Apología de la felicidad

Enrique Vila-Matas, uno de los escritores que más disfruto, decía que las conversaciones en las que se pronunciaban más de dos tópicos seguidos, le parecían una pérdida de tiempo.

17 de noviembre, 2015

Enrique Vila-Matas, uno de los escritores que más disfruto, decía que las conversaciones en las que se pronunciaban más de dos tópicos seguidos, le parecían una pérdida de tiempo. De manera que si, por ejemplo, un taxista le preguntaba si se había fijado en el tiempo, él le respondía que no, que él se había fijado en la luz. Y si alguien le decía otra obviedad, por ejemplo: «Está lloviendo», él le respondía que no: que no estaba lloviendo. Hacía esto para romper el cliché, pero también para romper con la realidad.

A mí me pasa lo mismo que a Vila-Matas, cuando la gente me habla de la felicidad. No soporto a las personas que juzgan a alguien por ser infeliz. Y mucho menos que le quieran mostrar el camino de la felicidad, mediante un montón de frases hechas que no llevan a ninguna parte. Uno de los clichés que más he escuchado dice que la felicidad consiste en alcanzar la paz con uno mismo, con las personas y las situaciones que lo rodean. Y sin embargo, yo vivo en guerra constante conmigo mismo y con muchas de las personas y situaciones que me rodean. De manera que, mientras que no encuentre la fórmula para conciliar todas las cosas, he llegado a creer que la felicidad, como escribió Javier Cercas, supone soportar con valentía cierta carga de sufrimiento. Con esto, quiero decir que he decidido unirme a la postura filosófica de los estoicos.

John Keats, el poeta inglés, escribió: «Soy un cobarde, no puedo soportar el sufrimiento de ser feliz». Me identifico con esa frase. He pasado cada etapa de mi vida sintiéndome infeliz para terminar, a la vuelta de los años, sintiendo una terrible nostalgia por lo feliz que fui en ese tiempo sin darme cuenta. Lo peor de ser feliz es que cuando lo somos, no lo sabemos.

La felicidad, al final, es como las liebres que persiguen los galgos en las carreras.

¿Será cierto, como dijeron Ausonio y Goethe, que la felicidad consiste en no ambicionar lo imposible y aprender a limitarse?

Robertson Davies, escritor canadiense, aseguraba que, debido a su temperamento, ciertas personas tenían la propensión innata a ser felices. Tengo amigos que no paran de reír y decir cosas graciosas. Creo que la risa les deja poco espacio para la infelicidad. Pero también he conocido a personas muy simples, que no se han hecho grandes expectativas de la vida y que parecen ser felices. Aunque este texto no es una apología del sufrimiento, debo reconocer, por paradójico que parezca, que en medio de algunos de los momentos de mayor sufrimiento he experimentado momentos muy felices.

Cuando alguien quiera darme consejos banales para ser feliz, tal vez haga lo mismo que Enrique Vila-Matas y le diga que la felicidad no existe. Y si la felicidad no existe, nuestra obligación es inventarla.

Yo la invento en el silencio de la mañana, en el primer trago del café, en el instante en que abro un paquete con un libro, en las conversaciones con mi hijo y cuando lo observo dormir, en mis paseos por la ciudad al ir al encuentro de algo o de alguien.

Descubrir aquellos minúsculos e insospechados placeres; aquellas satisfacciones íntimas que rompan en medio del día. Y todo eso, para poder soportar con valentía cierta carga de sufrimiento.

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