Si se revisa con cuidado la mochila de cualquier niño pequeño, lo más probable será encontrar aquellos objetos que por una u otra razón resultan ser sus predilectos, esos que merecen estar ahí: desde una figura de acción hasta una flor seca cortada en algún momento del jardín. Un videojuego. Una roca o un libro. Todo vale sin importar su procedencia. Sin importar su valor real. Sin embargo detrás de todos y cada uno existe una cuidadosa selección.
En sentido opuesto a lo que muchos pudieran pensar, ni la lección que genera ni la metáfora relacionada con estos tienen que ver con la preponderancia que hoy en día otorgamos a los bienes materiales ni al desproporcionado consumismo de nuestro siglo.
Tiene que ver con el apego.
Existen cosas materiales, momentos, decisiones o circunstancias que de manera personal, elegimos para que nos acompañen a lo largo de la vida. No necesariamente positivas, enaltecedoras o siquiera agradables, pero que a pesar de todo han sido seleccionadas cuidadosamente, consciente o inconscientemente, para brindarnos algo en particular a través de nuestro periplo vital: perspectiva, recuerdo, confianza o sentido. Muchas, no obedecen sino a nuestro deseo primigenio de aferrarnos a algo: una promesa o una falsa idea de seguridad. Otras, quizás nos remitan a aquél instante con un alguien que nos negamos a dejar ir. Muchas más a tiempos y circunstancias distintas, menos difíciles.
Lo cierto es que muchas de las veces pareciera que buscamos determinados estímulos (pasados o presentes) que nos brinden aquello que es difícil encontrar y adoptar en estos días de manera natural: seguridad, confianza, aceptación, entre muchos otros.
Viajar ligero, término que resulta muy escuchado en nuestros días, no es en realidad únicamente una metáfora para las relaciones pasadas, los momentos complejos o la pérdida de aquellas personas que amamos y que quizás ya no están con nosotros; hacerlo implica también dejar atrás la discusión del día anterior, los errores de meses atrás y las circunstancias de años anteriores. Existe un hoy y existirá un mañana, si las cosas marchan cómo deben. Nada más. ¿Convive usted con frecuencia con gente que poco le aporta o que es francamente deshonesta o incongruente? ¿Antes de cualquier decisión se ve imposibilitado por el miedo que le producen sus decisiones anteriores, máxime si estás han resultado erróneas? ¿Sigue viviendo, laborando o conviviendo en determinado ambiente simple y llanamente nocivo por llevar la fiesta en paz? ¿Podría decir, sin titubear, que día con día hace lo máximo posible por ayudar, apoyar o confortar a aquellos que ama?
Viajar ligero implica aprender a soltar, a dejar atrás los errores, ser consciente de nuestras propias decisiones, de lo que hacemos y también, de aquello que dejamos de hacer; implica dejar de confiar en la gente que no lo merece y reconocer a la que si. Estar siempre dispuesto a crecer, a mejorar, a atreverse. Dejar la comodidad y el bienestar personal, donde no existe riesgo alguno y empezar a pensar en nosotros mismos si, pero también en los demás. Implica ser libre de ataduras propias y también algunas ajenas. Saber quienes son aquellos a nuestro alrededor dispuestos a poner todo de ellos (voluntad, confianza, esfuerzo) para acompañarnos en el viaje, incluso en el fracaso y quienes sólo estarán allí para señalar tan funesto desenlace.
Estar permanentemente pendiente de portar todo aquello que en algún momento tuvo un impacto importante en nuestra existencia (bueno y malo) o pensar demasiado en si esto o aquello podría tenerlo no hace sino detenernos en demasía en lo que ya fue y también, en aquello que quizás nunca sea. Digamos que es estar revisando si andamos cargando todo con nosotros, día tras día, cuando lo que necesitamos en realidad es apenas lo mínimo. Es seguir esperando una palabra que quizás jamás se transforme en un hecho o, por otro lado, perdernos en detalles nimios olvidando lo trascendente.
Dado lo anterior y reconociendo que los seres humanos somos acumuladores (materiales, emocionales) por definición, a título personal, llevo conmigo estos simples puntos para recordar a diario quién soy y quien quiero, algún día, llegar a ser:
- Alguien capaz de responsabilizarse de todos y cada uno de sus actos. Aprende la lección buena o mala y sigue adelante.
- Si vas a brindar apoyo o ayuda, da lo mejor de ti. Si lo haces de cualquier otra forma no es apoyo sino conveniencia o peor aún, limosna.
- Sé consciente de que es lo más importante para ti. Para mí es mi familia.
- Sé alguien que no deja pasar la oportunidad de ayudar a la gente que ama, primero y a la demás gente que necesita ayuda si existe la oportunidad, después.
- Sé alguien que sabe de qué es capaz y de que no, conocedor de dónde se encuentra parado y que es consciente de sus capacidades, virtudes y defectos.
- Sé un individuo que habla a través de la razón, del conocimiento y de la oportunidad, no desde la sinrazón, el interés o desde la falsedad. De esos ya hay muchos.
- Conviértete en alguien que sepa identificar qué es lo que la gente que le importa necesita o requiere; apoyo, empatía, crítica o consejo, todo en su justa medida y en el momento adecuado.
- Se alguien comprometido con toda decisión y acción que conlleve mejora, satisfacción y seguridad para el y los suyos.
- Deja ir. Suelta. No todo fracaso habrá de repetirse y el futuro depende enteramente de ti. De nadie más.
Este es un simple texto y los enunciados anteriores apenas un esbozo de la compleja realidad de la vida. Sin embargo a mí me resultan de suma utilidad para afrontar cada decisión con plena confianza y seguridad. ¿Usted cuenta con los suyos?
Nos leemos en dos semanas.
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