El Sufrimiento

He escuchado El lamento de Dido, de Henry Purcell.

10 de marzo, 2016

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He escuchado El lamento de Dido, de Henry Purcell. Mientras escuchaba la música, tuve un extraño sentimiento de tristeza. En alguna parte leí que es la ópera más triste del mundo. Curiosamente, también me llegó un recuerdo de mi infancia.

Éramos niños y viajábamos en carretera, con mi padre, para visitar a mi abuela. Mi padre escuchaba alguna ópera. Solía ser muy callado; no recuerdo ninguna conversación con él de aquella época. En el coche mi padre escuchaba música clásica y, en casa de mi abuela, durante mucho tiempo, leía. Algunas veces nos llevaba a comprar un helado. Hay muchas fotografías que hizo de nosotros en diferentes lugares, pero no puedo recordar esos paseos. Era un buen fotógrafo. En el coche, me había acomodado en el asiento trasero, en medio de mis dos hermanas. Desde ahí alcancé a ver, en el espejo retrovisor, el reflejo de mi padre. Se le escurrían las lágrimas y, sus ojos, parecían todavía más claros. Tuve una enorme sensación de fragilidad. Me he preguntado si mi padre lloraba por la ópera que escuchaba; si los problemas con mi madre, durante su difícil y prolongado divorcio, lo habían agobiado; o si lloraba porque se sentía infeliz por algún otro motivo.

Esta música, este recuerdo, me llevaron a revisar algunos de mis apuntes de filosofía.

 

2

En el centro de nuestra vida está el problema del sufrimiento. «Preguntarse acerca del sufrimiento es también preguntarse acerca de la experiencia de la falta de sentido». El dolor parece un sin-sentido. ¿Para qué y por qué sufrimos los seres humanos a lo largo de toda nuestra vida? ¿Por qué experimentamos todo ese dolor físico y espiritual? Llevamos muchas cargas a lo largo de nuestra existencia. La vida consiste (o parece consistir) en conciliar nuestra alegría con el dolor que sentimos. No existen medidas para el sufrimiento. Es algo personal. Cada uno sopórta lo que puede (sufrir proviene del latín sufferre: sub + ferre: llevar, soportar, cargar). Algunos no pueden soportarlo. Y, algunos, después de sufrir, se vuelven más sensibles ante las necesidades y sufrimientos de sus semejantes, más empáticos; otros, resentidos, no lo consiguen. Nadie tiene el monopolio del sufrimiento. Pero tampoco la victoria. El sufrimiento es parte de la condición humana. Los seres humanos (y de manera muy particular en la época actual) tratamos a toda costa de evitar el sufrimiento, de adormecer el dolor.

 

3

No soy filósofo; estoy lejos de serlo. Pero alguna época, antes de comenzar la universidad, quise estudiar filosofía. No lo hice y he tenido que conformarme con algunas lecturas. Este breve artículo está construido con algunas de las notas que he hecho sobre ellas. Algunas provienen de un libro de Alain de Botton (The consolations of philosphy), otras de libros de Nietzche (La gaya ciencia, Así habló Zaratustra), otras de algunos libros del propio Marcel (Obras selectas y Ser y Tener), y otras de textos diversos.

 

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Nietzche y Gabriel Marcel, dos filósofos muy distintos entre sí (el primero, nihilista; el segundo, católico), habiéndose dado cuenta de la gran importancia que tiene el problema del sufrimiento en la lucha del ser humano por conquistar la felicidad, se dedicaron a estudiarlo con profundidad. Paradójicamente, a pesar de recorrer caminos opuestos, llegaron a conclusiones similares. Para ellos el sufrimiento es una oportunidad para conseguir el crecimiento humano. De hecho, dentro del juego de la vida, el sufrimiento resulta vital.

 

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Friedrich Nietzche (Röcken, 1844-Weimar, 1900) perdió a su padre cuando tenía cuatro años. Nietzche vivió enfermo casi toda su vida (contrajo sífilis durante su juventud en un burdel de Colonia), tuvo poco éxito con las mujeres y vivió una vida solitaria. Pero también conoció la alegría, sobre todo, cuando escalaba los Alpes Suizos. El alpinismo le sirvió de metáfora para estudiar el tema del sufrimiento. En la cima es donde se tienen las mejores vistas, pero es muy difícil llegar hasta allí. Desde la altura de una montaña, frente a la grandeza de sus paisajes, todos los problemas cotidianos parecen insignificantes.   

De acuerdo a Nietzche no existe un camino que lleve directamente a la cumbre. Cualquier logro que se quiera alcanzar en la vida requiere de una enorme cantidad de esfuerzos. La vida es una lucha personal. El buscador de la felicidad debe aceptar el sufrimiento y el sentimiento de fracaso como algo natural. Los infortunios de la vida en realidad son ventajas que la vida ofrece para que el ser humano saque lo mejor de sí mismo. Pero eso no ocurrirá si no hace conciencia de que si no experimenta algún dolor, no tendrá ganancia («¡No pain, no gain!»). A Nietzche le debemos aquella maravillosa frase: «Lo que no te mata, te hace más fuerte». Y, sin embargo, el dolor, por sí mismo, no es suficiente para alcanzar la felicidad. De ser así, todos seríamos felices, dice Alain de Botton. Sólo el que aprende a transformar el dolor en algo bueno (o bello, como decía Nietzche) tiene la oportunidad de alcanzar la felicidad. Aunque para Nietzche, no se trata de la felicidad que se concibe en el mundo contemporáneo, sino de una felicidad mucho más profunda. De la que surge de la satisfacción de afrontar el sufrimiento o el fracaso y, de alguna manera, de vencerlo. Es decir, de salir adelante a pesar de las dificultades. No es el éxito lo que importa, sino la batalla personal que se libre para alcanzarlo. El resultado no importa («La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta». «(El hombre) es un tránsito y no un ocaso»). Al sufrimiento hay que verlo de frente. Nietzche despreciaba a los hombres «pequeños y mezquinos» que intentaban esconder el sufrimiento en la comodidad.

Los ataques de Nietzche hacia el cristianismo (era hijo de un pastor protestante) se debían a que consideraba que esta religión, al igual que el alcohól (Nietzche era un abstemio recalcitrante) anestesiaba el sufrimiento de las personas. No sólo arremetió contra la tradición judeocristiana, sino contra todas las religiones. Para él, el origen de la religión es el miedo; en los sentimientos de angustia y frustración que sentimos durante toda nuestra vida. El problema de la religión es que siempre ha caído en el mismo error de la metafísica, hablando de un mundo sobre natural (Dios, el diablo; el cielo, el infierno; los ángeles y arcángeles, los ángeles caídos; etcétera) y no a través de la verdad. Y la verdad es que no sabemos qué hay en el más allá, pero sí sabemos que hay aquí (¿en el más aquí?), en el mundo real («La pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte», escribió Julio Llamazares, en Escenas de cine mudo). La muerte de Dios, que proclamó Nietzche («¡Dios está muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!», aformismo 125, de La gaya ciencia) era una apertura al desarrollo pleno del ser humano, aquél sobre el cual las religiones ejercen un poderoso control.

Nietzche tuvo un colapso nervioso durante el invierno de 1889 que lo llevó a la locura. Se dice que abrazó a un caballo, luego de que su dueño maltratara al animal, en una plaza de Turin. La imagen del filósofo de los bigotes largos abrazando al caballo me resulta inmensamente poética,igual que su filosofía.

Uno de los genios más importantes de todos los tiempos pensaba que el talento no significa nada para el genio. El genio se hace a sí mismo, a través del esfuerzo, del sacrificio. Del sufrimiento. Quizá lo que diferencia a Nietzche de otros filósofos es que él también quería que las personas fueran felices sólo que, para él, el sufrimiento (más que para Marcel) era indispensable para ese fin.  

Lo cierto es que Nietzche terminó muy mal sus días, en un manicomio, al cuidado de su madre y de su hermana, muriendo a los 56 años.   

 

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Friedrich Nietzche

 

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La visión filosófica de la religión en Gabriel Marcel (París, 1889-1973), importante filósofo del existencialismo cristiano, es muy diferente a la de Nietzche. Para Marcel la religión es un misterio que no se puede describir y, por lo tanto, debe ser interpretado con el alma y no con la razón. El misterio de la vida supera los límites del mundo y, por supuesto, también del ser humano, por lo que no se puede acceder a él a través del mundo material, sino del espiritual. 

Gabriel Marcel perdió a su madre cuando tenía cuatro años (a la misma edad que Nietzche perdió a su padre) y fue criado por su tía, hermana de su madre, y por su autoritario padre, que terminó por casarse con la hermana de su esposa; el resultado fue un matrimonio infeliz. Gabriel fue un niño hipersensible, solitario y reflexivo. Además de filósofo, también fue un gran dramaturgo. En todas sus obras de teatro (al igual que en todo su pensamiento filosófico) está presente el tema del sufrimiento. Sus personajes se encuentran siempre al borde del resquebrajamiento físico, moral o espiritual.

El sufrimiento pone a prueba al ser humano a través de las tiranías del deseo, los azares de las relaciones con los otros, la enfermedad y la muerte de los seres queridos. Pero el hombre ha de encontrar en la vida la fuerza para enfrentar todas esas vicisitudes. La vida para él era como una carreta de la que había que tirar todos los días, sin protestar.

El sufrimiento, para Gabriel Marcel, es universal, de manera que nadie puede sustraerse de él. El sufrimiento es el crisol que hace de nosotros lo que somos, es lo que nos hace singulares; es decir, verdaderamente humanos. Aunque no todos consiguen verlo y, por consiguiente, no todos pueden utilizarlo como medio para forjarse a sí mismas como personas más completas.

El sufrimiento puede verse en todo lo que concierne a la condición humana. Es necesario vivir a pesar de todo, vivir con el dolor.

En el momento en el que muere un ser querido es cuando el sufrimiento llega a su punto más alto. Cuando se tiene enfrente la mayor prueba de fortaleza. «Amar a un ser querido es decirle: tú no morirás… Los verdaderos muertos, los auténticos muertos, somos los que ya no amamos», escribió.

La enfermedad grave es también una forma casi intolerable de dolor. En su visión cristiana, el sufrimiento forma parte del misterio del mal. Sin embargo, si recordamos a Giovanni Papini, él decía que el diablo no es tan malo como pensamos, porque es el que nos ayuda a ver a Dios.

Gabriel Marcel, al contrario de otros filósofos como Nietzche, que ensalzaba la vida en soledad del ser humano, hacía énfasis en la importancia de la convivencia familiar y de la vida en comunidad.

Para él era muy importante la congruencia en el ser humano. «Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive».

Rechazó ser un «existencialista cristiano», como lo llamó Jean-Paul Sartre, en uno de sus libros.

Gabriel Marcel murió en París, a los 84 años, en su apartamento de la rue de Tournon.

 

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Gabriel Marcel, 1969.

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El que nunca ha experimentado una enfermedad que le haga sufrir, el que nunca ha conocido la pobreza, el que jamás he pasado por una situación realmente difícil, no podrá sentir compasión y empatía por un ser humano que se le cruce enfrente y que esté pasando por una experiencia simiar. Gracias a conocer el frío, tendrá la capacidad de quitarse su abrigo para ponérselo a la persona sin techo que encuentre tumbado, contra un muro cualquiera, en una de las tantas calles del mundo.

 

8

He vuelto a escuchar El lamento de Dido, la ópera de Henry Purcell. Ésta vez también me he sentido triste y, al mismo tiempo, la música me ha parecido inmensamente bella (Henry Purcell perdió a su padre a la misma edad que Nietzche y Gabriel Marcel perdieron a su padre y a su madre, respectivamente). Siguiendo los consejos de Nietzche y de Gabriel Marcel, y luego de no haber escrito nada en los últimos días, he utilizado la música y el recuerdo de mi padre como inspiración para escribir este breve artículo. Al terminarlo, llamé a mis hermanas para saber si ellas recordaban el día que vi a mi padre llorar en la carretera, mientras escuchaba una ópera. Pero no lo recuerdan. Pensé en escribirle a él mismo para ver si recuerda algo de aquel día. Pero, finalmente, pensé que «la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla». Me quedo con mis recuerdos. Con mis alegrías y con mis sufrimientos.  

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Foto del actor congloés Nganji Laeh, por Juan Rodríguez-Cano.

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