José Antonio Meade jamás ha sido un político, definiendo la política como lo hacen Weber, Aron y Vedel, es decir, cuyo objeto de estudio es el poder.
Por el contrario, toda su vida ha sido un servidor público y ha colaborado en dos sexenios distintos en diversas secretarías de estado. Y ha sido sin duda, un funcionario ejemplar.
No accedió a la candidatura presidencial como lo hicieron sus antecesores ni cómo lo hicieron López Obrador y Anaya Cortés, ambos versados en las artes políticas: cimentando su poder con base en el cabildeo, en el acuerdo tácito o “de facto” con otros grupos, estableciendo una red de intereses e influencia alrededor suyo, que les sirvió como plataforma y ancla para sus propias ambiciones, uno con el PAN y el otro primero con el PRD y ahora con MORENA. Meade ni siquiera se encuentra afiliado a partido alguno.
De manera irónica, ha sido justo la política lo que más ha mermado su campaña; la conexión, más ficticia que real, con los otros miembros del partido que lo postula, actualmente el más denostado a nivel nacional. Hoy más que nunca, autodenominarse priísta es políticamente incorrecto.
Quien trata de vincularlo con los desvíos en la SEDESOL, no conoce las funciones y atribuciones de dicha Secretaría y desconoce también que lo que reflejó la Auditoría Superior de la Federación en dicha materia se debió a la colaboración de José Antonio Meade, como sucesor de Robles. O quizás es de aquellos que no quiere saber.
Aun así, el peso de la política ha sido suficiente para relegarle al tercer lugar en la preferencia de voto, acorde con los sondeos realizados.
Una carrera limpia, eficiente y una historia personal transparente (de lo cual no gozan ni Anaya ni Obrador) no han bastado, hasta ahora, para deshacerse del lastre que representan los políticos del Revolucionario Institucional que utilizando los mismos colores, han manchado el ejercicio del poder.
Nestora Salgado tampoco es una mujer política. Ciudadana norteamericana y excomandante de la policía comunitaria guerrerense, tras ser aprehendida por las fuerzas federales y sujeta a proceso, argumentó su ciudadanía estadounidense y dado lo anterior, que no se le había prestado asistencia consular a la que tenía derecho, por lo que el proceso tuvo que reponerse. Hoy está haciendo campaña con MORENA.
Durante la pasada semana ambos caminos convergieron.
Salgado montó un espectáculo mediático para tratar de minimizar sus acciones, purificar su imagen y acusó de difamación y daño moral a Meade Kuribreña, aún a sabiendas que sus procesos siguen vivos, que bajo su “comandancia” en la policía comunitaria de Olinalá al menos una de sus víctimas menor de edad (clave PSPR2) sufrió abuso sexual y otras más sufrieron robos, maltratos físicos, trabajos forzados y fueron retenidas en condiciones infrahumanas y privadas de su libertad, tal y como lo establece el artículo 129 del Código Penal del Estado de Guerrero y a lo referido en la recomendación 9/2016 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
También, a sabiendas que aún tiene tres causas abiertas en su contra pendientes de resolución (dos por secuestro y una por homicidio) y que deberá presentarse a su audiencia el próximo 25 de junio.
Nestora Salgado se encuentra postulada para ocupar un curul en la cámara de senadores por la vía plurinominal, sirviéndose de la política para, en caso de ganar MORENA, que sus delitos y sus víctimas jamás se encuentren cara a cara con la justicia.
José Antonio Meade aún continúa bregando por mejorar en la preferencia de los electores, tratando de hacer notar que él, en lo personal, jamás ha sido un político ni se ha valido de la política con fin alguno, en sentido opuesto no sólo de Salgado, sino también de sus oponentes en la carrera presidencial.
Curiosa paradoja.
Mientras esto sucede, los dos candidatos punteros se descalifican mutuamente con base en sus propuestas fallidas (inviables muchas de ellas), sus opacas historias personales y su notoria ambición política.
Quedan menos de 40 días para las elecciones; veremos quien logra acceder al cargo público para el que ha sido propuesto, sabiendo de antemano que entienden, de manera diametralmente opuesta, el ejercicio del poder.
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