Retrato del operador político

El operador político vive en las sombras y se mueve dentro de ellas como un titiritero dentro del alma de sus marionetas.

16 de marzo, 2017

 

El operador político vive en las sombras y se mueve dentro de ellas como un titiritero dentro del alma de sus marionetas. Es un personaje polifacético y omnipresente. No le interesa el brillo del oro, sino lo que el oro puede comprar. De ahí que aparezca raras veces en público. Es percibido como una sombra silenciosa, discreta y gris. Muchas veces, desprestigiado. Otras, un completo desconocido. Dentro y fuera de los círculos políticos, despierta todo tipo de sentimientos: temor, rechazo, respeto, sospechas, repugnancia, admiración.

Se hace de muchos enemigos, pero tiene la piel muy gruesa. Es sordo frente a las críticas. Eso sí, siente miedo, razón por la cual suele hacerse acompañar de discretos guardaespaldas que lo blindan de las balas y lo hacen sentirse más seguro de sí mismo.

Maestro de la intriga, el operador político tiene ojos y oídos en todas partes. Llegan a acumular grandes cantidades de poder. Conoce secretos y sabe cuándo debe revelarlos y cuando es mejor no hacerlo. Construye una enorme red de contactos entre los políticos de todos los partidos, entre los empresarios, los activistas y los luchadores sociales, los medios de comunicación y entre los congresistas. Cuida las espaldas de su jefe y, si es necesario, no duda en convertirse en un chivo expiatorio de lujo. Con frecuencia se convierte en el hombre fuerte del jefe para los asuntos públicos y en el representante de sus affaires privados, en su prestanombres.

Sorprende su astucia para adivinar hacia dónde soplan los vientos de la política y la manera cómo ha de apuntar sus velas hacia buen puerto. Se las arregla para estar siempre del lado vencedor. Es un hombre (o una mujer) de acción. Un diseñador de estrategias, un coordinador de funciones y, sobre todo, un hábil ejecutor que sabe cómo echar a andar los engranajes de la maquinaria que se le ha encomendado.

Como el titiritero, muchas veces debe hacerse cargo de sincronizar los labios de las marionetas, de ponerles algo de acción en las bocas, de corregir sus posturas y de marcar los tiempos de sus entradas y de sus salidas.

Aunque algunas veces lo hace, rara vez participa como candidato en una elección (eso lo haría demasiado visible), sin embargo, está en todos los armados de los electorales e influye en nombramientos y destituciones de cargos públicos importantes. Igual mueve los hilos de la política exterior como de la interior. Tras bambalinas, se mueve como pez en el agua. No sólo se conforma con ser el segundo: lo prefiere. Que sea otro el que de la cara. 

El típico operador político es servicial con su jefe, pero actúa como jefe de todos los subordinados del éste, aunque no tenga un cargo bien definido. Algunas veces se le asigna el puesto de secretario, aunque suela tener mayor influencia que los demás secretarios. Es más común que ostente el cargo de asesor o jefe de asesores. Cuando puede, hace que le asignen un despacho lo más cerca posible al del jefe, desde donde pueda estar atento de todo el que entra y sale, de todo lo que se dice y se calla en la oficina del jerarca. 

Prefiere las reuniones secretas y negociar el poder de manera informal. Se cita en la casa de algún político o empresario de confianza, en cafés o tugurios vacíos, lejos del bullicio; apartado de la política y los medios, para tratar asuntos de gran importancia. Dentro de estas reuniones clandestinas no sólo se hace cargo de negociar los asuntos públicos, sino de buscar negocios privados para su jefe y su grupo de poder, seguro de que dentro de esas transacciones financieras siempre habrá una tajada para él.

Al operador, el cumplimiento de los preceptos morales no le quitan el sueño. Ese ámbito pertenece a otros. Está convencido de que sus fines son tan nobles que cualquier cosa que haga por alcanzarlos está justificada. No tiene problema en sacrificar a unos cuantos por el beneficio de su oligarquía. «El fin justifica los medios», dice una frase de El Príncipe, aunque este tipo de operadores esté mucho más cerca del terrible José Fouché, que del incomprendido genio, Nicolás Maquiavelo.    

El operador político da cuentas a su jefe y, si acaso, a su partido político. Pero nunca lo hace a los ciudadanos. Los ciudadanos son sólo un medio para llegar al poder. Mantenerse y acrecentarlo, tiene mucho que ver con su función. El papel del operador político es como el de Ladón, Dragón de las hespérides: custodiar el huerto de las manzanas de oro. Y para hacerlo, debe hacerse intocable.

Aunque hay de operadores a operadores políticos, parece que cada gobierno ha contado, al menos alguna vez, con uno de estos personajes. Expertos comerciantes, traficantes de la política. Siluetas que, desde la sombra, tanto dañan al bien común.

Fotografía : autor desconocido.

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