- La última película de la franquicia de los Avengers, es quizá la primera de un nuevo género, el de los superhéroe crepuscular
Hace unos años, Steven Spielberg pronosticó que el fin del cine de superhéroes era algo que iba a pasar algún día. El pronóstico se basó en una teoría que dice que los subgéneros cinematográficos tienen una vida útil de 10 a 20 años aproximadamente. El western americano, por ejemplo, tuvo su apogeo en los años 40 y para principios de los 50, prácticamente desapareció y fue sustituido por el cine bélico, el cual a su vez tuvo un descenso en los años 60. Posteriormente, en los mismos 60 tuvo un regreso triunfal gracias al espagueti western, esas cintas italianas filmadas en el desierto español y que presentaban un viejo oeste decadente, violento e irreal, que dieron herramientas a los cineastas norteamericanos para regresar al género que mejor les salía, nuevamente por un corto periodo. Y aunque el comentario enojó a los amantes de los superpoderosos en mallitas, hay que reconocer que Avengers: Infinity War (2018, Joe y Anthony Russo) podría ser el inicio de ese final que predijo el creador de E.T (1981).
La cinta comienza minutos después del final de Thor: Ragnarok (2018, Taika Waititi), en el que se veía a la nave que conducía a lo que quedaba del reino de Asgard a su exilio a la tierra, encontrándose con el transporte de Thanos, un gigante de piel morada que tiene la consigna de juntar las seis “gemas del infinito” para poder desaparecer a la mitad de los moradores del universo, debido a que hay una desesperante sobrepoblación. Obviamente, el desunido grupo de superhéroes, hará todo lo posible por detenerlo.
En esa primera escena, el rompimiento con el tono desenfadado y paródico de la cinta de Waititi, marca lo que será la primera parte de los capítulos finales de tercera temporada de la telenovela de Los vengadores. Era de esperarse que se echara toda la carne en el asador y las líneas dramáticas que quedaron pendientes en todas las cintas realizadas en los primeros 10 años de Marvel, encuentren por fin un cierre digno. Los hermanos Russo son dos de los más hábiles realizadores de cine comercial en la actualidad, eso es cierto, pero pertenecen a una generación de directores que no se arriesgan más allá de lo que necesita el estudio que los contrata. Zack Snyder, J. J. Abrams, Bryan Singer, Justin Lin, Rian Johnson, Patty Jenkins, Joss Whedon, son autores muy creativos todos, es cierto, se podría decir que en algunos casos son hasta inspirados (la escena de los dobles de Star Wars: Episodio VIII, de Johnson o la batalla final de Marvel’s The Avengers, de Whedon, por ejemplo), pero por desgracia, responden a las necesidades de los inversionistas, quienes a finales de cuenta son los que después de meter desde las narices hasta el culo, terminan presentándole al público lo que ellos consideran que quieren ver. Y si por esas idioteces las cintas terminan siendo un fracaso económico (para ellos, que un producto recupere su inversión y les de ganar solamente un 100% de lo invertido, es un fracaso), culpan al creador, lo despiden y le pegan una estrella de David en el pecho para que ningún otro estudio los contrate – lo cual resulta menos cruel que si los mandaran a filmar series mexicanas para Netflix.
Decir que Infinity War es una buena película, es relativo. Comienza de forma muy dinámica. Ese rompimiento de tono que hace con los personajes de Ragnarok, nos hace pensar que la fiesta está a punto de terminar y que nos guste o no, estamos a punto de presenciar el final de una era, de algo que se cuajó por 10 años y apenas vamos a probar. Por desgracia, esa genialidad se termina al pasar el primer nudo dramático y el 2º acto resulta algo aburrido. Afortunadamente, una épica y muy bien elaborada 3ª parte, nos permite quitarnos las lagañas a tiempo para poder desopilarnos hasta que las lágrimas inunden las butacas. La fotografía, la música y la ambientación son impecables y algo que llama mucho la atención es lo extremadamente cuidado del CGI, que genera los mejores personajes virtuales de los últimos tiempos. Las actuaciones son correctas, lo cual ni siquiera sorprende, porque cada uno de los miembros del reparto conoce a la perfección a sus personajes, luego de 10 años de representarlos. Una de las adiciones más recientes, Josh Brolin, recrea uno de los mejores villanos vistos en las cintas del estudio. Su Thanos trasciende al malvado personaje que se podía encontrar en los cómics de Marvel, el cual nunca pudo ocultar su inspiración en el malévolo Darkseid, creado por Jack Kirby para la serie The New Goods y que fue tan magistral que se volvió el mayor némesis de La liga de la justicia, de DC. Brolin dota al morado ser de una complejidad, que sólo un actor tan obsesivo como él pudo lograr. Casi al final de la cinta, la batalla por Wakanda y el oscuro y triste desenlace, permiten a los Hermanos Russo demostrar un oficio fuera de lo común, que por desgracia no han podido explotar como es debido, en un tema más trascendente que una simple secuela de superhéroes.
Thanos es el protagonista de la historia. Es el héroe campbelleano que busca desesperadamente lograr su misión, su cruzada, por lo que él considera el bien del universo. Los súperpoderosos son los que estorban, los obstáculos para llevar a cabo su misión, sus antagonistas. Como cualquier héroe trágico griego, deberá realizar un sacrificio, el más doloroso, para poder llegar a su destino. Así, al final, lo que vemos no es al clásico villano que se ríe a carcajada batiente por haber vencido a los héroes más poderosos del universo, sino que estamos frente a un ser herido y cansado, satisfecho por haberlo logrado, con marcado dolor y calma en su rostro. Esa construcción de personaje, hace que muchos vean en la cinta, la mejor del subgénero nunca antes hecha. Y si bien estamos ante un ejemplo mayor, hay que recordar que los westerns más maduros se realizaron cuando empezaba su decadencia. Quizá lo que observamos es la necesidad de destruir los modelos, debido al cansancio que ya presenta el público, y la única manera de sorprenderlos es romper los paradigmas. Desde hace un par de años empezamos a atestiguar cambios en la forma de hacer este tipo de filmes; miramos la sátira ultra violenta del género en Deadpool (2016, Tim Miller), la parodia de los clisés en Thor: Ragnarok, la unión de fan service con “blackplotation” en Black Phanther (2018, Ryan Coogler). Y en este caso, es ahora el carismático malvado el que se sobrepone a los ya – quizá literalmente – deslavados “supers”. No en balde, los estudios pusieron como fecha límite de sus estrenos del subgénero el año 2025, más o menos el periodo de tiempo mencionado por Spielberg.
La “crítica”, para variar, se ha desvivido en tales elogios por la cinta que pareciera que hubiera sido dirigida por David Lean, al grado que muchos ven en ella “la mejor película de súperpoderosos de la historia” (igual que cuando visionaron Watchmen, El caballero de la noche, El soldado de invierno, Spider-Man: Homecoming, Thor: Ragnarok, Wonder Woman, etc.). Otra vez, se dejan llevar por sus impulsos y sus gustos, y sin embargo, sólo demuestran por enésima vez que no saben qué %$%$%&$ significa ser un crítico de cine, que no es lo mismo ser uno que un $%$(¿=)? “influencer”. Uno se pregunta qué pasará con ellos en el momento en que se acaben los presupuestos para este tipo de trabajos porque, entre otras cosas, si de algo viven los pobres es del hipe que generan los anhelos más profundos de las personas de poder volar, de levantar objetos, de leer la mente o estirarse, y sobre todo, de salvar al mundo – porque al hacerlo se salvan a ellos mismos. Avengers: Infinity War es una cinta entretenida, bien hecha, espectacular, emotiva, pero profundamente intrascendente, como lo son las opiniones de los “youtubers”. Quizá el “ragnarok” de esta clase de filmes se acerca. Quizá también, como dijo Spielberg, el que haya un descenso en este tipo de producciones no significa que se terminen del todo, sino que habrán filtros para que solamente aquellas historias que valga la pena contar se realicen. Y entonces, quizá los gritos de euforia de los “influencers” se apaguen también y, como los personajes de la cinta, se irán desvaneciendo, como cenizas en el aire, mientras gritan “¡no me quiero ir!”
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