Caminar: El arte de pasear sin rumbo

La especie humana comienza por los pies Leroi-Gourhan Camino por la ciudad y dejo que mis pensamientos dirijan el trayecto de mis pasos. Siempre he...

5 de junio, 2015

La especie humana comienza por los pies
Leroi-Gourhan

Camino por la ciudad y dejo que mis pensamientos dirijan el trayecto de mis pasos. Siempre he pensado que, en medio del mundo moderno, donde la calma y el silencio son tan poco tolerados, vagabunear sin prisa y sin rumbo fijo es un acto de resistencia, un acto de rebeldía.

Y en ese sentido, todo caminante es un anarquista.

Importa poco si me oriento en las calles, porque de los paseos de Walter Benjamin por la ciudad de Berlín, y de un fragmento de Eduardo Galeano, aprendí que en los extravíos nos esperan los hallazgos, porque es preciso perderse, para volver a encontrarse.  

Cuando era niño, mi abuelo me llevaba a caminar y a trepar árboles alrededor de la manzana. Otras veces, cuando viajábamos, caminábamos junto al mar. Más grande, mi mamá me llevaba a caminar al Desierto de los Leones. Más tarde empecé a caminar por las montañas y por las ciudades que visitaba.

Para Barthes, caminar es nuestro gesto más trivial y, por lo tanto, el más humano. Algunos de los apologistas del paseo lo practicaron, como una forma de filosofía: Rousseau, Thoreau, Walser, Satie, Hölderlin, Wordsworth y Coleridge.

En toda caminata con tintes literarios o filosóficos hay una huída y, en toda huída, existe una búsqueda. La búsqueda, tal vez, de la transformación.

Entre más me alejo de casa, más me encuentro a mí mismo. Cuando paseo, salgo al encuentro de lo inesperado: una sensación, una pregunta, un hallazgo. La libertad de esas caminatas, en medio de los problemas de la vida, me devuelve el sentido de la existencia.

Me alejo y me pierdo por las calles. Me gusta observar los cambios en la luz y en las sombras. Los olores. El ritmo de la ciudad. Las vidas de las personas ordinarias y las extravagantes. Las tribus urbanas y su contra-cultura.

Salgo a caminar por la ciudad con la idea de que ésta no ha de conocerse sólo en sus monumentos y edificios emblemáticos; la ciudad cambia todo el tiempo. Debe descubrirse al vuelo, a través de la sucesión de instantes.

Para caminar sólo basta salir y echarse a andar, atento, con los sentidos agudizados y los ojos bien abiertos.

¿Por qué no empezar por alguna calle? 

Dibujo: Helena Preschia

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