Aquaman y su asqueroso olor a King de Pescado
El rey de los océanos llega por primera vez en solitario al cine, para demostrar que no se le hace agua la canoa
Debo reconocer que no sé por dónde comenzar a hablar de Aquaman (2018, James Wan) y esto es porque en realidad tengo una dicotomía personal al respecto. Cuando era pequeño, a diferencia de otros niños, lo que más disfrutaba de Los súper amigos no era a Batman o Supermán, sino a Aquaman, que junto a Green Lantern, eran de mis favoritos de los cómics. Había algo que disfrutaba mucho en las historias de finales de los 60 y 70, dibujadas por el genial Jim Aparo. Y aunque con el tiempo se volvió una broma de mal gusto por aquello de que “habla” con los peces (como olvidar los excelentes cortos de El show de Aquaman y sus amigos, creado por Cartoon Network) para mí, hasta la fecha, me parece uno de los mejores personajes de historieta que existen. Ya cuando adulto, me sorprendí cuando lo vi en su representación de los años 90, sin un brazo, barbón y con el cabello largo, en historias más oscuras y violentas que las anteriores, y debo reconocer que actualmente, está quizá en su mejor etapa. Cuando supe que se presentaría al personaje en cine, por primera vez, en la piel de Jason Momoa, aunque no me agrada el trabajo del ex modelo, tenía muchas esperanzas de que se hiciera algo de calidad. Y aunque soy un incondicional del personaje, debo dejar de lado mi gusto personal y decir lo mismo que Raj en algún capítulo de The Big Bang Theory: “Aquaman Sucks”.
La creación de James “rápido y baboso” Wan, comienza después de los hechos de Justice League (2017, Zack Snyder), y cuenta cómo el “hombre pez” es reclutado para detener a su malvado hermano que intenta unir a todos los reinos submarinos para atacar y destruir a la tierra.
La cinta es emocionante y entretenida. En las más de 2 horas que dura no te permite tener ni un solo momento de aburrimiento. La fotografía es excelente y los diálogos bastante divertidos. A pesar de que Momoa es un actor muy limitado, el director tiene la suficiente habilidad para poder ayudarlo a salir airoso. El elenco secundario es excelente, destacando el extraordinario Willem Dafoe, como siempre, y Patrick Wilson, quien, por cierto, a pesar de ser más viejo que Momoa y verse mayor que él, es ¡el hermano menor de Aquaman! Los efectos especiales van de lo regular a lo verdaderamente burdo, y cuando aparece el famoso traje amarillo y verde del personaje, uno no puede evitar una ligera carcajada por lo camp que se ve.
Hay un muy velado mensaje ecologista y los motivos del antagonista son bastante entendibles. Si la humanidad se ha dedicado toda su existencia a destruir la vida marina y contaminar los océanos, es lógico que se busque hacer la guerra para evitar que el mundo acuático llegue a su fin. Sin embargo, como siempre ocurre en este tipo de filmes, se apela por defender a la humanidad aunque en realidad sea indefendible. El guión, aunque algo recargado, es bastante coherente y permite incluso una muy sana mezcla de géneros. Comienza como un filme de los X-Men, para después volverse una cinta de desastres, posteriormente un filme de aventuras, tipo Indiana Jones con algo de terror y finalmente, se convierte en una película del género fantasy, tipo El señor de los anillos o Juego de tronos. En pocas palabras, es un espectáculo de primer nivel que incluso, disfruté mucho.
Y aunque el resultado es muy aceptable e incluso superior incluso a filmes del mismo subgénero que están sobre valoradas, como Black Panther (2018, Ryan Coogler) o Wonder Woman (2017, Patty Jenkins) hay algo que me molesta bastante.
Cuando era niño llegó a México McDonals. En esos días existía una cadena de hamburguesas nacional, llamada Burger Boy, las cuales estaban bastante chafonas pero eran las que había. Cuando se aprobó la importación de productos y que hubieran negocios extranjeros en nuestro país, ese tipo de negocios fueron desapareciendo progresivamente (de hecho, Burger Boy se transformó en Burger King de México). Los restaurantes del payaso eran muy populares entre los que se sentían de la high society chilanga y cuando apareció la primera sucursal, en Polanco, cerca de Presidente Masarik, todos querían ir a consumir una “jamburguer” como las que se vendían por todo Estados Unidos. Sus precios eran súper elevados pero no había ningún parámetro para saber si eran o no de calidad, en ese entonces, sólo se consumían este tipo de platillos en los carritos que se ponían afuera del metro Auditorio y en algunos parques, las cuales estaban hechas con las patas (aunque las que estaban cerca del Plan Sexenal estaban bastante buenas, hasta mejores que las de McDonals). La primera vez que las probé me quedé extasiado. Era mi primer emparedado de ese tipo y me volví asiduo. Después, como anoté un poco arriba, llegó Burger King. Me encantaba, cada año, comer el King de Pescado, los chiles rellenos de filadelfia, etc. De repente, un día, dejaron de gustarme. Ya había probado casi todo lo que me podían ofrecer, excepto la cajita feliz porque me iba a ver muy baboso comprando una. Entre que ya adulto tenía posibilidades de comer lo que se me diera la gana y que me saturé del sabor, el día de hoy, si quiero una hamburguesa, prefiero una del Malambo, en Santa Mónica o del Minichelista, en la Nueva Santa María (si quieren la dirección y los detalles, escriban a mi Twitter y con gusto se los proporciono, no saben de lo que se pierden). Es más, cuando he intentado comprar un combo, se me hace carísimo, porque sé que hay opciones, quizá más caras, pero de mejor calidad, a pesar de que de repente se me antoja el King de Pescado, aunque sea por el recuerdo de esa felicidad que me causaba el tener que esperar hasta la semana santa para comerlo.
Y eso me pasó con Aquaman. Sí, fue uno de mis personajes favoritos de la infancia y esperé por muchísimo tiempo una cinta sobre él. Incluso, disfruté el verlo en la pantalla, aunque fuera encarnado por un mamado que parece más un luchador de la Triple AAA. Sin embargo, como con el King de Pescado, hoy en día estoy saturado del cine de superhéroes. Cuando estrenaron Batman (1989, Tim Burton), algo estalló en mi. Busqué incansablemente ese género y me chuté cuanta película de encapotados estrenaran. El estreno de Iron-Man (2008, Jon Favreau) cambió las cosas y a partir de ese momento, este tipo de películas crecieron como las sucursales de McDonals. Y obviamente, las de DC son como las de Burger King. Al comienzo, esta compañía intentó alejarse de la fórmula de Marvel, en la que importa más la forma que el contenido y que cada cinta es un capítulo de la larga telenovela de Avengers. Para ellos no existe ningún respeto al público, se les ve como simple ganado que, como borregada, sigue sus películas porque si no, no eres cool, además que te pierdes el capítulo de la semana. Y eso comenzó a hacer la compañía desde el estreno de Batman Begins (2005, Christopher Nolan), buscando, primero, un estilo personal, en el que se permitiría a los autores expresar su visión original de los personajes, sin embargo, dado a que sufrieron más descalabros que éxitos, a partir de la refilmación hecha para Suicide Squad (2016, David Ayer) para que se pareciera más lo que hace el MCU, dejaron de lado esta búsqueda. Y es una lástima. Estamos ya sentenciados a tener cintas hechas con el libro de Salva al gato, con fórmula y llena de chistes babosos, nada nutritivas ni sabrosas, como las hamburguesas de Burger King o McDonals, pero que significan estatus. Y por desgracia, los que nos dedicamos a escribir de cine, tenemos que chutárnoslas a fuerza. Es lamentable. Viviremos desnutridos y, con tal de conseguir un “like”, diremos: “¡Yumi, yumi, esta cochinada está deliciosa!”, aunque en el fondo sepamos que está hecha con retazos de pescado, harinas con gluten y saturadas de grasas trans.
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