Charlie Hebdo, París y Bruselas. Ahora, la masacre de Niza, durante los festejos de la Bastilla, deja nuevas lecciones a Europa.
Si el estado de excepción, adoptado por Francia, no ha dejado a los terroristas mucho margen para planear, organizar y coordinar nuevos atentados y, si en un momento dado, no han contado con el material suficiente para fabricar nuevas bombas o para comprar las ametralladoras Kalashnikov que tanto les gustan, siempre podrán adoptar prácticas que antes no eran comunes en Europa, pero que sí lo son en el Medio Oriente; por ejemplo, arrollar con un camión a los infieles, incluyendo a sus niños infieles, sin ningún miramiento y, de paso, dispararles por la ventanilla, para conseguir el mayor número de muertos posible en la menor cantidad de tiempo.
Búsqueda y cortes a las fuentes de financiamiento del Estado Islámico y de otros grupos terroristas; intervenciones militares, aéreas y terrestres; despliegue de tropas.
Nada de lo anterior, ha conseguido detener este tipo de actos terroristas. El odio siempre está cegado por el fuego que lleva dentro.
Todas las medidas militares son necesarias, sin embargo, me pregunto si no habría que atacar también las bases de la ideología terrorista, justo en el lugar donde surge su corriente de pensamiento, donde se generan éstos grupos y estos individuos aislados, que son capaces de sembrar el terror y de acabar con la vida de decenas de civiles.
A muchos europeos no les gusta la idea de dar mayor apoyo a los que tienen más riesgos de radicalizarse. Yo pienso que, además de las medidas exteriores y las medidas que se toman dentro de cada uno de los países afectados (incremento de la seguridad frente a sospechas de nuevos ataques y detección de la formación de nuevas células terroristas), se tienen que tomar en cuenta otros factores.
Tan sólo hay que visitar los barrios bajos de París o de Bruselas. Yo mismo he pasado mucho tiempo recorriendo los arrabales de la capital belga. Mientras uno camina por ahí, la idea de Europa desaparece de la mente de cualquiera y se adopta la idea de que uno está las calles de Marrakech, Casa Blanca, Bagdad o cualquier otra ciudad de Medio Oriente. La gente, los comercios, el idioma, todo recuerda a esos países.
Lo peor es la pobreza en la que muchos de ellos viven.
¿Qué hay dentro de la ideología yihadista, que hace que todos estos jóvenes, inmigrantes europeos o hijos de inmigrantes, quieran vivir la aventura que la radicalización promete? Esto es un trabajo para los sociólogos, los psicólogos y los economistas. ¿Qué pasa dentro de sus cabezas y de sus corazones?
No se sienten integrados a Europa. Ellos no han hecho gran cosa por integrarse, pero Europa tampoco ha destinado recursos y esfuerzos para un tema tan importante.
Estos jóvenes no sienten el más mínimo amor por Europa, ni agradecimiento, ni identificación. Sienten rencor, rechazo y marginación.
Mi experiencia, con estudiantes musulmanes, dentro de la comunidad universitaria ha sido magnífica. No sólo son buenos estudiantes, sino que se relacionan en perfecta armonía con los estudiantes de origen europeo. Sus aportaciones en clase siempre me han parecido muy valiosas.
Hay que mirar hacia los barrios que tienen un mayor índice de radicalización, ahí están los problemas, de ahí surgen los terroristas que son adoctrinados y que terminan por inmolarse.
Pienso que los Estados europeos deberían dotar de más recursos a los servicios de contrainteligencia, pero también, al desarrollo de esos barrios marginales, para que los jóvenes tengan mejores oportunidades, se sientan más útiles y tomados en cuenta; ellos necesitan visualizar un buen futuro, lejos de cualquier promesa que les haga el Califato. Sobre todo, deberían destinarse recursos a campañas de integración social, donde musulmanes y no musulmanes convivan amigablemente. Deben fomentarse la tolerancia entre todas las religiones que conviven en occidente. Poco se hace al respecto.
Aunque las medidas represivas, como las que propone el Frente Nacional francés (FN) pueden ser útiles y, muchas veces inevitables (aplicación de la doble pena, cierre de ciertas mezquitas, retiro de la nacionalidad, etc.), no resolverán los problema de raíz. Lo que en Niza hizo un camión, después lo puede hacer cualquier cosa.
Mientras que se combate al terrorismo con el ejército y la policía, es necesario empezar a atacarlo, también, con acciones sociales y económicas concretas.
Es necesario sumar a las medidas de corto plazo, aquellas de largo plazo que puedan acabar con la integración de nuevos grupos y que puedan formar, entre potenciales musulmanes radicales, un sentimiento de amor por el país donde viven y de respeto por su gente.
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