo fue terrible y angustiante, y que le ha costado mucho superarlo. Descubrimos que, a diferencia de sus compañeros, él no está endurecido, ni bañado de cinismo (Se ve en una escena a un fotógrafo retratando un accidente. Un familiar le pide que deje de hacerlo, pero en cuanto se distraen, comienza de nuevo), sino que por el contrario, ese calor humano que se siente en su trabajo está presente en él.
Quizá la cinta no logra del todo sus otros objetivos de reflexionar sobre el oficio del reportero gráfico y sobre la realidad mexicana, pero el retrato de un personaje clave para la cultura mexicana contemporánea, está ahí, vibrante y luminoso.
Esta semana se supo por una nota del New York Times que el gobierno de México pagó una fortuna para vigilar las actividades de algunos luchadores sociales y comunicadores (por cierto, de Carmen Aristegui no es de extrañar, la sorpresa la dio Loret De Mola, quien siempre está echando porras al gobierno, así que ya no se sabe ni en quién confiar). También se supo que el periodista Juan Jaimes Jaimes desapareció en el Edo. Mex. Sumando esto al secuestro y muerte de incontables comunicadores en el país, es importante que existan obras como esta, que independientemente de su valor como cine (que lo tiene) permiten revalorar la importancia del periodismo. Muchas ranas para todos ustedes, señores periodistas.
Para mi Gisela, porque tampoco dejaste ir a tu niña interior
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