Dicen que hablar de política, religión y futbol son el cuento de nunca acabar, y el cine debería sumarse a la lista de temas en los que la gente no puede ponerse de acuerdo (habrá que echar un ojo en los foros de cine cuando estrenan una cinta basada en los cómics de Marvel o DC, por ejemplo). Esto se debe entre otras cosas porque de una u otra forma, el invento de los hermanos Lumière (que, por cierto, es otro tópico de polémica, ya que muchos consideran que fue Edison quien lo hizo) refleja la ideología y la realidad de la época en que fue realizada una película.
El cine es una importante herramienta ideológica, como lo fue en su apogeo la literatura. No hay que olvidar, por ejemplo, que El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915, D. W. Griffith) elevó la popularidad del Ku Klux Klan en su momento o que la gota que derramó el vaso en las elecciones del 2000 en México fue el estreno de La ley de Herodes (1999, Luis Estrada), que criticaba muy duramente al PRI. Cualquier cambio de dirección en la política de cada país, define la forma de pensar que va a seguir o a criticar lo que se filme entonces. Y Hollywood es la prueba de esto.
Para entender qué va a pasar con el cine durante el mandato de Donald Trump, hay que entender qué aconteció en la filmografía de los periodos de otros presidentes pertenecientes a su partido. Históricamente, el Partido Republicano había estado del lado de las causas nobles. Pensemos, por ejemplo, en Abraham Lincoln, abolicionista de la esclavitud y famoso por sus enormes barbas. Es hasta que entra a la Casa Blanca Dwight D. Eisenhower, que comienza a aparecer el espíritu paranoico que hoy en día conocemos entre los republicanos. El senador Joseph McCarthy detectó (o pensó detectar) que la influencia del Partido Comunista crecía a pasos agigantados en todo EE.UU., así que en 1950, comenzó, con permiso, obviamente del gobierno, en ese entonces demócrata, a buscar y detener a todo aquel que simplemente se sospechara tuviera algún nexo con Rusia o el comunismo en general. Con la llegada de Eisenhower, esto no sólo no se detuvo sino que se recrudeció, al grado que el novelista y dramaturgo (y ocasional guionista) Arthur Miller metaforizó este momento por medio su obra de teatro Las brujas de Salem, en la que se representaban los juicios por brujería ocurridos en el pueblo de Salem, Massachussetts, en el siglo XVII. Por eso mismo, al Macarthismo, como se le llama a esta etapa, se le conoce también como la cacería de brujas.
Aunque las leyes anticomunistas se aplicaban a quien fuera, fue precisamente la “fábrica de sueños” la más afectada, ya que muchísimos, si no es que casi todos los que laboraban ahí, habían asistido una vez por lo menos, a una junta del Partido Comunista o generado amistad con cualquier socialista. Obviamente, la mira estaba apuntada sobre este sitio, plagado de disidentes, inmigrantes, lesbianas y homosexuales, pervertidos, drogadictos, y todo lo que gusten y manden. Prácticamente todos los protagonistas del cine en ese entonces desfilaron por las “audiencias” para determinar si eran comunistas. En ellas se les pedía que delataran a cualquiera que supieran que formaba parte del Partido o que hubiera asistido a una junta, bajo pena de cárcel si se negaban a cooperar. Muchos grandes personajes pasaron por el “fresco bote” y los que no, tenían dificultades para conseguir trabajo. Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katharine Hepburn, Kirk Douglas, Burt Lancaster, Gene Kelly, John Huston, Orson Welles, Thomas Mann, Frank Sinatra, Donald Trumbo, Charles Chaplin, entre muchos otros, fueron perseguidos, arrestados, obligados a delatar compañeros y hasta expulsados del país (y en algunos casos, como el dramaturgo alemán, Bertolt Brecht y Chaplin, se exiliaron por miedo). Obviamente, esto se reflejaba en los filmes que se hacían: Cintas muy delirantes y abiertamente paranoicas sobre invasiones extraterrestres, monstruos generados por la energía atómica y etc., por un lado, tales como Invasión de discos voladores (Earth vs. the Flying Saucers, Fred F. Sears, 1956), It Came from Outer Space (Jack Arnold, 1953), y más, que hablaban del pánico generado en la población a los extranjeros, los extraterrestres que llegarían a destruir su vida, es decir: los marcianos son rojos, por lo tanto, son comunistas. También se realizaban cintas bélicas que glorificaban al ejército norteamericano en la recién terminada Segunda Guerra Mundial, como para decirle al mundo que los americanos son los más poderosos del universo. Muchos artistas, algunos de ellos perseguidos, empezaron a realizar trabajos que de una u otra forma hablaban de lo que acontecía, como Ray Ashley, Morris Engel y Ruth Orkin, que realizaron la cinta El pequeño proscrito (Little Fugitive, 1956), que narraba la fuga de un niño que es acusado de una travesura que no cometió. O La invasión de los usurpadores de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), que contaba una fantasía sobre extraterrestres que usurpaban a los seres humanos para conquistar el mundo, lo que generaba que todos fueran sospechosos de ser una planta alienígena comunista (perdón) asesina.
Aunque McCarthy murió en 1957, su influencia duró hasta entrados los años setenta. Claro que no todos en Hollywood estuvieron en contra de este periodo. Muchos apoyaron la iniciativa (John Wayne fue su principal promotor) y curiosamente, uno de ellos fue un actor de quien hablaré en la siguiente entrega: Ronald Reagan.
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