Algunas veces, cuando utilizo Facebook, tengo miedo de convertirme en una especie de ratoncito del Flautista de Hamelin, que es dirigido hacia un gigantesco entramado, gobernado por el mundo de las multinacionales y de la publicidad. Paso mucho tiempo en las redes, leyendo y compartiendo información y preguntándome si, en medio de tantos datos e imágenes, que pasan con una rapidez trepidante, no corro el riesgo de convertirme en un ¿aprendiz de todo y maestro de nada? Por ejemplo, leer una frase de Oscar Wilde (y otra de Kafka y otra de Steve Jobs) en las redes, no me convierte en un lector de Oscar Wilde. Me cuestiono si no sería mejor emplear todo ese tiempo leyendo textos completos. Las redes son un reflejo de la sociedad postmoderna, caracterizada por la fragmentación. Pero, ¿cuánta de esa información está descontextualizada? ¿Y cuánta de ésta es desinformación? Hace algunos días se estuvo compartiendo una imagen del filósofo francés, Claude Lévi-Straus, junto con el anuncio de su muerte. Encontré en Facebook un comentario tan absurdo como éste: «Acabamos de perder a un gran pensador. Descance en paz, Lévi-Strauss». Poco tiempo después, mi amigo, el escritor y biólogo Pedro Paunero, publicó un post, recomendando a sus amigos de Facebook leer bien las noticias y no sólo los encabezados antes de compartirlos. Lévi-Strauss murió en 2009. El problema en Facebook es que muchas veces las fuentes no se verifican.
Después de publicar mi situación emocional en Facebook y luego de no pocos inconvenientes relacionados con Facebook y mi vida personal, me he preguntado si escribir: «Me siento triste», por ejemplo, sirve realmente de catalizador para aliviar esa tristeza o si sólo muestra un aspecto de mi vida que a los demás no les interesa en lo absoluto. Tal vez, tras la publicación de mi estado emocional, reciba varios likes y algunas palabras de aliento en los comentarios (nunca, una llamada telefónica o una visita personal de apoyo). ¿Esos likes y comentarios, algunas veces demasiado simplistas, harán que me sienta menos triste? En todo caso, ¿quién es el destinatario real de esos mensajes? Todos y nadie. Quizá, yo mismo. He leído estudios psicológicos a favor y en contra de los efectos que tiene la publicación, en las redes sociales, de las emociones y de los detalles de la vida íntima en la salud mental.
¿Por qué son populares tan las redes sociales? La respuesta tiene que estar en la soledad.
En junio, Umberto Eco, uno de los mejores escritores contemporáneos, arremetió contra las redes sociales y sus usuarios, diciendo: «Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios».
Con todo lo que he publicado en Facebook, debo de ser ya el mayor idiota del planeta.
Pero Umberto Eco no ha de estar tan equivocado. No dudo que su comentario tenga más fondo que forma. Aunque también podría ser rebatido. ¿Por qué la cultura y la información tienen que estar en manos de las élites únicamente? ¿Qué no son propiedad de todos, de la humanidad? ¿No son las redes socials, precisamente, una especie de revolución, una forma de quitarle todo el poder a esas élites? Dicho de otra manera, ¿no son un nueva forma de ejercer la democracia, capaces de dar voz a quienes no la tenían?
El gran escritor mexicano, Juan Villoro, escribió que una cosa es tener una idea sobre algo; otra, disponer de información sobre eso; y otra, tener autoridad sobre el tema. Creo que a eso se refería Umberto Eco. Muchas veces opinamos sobre temas que no conocemos a profundidad, como si fuéramos una autoridad en la materia, de manera que terminamos por desinformar, informar a medias o banalizar la información y el conocimiento.
El periodista y catedrático de la Universitat Ramon Llull de Barcelona, Josep Lluís Micó, dice1 que la mayoría de los motivos que tienen los internautas para compartir y dejar constancia en la red de aquello que les ha gustado son obvios.
Pero eso no es todo.
Algunas veces es difícil saber qué hay detrás de estos movimientos ejecutados por personas comunes, convertidas en «distribuidores eficientes de contenidos». Dice que una de las respuestas podría estar en la Teoría de los usos y gratificaciones (TUG)2.
A grosso modo, esta teoría investiga la comunicación en masa. Mientras que otras teorías estudian el alcance de los medios de comunicación en las personas, la TUG investiga qué efectos tienen las personas en los medios de comunicación. Según esta teoría, es la audiencia la que elige los contenidos que presentan los medios, de acuerdo a sus deseos y a sus necesidades, con el fin de conseguir una gratificación (satisfacción). Lo anterior implica que los medios tengan que competir entre ellos para ganarse a la audiencia.
En las redes sociales y, en concreto, en Facebook, el medio de comunicación no aporta el contenido; los usuarios hacemos al medio. Todos opinamos, difundimos, juzgamos y criticamos.
Aquí es donde el asunto se pone más interesante.
Por ejemplo, antes de las redes sociales, los medios de comunicación y las empresas encuestadoras podían afirmar que algún candidato o gobernante gozaba de una popularidad determinada. Ahora, con las redes sociales, se puede «palpar» de qué manera, una gran parte de los internautas (o de los idiotas de los que habla Umberto Eco) percibe a dicho gobernante. Si los datos no coinciden es porque algo extraño está ocurriendo. Podría presumirse que alguien los está manipulando. Por otra parte, las redes sociales permiten que información relevante se conozca en muchas partes y a gran velocidad (por ejemplo, cuando se han robado a un niño). Hay sucesos que nunca se conocerían si las redes sociales no existieran (p.e. el maltrato a los animales que se dio recientemente dentro de una tienda de mascotas en México).
Si la prensa es conocida como el cuarto poder, ¿en qué se convierten las redes sociales? ¿Comparten una parte ese cuarto poder, en qué proporción? ¿Son un quinto poder, el poder de la masa? ¿Son un contrapeso a todos los poderes existentes? ¿Son una especie de vigilante de los demás poderes?
Lo cierto es que compartimos y damos likes a los contenidos de Facebook que nos interesan, a los que llaman nuestra atención, a lo que nos entretienen, satisfacen nuestra curiosidad o nos dan algún tipo de beneficio (o gratificación).
Compartimos para buscar vínculos emocionales con los demás, a través de nuestros gustos e intereses.
Pero hay más.
Un estudio del New York Times reveló que el 68% de los usuarios de las redes sociales comparte aquella información que lo ayude a definirse de una manera determinada frente a los demás.
Es decir, nos proyectamos e intentamos revelar nuestra personalidad o, más bien, lo que quisiéramos que los demás vieran de nosotros en Facebook. Rompemos la línea que dividía lo público y lo privado.
En la vida real, ¿a cuántas de las personas que tenemos de amigos en Facebook invitaríamos a nuestras casas, les mostraríamos lo que comemos y lo que bebemos, les contaríamos chistes, les hablaríamos de cómo nos sentimos, de nuestras relaciones amorosas y les mostraríamos nuestros álbumes de fotos?
No lo sé.
Lo anterior es materia de otro debate.
Habrá que seguir atentos a la retórica de Facebook y de las redes sociales en general. Están aquí. Y forman una parte insospechada de la nueva forma que tenemos de comunicarnos.
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1 http://www.lavanguardia.com/opinion/temas-de-debate/20130324/54370608811/me-gusta-que-te-guste.html?page=1
2 http://catarina.udlap.mx/u_dl_a/tales/documentos/lco/menendez_g_pi/capitulo3.pdf
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