Una semana después del estreno de Avengers: Endgame (2019, Anthony Russo y Joe Russo) la maquinaria sigue produciendo millones tanto de dólares como de memes y discusiones en redes sociales – aunque más bien son monólogos porque si alguno piensa diferente, lo bloquean, le mientan la madre o lo denuncian a Facebook. Cuando este texto fue escrito, la película había superado a su antecesora como la que más rápidamente superó la barrera de los 1000 millones de dólares recopilados en taquilla. Y eso sin contar el que prácticamente todos los que hablan y escriben de cine se han desbordado en halagos y vítores a la producción número 22 de “La casa de las ideas”. Sin embargo, nada mejor que platicar de ella ahora que ya pasó la euforia y que el peligro de muerte por dar un análisis realista sobre la cinta ha disminuido – ojalá.
La película comienza 21 días después de los acontecimientos de Avengers: Infinity War, en la que Thanos reúne las joyas del infinito para desaparecer a la mitad de la humanidad. Tras el rescate de Tony Stark, que está perdido en el espacio, y de localizar la ubicación del gigante morado (obviamente no estamos hablando de Barnie), los restantes héroes deciden ir a buscarlo y obligarlo a entregar las piedras preciosas para regresar a los caídos, pero este se ha deshecho de ellas y es asesinado mientras se prepara un caldito porque está enfermito. Después de 5 años de esto, descubren un modo de viajar por el tiempo para reunir las gemas antes que el “Titán loco” aparezca.
Honestamente, aunque como fanático de los personajes desde mi infancia la disfruté tanto como lo hacía con el número semanal de su historieta, debo reconocer que no es para tanto. Estamos ante un espectáculo de fuegos artificiales tan estimulante como un paseo a una montaña rusa en la que lo que a muchos puede parecerle una experiencia trepidante, a otros un paseo aburrido con algunas partes muy entretenidas. El ritmo, al principio, es muy pausado e incluso algo aburrido y se va mejorando a la mitad del metraje, aunque el final es larguísimo y se alarga más por la sensación de que después de 3 horas, la vejiga está a punto de estallar (aunque no ha de faltar el que aproveche que ya vació su vaso de Los Vengadores macro-jumbo). Algunos personajes que no figuraban mucho (como Nebula, Rocket Raccoon, War Machine y Ant-Man) se roban casi cada escena en la que aparecen, mientras que los clásicos se la pasan llorando y peleando entre ellos casi todo el metraje. Mención aparte se merecen el Hulk que parece la versión azucarada de Shrek y un Thor alcohólico y panzón, obviamente influenciado por el mítico Dude de The Big Lebowski (1998, Joel Coen y Ethan Coen), que es el personaje más simpático y profundo de todos, aunque le duela a los que opinan que Robert Downey dio una cátedra de actuación por morir con los ojos abiertos. Sin embargo, quien pierde demasiado es el Thanos de Josh Brolin, personaje que dilapida la complejidad del filme anterior en pos de volverse un villano absoluto y no el antihéroe que volvió a la otra una de las mejores cintas de superhéroes. El guión está lleno de baches y situaciones absurdas, no resueltas o que se tardan en solucionar (cuando unos personajes piden ayuda porque se están ahogando, los demás nunca van a ayudarlos, ya pasados casi 20 minutos vemos que sí lograron salir o si supuestamente las joyas no pueden ser tocadas por nadie sin causarle daño, por qué se pasetean el guantelete como pelota de futbol americano). Además, en el afán de ser chistosos se sueltan bromas a diestra y siniestra, algunas colocadas en situaciones dramáticas y que en lugar de aligerar la tensión resultan tan de mal gusto como sacarse un moco en la mesa a la hora de la cena. Estamos ante un producto lleno de escenas pensadas para darles la coba a los fans y hacerlos reír o llorar o aplaudir, como la canción de “hagan una rueda” que ponían en las bodas. Sin embargo, cinematográficamente hablando, está muy lejos de ser siquiera un ápice de las obras con las que se le ha querido asociar, como Star Wars: Episode VI – Return of the Jedi (1983, Richard Marquand) o The Lord of the Rings: The Return of the King (2003, Peter Jackson) y es más cercano a filmes tan chantajistas como Dead Poets Society (1989, Peter Weir) o Titanic (1997, James Cameron), es decir, funciona en la medida que haga sentir una emoción aunque esta sea generada por el shock de un evento metido con calzador y me explico: Si a Ant-Man le vuela su quesadilla por el viento generado a la llegada de una nave, el público se ríe, cuando Hulk se acerca y le da otra, todos dicen “¡ah!”. Y de la misma manera, en cada escena en la que ocurre un acontecimiento traumático, divertido o espectacular, la gente responde porque le ocurre al personaje más querido. Sin embargo, sirve como regular colofón para una franquicia que comenzó como un curioso experimento financiero.
Los hermanos Russo son especialistas para autosabotear sus ideas más brillantes. Estamos no ante unos genios sino ante un par de chicos listos que aunque conocen los resortes dramáticos, no tienen la capacidad para poder sostener una obra a nivel de las expectativas. Cuando realizaron Captain America: The Winter Soldier (2014) demostraron que podían reinventar a un personaje que había tenido una entrañable y nostálgica primera aparición, y no sólo eso, sino que filmaron la primera producción de Marvel que podría por sí misma considerarse una película y no un subproducto de explotación. Su filme fue un divertimento que probablemente estaba más cerca de la obra de John Frankenheimer (Ronin, 1998; Seven Days of May, 1964; The Manchurian Candidate, 1962) que de la de John Fabreu. Sin embargo, en el cierre de la trilogía sobre el personaje, Captain America: Civil War (2016), quizá por el miedo de que Batman v Superman: Dawn of Justice (2016, Zack Snyder) les comiera el pastel ese año, saturaron su propuesta de personajes secundarios metidos a la fuerza (Spider-Man, por ejemplo, sólo apareció porque Sony Pictures les concedió los derechos unos meses antes del estreno), le pusieron un antagonista más mal planeado que el regreso de Elba Esther Gordillo; y todo lo logrado por la anterior se fue por el caño. Eso mismo pasa con Avengers: Endgame. Tras una original vuelta al género de superhéroes, que no sólo tenía como protagonista a un villano que es en realidad un antihéroe perfecto, en esta entrega todo se vuelve convencional y poco arriesgado, aunque si te agarra mareado, te apantalla.
Lo más curioso del caso no es sólo la reacción que ha tenido el público, que se ha dado a la tarea de si se les pega la gana, golpear o matar a quien les suelte un spoiler (y no es exageración, si no lo creen, chequen las noticias), sino la de la crítica profesional y los influencers. Puede ser porque en estos días quien da la primera opinión se lleva más visitas o por quedar bien con los productores y que los vuelvan a invitar a las premieres, pero las críticas iniciales han sido más que positivas, llegando al paroxismo de nombrarla como la mejor cintas de superhéroes de la historia. Pero cuando ha pasado la euforia o porque hoy ya todo mundo sabe de qué trata el asunto, sus criterios al respecto han ido cambiando. Un ejemplo, el canal de Top Comics, liderado por un chico muy agradable, apodado Mr. X, en un inicio la consideró de las mejores de la historia, aunque al momento de hacer su recuento, días después, sobre las 11 mejores de Marvel, la coloca en un 3er. lugar muy forzado, y menciona que tiene muchas fallas y que solo está en ese lugar por ser la última de la “fase 3”. Y así, muchos de los que han opinado de ella se han retractado o han bajado un poco sus comentarios al respecto. Quizá lo que pasa es que la crítica viajó a una línea de tiempo paralela a la nuestra y ellos vieron una película que yo no. O quizá están publicando tan rápido que sus cerebros no alcanzan a deshacerse del exceso de adrenalina que les permita racionalizar del todo este tipo de filmes. O que simplemente son algo pendejos. No lo sé. Prefiero creer lo de la realidad paralela, no vaya a ser que en una de esas me mate algún marveloide porque no me gusta la obra maestra de esos insignes próceres del cine que son los Hnos. Russo, mismos que en una escena son capaces de hacer palidecer al mismísimo Bergman.
En resumen: Una película agradable si no se tiene nada mejor qué hacer o porque es uno completista, o ya de a tiro, porque es tan pobre que no puede darse el lujo de pagar HBO para ver GOT.
Felicidades, Gigi, ojalá cumplas muchos años más y si se puede, todavía conmigo. Te amo.
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