Guerreros de Dios

Los ataques terroristas son acciones abominables.

19 de noviembre, 2015

Los ataques terroristas son acciones abominables. Sin embargo, la condena no sirve para entender las causas profundas que originan este fenómeno. Entender su leitmotiv es crucial para desarticularlo, si esto es posible. Luigi Bonanate, en un espléndido ensayo publicado en Nexos en marzo de 2006, descifra el ADN del terrorismo. Su tesis es que se trata de “un sujeto político a pleno título, dotado de una teoría, de una estrategia y también de una fuerza persuasiva que son todo menos casuales…”, es decir, no son actos de locura. Tiene una cosmogonía, su propia escala de valores: hay una concepción del bien y del mal, que no coinciden con la cosmovisión del mundo occidental. Su extremismo es explicado por la impotencia: cree y siente que por su condición marginal (social, política y económica) no hay otro camino.

La experiencia del terrorista es de sumisión por los extranjeros y por sus propios déspotas, y su esperanza de mejoría es de cero, al menos en este mundo. Es así que se combinan desesperanza, valores y creencias para formar una mezcla explosiva. Es de este modo como construye una “teoría política” propia, reforzada por la concepción religiosa del premio en el más allá. Propone Bonanate observar al terrorista como “un sujeto político que no debe ser subestimado, sino que -como cualquier otro actor político- es portador de un conjunto de valores (que sean no-valores desde otros puntos de vista no cambia nada) que pretende actuar políticamente en la historia (…) los valores adoptados se imponen (porque en ellos se cree) a cualquier costo, sin escatimar la violencia (…).El problema que surge es: ¿se puede justificar una violencia y condenar otra?”. Violencia occidental, vs., violencia terrorista.

¿Cómo conciliar dos formas de entender y ver el mundo, en el que lo bueno para unos no es necesariamente lo bueno para los otros? La respuesta de Bonanate es apostar por el pluralismo, “con la sola condición de que no se tolere su tentativo de imponerse como superiores una sobre la otra”. Así, la violencia de la guerra se justifica en defensa propia. “El punto, añade, puede aclararse con simplicidad: o la política controla la violencia, o la violencia determina la política”. La democracia, de acuerdo con el espíritu de la Ilustración “no es en sí misma un valor sino un conjunto de medios, el instrumento idóneo para consentir a cualquiera perseguir los fines en los que cree con una condición: hacerlo en modo no violento…”. La democracia sustituye “el golpe del fusil por la boleta electoral renunciando conscientemente al «bien» a favor de lo «conveniente» (para la mayoría)”. He aquí el desafío del terrorismo.

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