Un grupo interdisciplinario de ocho investigadores se dio a la tarea de analizar, desde la evidencia científica y epidemiológica, los efectos sobre la salud del consumo de marihuana, así como sus propiedades curativas. El fruto de la investigación está disponible en el libro Marihuana y salud, coordinado por Juan Ramón de la Fuente. El trabajo desmitifica y aborda el tema desde la perspectiva de los derechos humanos. En primer lugar establece que el cannabis es una droga adictiva perjudicial para la salud, en particular de las personas que inician su consumo antes de los 20 años. También apunta que es menos dañina que el alcohol y el tabaco. En segundo lugar revela, con base en estudios serios, que sirve como analgésico, para la esclerosis múltiple, la polineuropatía distal, etc., y hay indicios alentadores para tratar el cáncer, la diabetes, obesidad, el Alzheimer, entre varias más.
También abordan el tema desde la perspectiva sociológica. La cultura, que es el sistema de creencias, valores, ideas, conceptos y actitudes, establece jerarquías y clasifica el comportamiento humano en bueno y malo. Desde esa visión del mundo, y no de la evidencia científica y epidemiológica, se califica qué droga es maldita y cuál no. El mito dice que la marihuana genera violencia y marginación… y se pena su consumo. El fenómeno provoca exclusión y segregación, así como actitudes defensivas de los grupos estigmatizados; es decir, el sistema al determinar lo bueno y lo malo, empuja a los consumidores a la clandestinidad, los excluye de sus derechos humanos y los confina a la ilegalidad. Por ello, convendría evaluar cómo la política punitiva contra el consumo de marihuana es una fuente de violencia y criminalidad.
La guerra contra las drogas, declarada hace más de 50 años, arroja resultados desastrosos: tiñó de rojo a México, disparó la corrupción, la delincuencia y la impunidad y corroyó las frágiles instituciones públicas al grado de amenazar la viabilidad del país. ¿Qué sigue? La experiencia internacional arroja alguna luz. En ningún país hay libre mercado de drogas, y aquí sería desastroso, dada nuestra crisis institucional. En países como Holanda y Portugal se despenaliza la tenencia y consumo de drogas: se consideran faltas administrativas, pero se combate el tráfico a gran escala; en España, se aceptan clubes cerrados de autoconsumo. En todos los casos se brinda apoyo médico a los consumidores. Por tanto, se intensificaría la prevención sin dejar de combatir el crimen y se destinarían a salud los recursos de la guerra contra la droga. En política muchas veces hay que elegir el mal menor.
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