Bellas de Noche
México, 2016
Dirección y guión: María José Cuevas
Fotografía: María José Cuevas y Mark Powell
Intérpretes: Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Princesa Yamal
Duración: 91 minutos
El cine de “ficheras” nace a partir de que Cinematográfica Calderón compra los derechos de una obra de teatro, Las ficheras, de Francisco Cavazos, en 1975. Adaptada por Victor Manuel “Güero” Castro y dirigida por Miguel M. Delgado (realizador de cabecera de “Cantinflas”), Bellas de noche (1975, se dice que se cambió el título porque la censura no permitía usar la palabra “fichera” en el título y que Castro, parodiando a Belle De Jour, 1967, de Luis Buñuel, la bautizó así), se volvió un éxito impresionante, al grado que sentó las bases para un subgénero, las “sexicomedias”, mismas que prácticamente mantuvieron vivo el cine mexicano hasta finales de los ochenta, en que se vendió COTSA, la paraestatal dedicada a la exhibición cinematográfica. Lo atractivo de este tipo de películas fue que entre otras cosas, presentaba parte de los espectáculos de cabaret y clubes nocturnos, tan en boga hasta el terremoto de 1985. Las “vedetes”, como les llamaban los empresarios o “encueratrices”, como les nombró el populacho, eran consideradas “las reinas del espectáculo nocturno”. Sin querer, por hacer una parodia, el “güero” Castro, las nombró como “bellas de noche” para toda la vida.
Wanda Seux, Lyn May, Rossy Mendoza, Gloriela, Gina Montes, Zulma Faiad, Princesa Lea, Grace Renat, Amira Cruzat, Thelma Tixou, Princesa Yamal y por supuesto, súper Olga Breeskin, entre muchas otras, fueron las responsables de los desvelos de miles de capitalinos que noche tras noche iban a cabarets y centros nocturnos de la Zona Rosa, Garibaldi o Reforma, a disfrutar sus bailes. Ese México, decadente y naif, en el mejor de los casos, ocultaba los desmanes de sus gobernantes, la guerrilla, las desapariciones forzadas de los regímenes de Echeverría y López Portillo, con el glamur y las lentejuelas. Bellas de noche (2016, María José Cuevas), el documental, no habla de eso, sino sobre lo que pasó con las principales protagonistas de esa época.
El documento retrata lo que pasó con algunas de las mujeres más famosas de ese momento, Wanda Seux, Lyn May, Princesa Yamal, Rossy Mendoza y la legendaria Olga Breeskin, quizá la más famosa de todas. Se detiene un poco en hablar del pasado, de lo que significaban estas “diosas de la noche” para su público, de cómo llegaron a lo más alto y descendieron, en algunos casos, hasta lo más profundo del fracaso. Todas ellas son septuagenarias, decadentes y encantadoras a su manera. Hay escenas que las muestran con destellos de la exuberante belleza que tuvieron en su momento, y en otros, como seres al borde de la extinción, aferradas al recuerdo de lo que fueron alguna vez. Con un ojo certero, Cuevas retrata a estas señoras con mucho amor y ternura, pero sin perder la objetividad. Hay momentos desgarradores, algunos, incluso, desconcertantes y otros tan inverosímiles, que dejan al espectador pensando en qué es lo que pasa en la cabeza de esas criaturas que fueron las reinas de la nada y se quedaron en ella.
En una escena, Rossy Mendoza es cuestionada sobre una corona que tiene sobre el refrigerador. “Esta me la dieron porque fui la ‘Reina del Tlacoyo’ el año pasado”. Entre risas de los espectadores por lo ridículo del título, se puede observar el extraño orgullo con el que muestra su presea de plástico (quizá), con brillantes falsos. Ese es el espíritu de la cinta. Ver a esas mujeres cantando, envueltas en lentejuelas, orgullosas de lo que alguna vez fueron y deseando regresar a ese momento de fama, rogando por una oportunidad más de demostrar su talento, agradeciendo a la vida y a Dios por lo que alguna vez tuvieron, o arrepintiéndose del destrampe en el que vivieron. Acercándose al final, uno se queda enamorado de ellas, solidarizándose, incluso, sintiéndose fascinado por esas extrañas bellezas decadentes, que curiosamente, nacieron en eso, en la decadencia: de un México que no aceptaba del todo la modernidad, de un cine que se aferraba a vivir a costa incluso del mal gusto y que era una calca, a veces grotesca, de lo hecho en la “época de oro”.
No comprendo muy bien por qué al día de hoy hay tanta fascinación hacia estas mujeres y los lugares en donde se presentaban. Ha surgido, de alguna manera, una especie de culto por ellas (en el Foto Museo Cuatro Caminos, por ejemplo, se inauguró apenas una exposición al respecto). Quizá se deba a que el día de hoy el modelo de belleza es más artificial (todavía), menos femenino y más vulgar aún, o que se extraña ese tiempo en que se podía divertir la gente de noche, sin preocuparse por el regreso a casa en la madrugada. Dice el dicho que en tierra de ciegos, el tuerto es rey, y por desgracia, estamos llenos de ciegos.
En resumen, una película disfrutable, nostálgica, tierna y quizá, una de las mejores cintas mexicanas de lo que va de la década.
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