Hubo alguna vez un tiempo en que el sendero por el que transitaba la nación dependía en gran medida de la visión individual. Una época en la cual los proyectos nacionales dependían más de personas y personalidades que de posturas ideológicas e instituciones, un tiempo anterior a los partidos políticos que hoy conocemos y denominamos como históricos, durante el cual emergió el Partido Nacional Revolucionario (PNR) ahora Revolucionario Institucional. Un tiempo anterior a la génesis del PAN y del PRD. Una época, que ahora parece lejana, de políticos, generales y caudillos.
Justo cuando arranca el año 2016 y parece que son justamente nuestras instituciones y partidos los que gozan de poca o nula credibilidad, nos volvemos para mirar con renovado entusiasmo a los individuos en la búsqueda de una senda alternativa: los candidatos independientes. El reciente triunfo de Jaime Rodríguez “El Bronco” en Nuevo León y Pedro Kumamoto en Zapopan y las (aún en ciernes) candidaturas de Pedro Ferriz de Con y Margarita Zavala, entre muchos otros, vuelven a poner en la mira el interés por las características individuales, con sus virtudes y defectos, como aspectos determinantes de una propuesta distinta a los grupos partidistas en su mayoría cupulares, distantes y opacos. Es, considero yo, un asunto relacionado con la poca o nula representatividad. También obedece al hartazgo y la poca diferenciación en cuanto a grupos y actores políticos se refiere. Y aún y cuando parecieran una bocanada de aire fresco ante el gris panorama, creo firmemente que estamos buscando en la dirección equivocada.
Primer error: Antes que nada erramos en nuestra búsqueda, considero, porque el cambio por el que pugnamos no es de fondo, sino de forma. Un modelo (político, económico, etc.) y las estructuras ligadas a él únicamente puede reemplazarse por otro que resulte más eficiente. Si nuestro sistema nos parece viciado, corrupto y arcaico, entonces la búsqueda debería recaer en otro con que sustituirlo. De lo contrario, lo único que estamos haciendo es matizarlo, barnizarlo. Cambiar rostros y actores por otros distintos y nada más. Y eso, cabe recordar, ya lo hemos hecho. El país pasó de depender de caudillos (personajes autoritarios tanto por sus características individuales como por sistema) a sustentarse en las instituciones del Estado, a legitimarse no a través de nombres y apellidos sino de órganos y dependencias. Hoy pareciera que no pretendemos mejorar éstas, avanzar y evolucionar, sino volver a buscar a los primeros. A ése alguien que por sí mismo pueda brindar orden y cohesión al país en un ambiente de inestabilidad. A un César que se encargue de nuestra república en peligro, cual si estuviésemos en el año 44 a.C. No estamos pugnando por modificar las instituciones y partidos, maneras y formas de ejercer el poder, sino por el contrario, andamos ocupados viendo quien las encabece.
El fenómeno “del cambio” me viene a la mente. Vicente Fox Quesada resultó, bajo la visión del análisis retrospectivo, mejor candidato que gobernante, de eso no existe duda alguna. Su campaña, mensaje y discurso lograron aglutinar y encauzar el sentir de numerosos sectores de la sociedad civil que pugnaban por un cambio de colores, de rostros, de individuos. El propósito y fin eran claros: Renovar esa añeja guardia que se perpetuaba en la cima de la pirámide desde hacía décadas. Sacar al odiado PRI de los Pinos. Derrotar al sistema a través del sistema mismo. Aquella era la premisa. Si el lenguaje gubernamental era oficialista y anacrónico, el candidato de la "Alianza por el cambio" en lo particular resultaba dicharachero y cercano. Adicionalmente, su campaña mediática resultó enormemente atractiva, convirtiendo pifias y ambigüedades en aciertos y victorias. Y cabe resaltar, consiguió su objetivo.
Su llegada a la presidencia nos mostró que la alternancia era una posibilidad real, no una lejana quimera como en años anteriores. Sin embargo y en esencia, eso fue todo lo que cambió. El poder pasó de un grupo a otro, cambiaron los nombres y los rostros, pero no sus estructuras, formas e instituciones. Fox y su equipo, incapaces (o carentes de la voluntad necesaria, una de dos) de acordar con las demás fracciones las propuestas e iniciativas que traían en mente, provocaron que su gobierno se fuera diluyendo y enrareciendo entre la permanente disputa y la abierta confrontación, “pateando avisperos" dirían algunos, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.
Adicionalmente, tan parecido resultó el ejercicio del poder durante el sexenio foxista adaptado a las formas, maneras, costumbres y excesos de su predecesor inmediato que existieron menciones de tráfico de influencias y empresas y empresarios ligados a la familia presidencial. las cuales sin embargo, jamás llegaron más allá que a lo meramente anecdótico. Logramos el cambio pero fundamentalmente nada cambió.
En resumen, si algo nos quedó del periodo presidencial de Fox fue por un lado, que el cambio en efecto era posible y nuestra imperfecta democracia funcionaba, también, que la simbiosis entre Presidencia y Partido hegemónico no era eterna. Por otro lado, que no se podían (o aún hoy pueden) erradicar o modificar las prácticas, maneras y formas en el corto plazo y que una vez allí, en el poder, por sí solo ni individuo ni fracción pueden (o en otras ocasiones, quieren) modificar absolutamente nada.
Segundo error: Tampoco con respecto a qué o a quien queremos, podemos ponernos de acuerdo. Primero, porque no sabemos en realidad qué buscamos. Adicionalmente, al tratarse de la evaluación de características individuales, los parámetros resultan por decir lo menos, enormemente subjetivos; lo anterior resulta obvio puesto que aquello que quizás resulte bueno para mí no necesariamente lo será para usted. Al no existir ya un fin (ni enemigo) común como aquel que consistía en lograr la alternancia; lo que nos queda son un sinnúmero de elementos, matices, defectos y virtudes. Y aquí considero yo que andamos mal de enfoque. Explico.
Al no centrar nuestra búsqueda en un cambio de fondo, primero ni en un perfil adecuado, después, digamos en una mínimamente puntual descripción de qué es aquello que pretendemos encontrar, lo que nos queda es pugnar por “un alguien” que llene el espacio que próximamente estará vacío. Por ello no me sorprende que individuos de ambientes tan disímiles se consideren aptos para incursionar en el ámbito político.
Lo anterior denota que hoy por hoy andamos buscando lo que sea, provenga de donde provenga. Ansiamos nombres, apellidos y rostros porque de competencias, capacidades y aptitudes vaya usted a saber qué queremos en realidad. Y menos aún sabemos en dónde buscar. Esa simple premisa es la que ha generado que intelectuales, deportistas, demagogos y comunicadores estén ya, desde ahora, metidos en la contienda (pre) electoral. Lo están porque son conscientes de que andamos a la caza de alguien popular, conocido, con quien identificarnos. Y nada más. Tiempos de marketing sobre perfiles, imagen sobre formación.
Entramos pues desde hace ya varios años, en un periodo de banalización de la política. Cualquier opción, la que sea, parece más prometedora que los políticos de siempre. “Cualquiera puede cocinar” era la frase predilecta del Chef Gusteau del film Ratatouille; nosotros bien podríamos decir en el mismo sentido “cualquiera (Con buen Mkt y/o buena imagen) puede ser político". Por supuesto que existen mejores individuos que otros, de eso no me cabe la menor duda, pero como andamos buscando todo, carentes de enfoque y puntualidad, en realidad no vamos a encontrar nada.
Parece que tratamos de “mejorar” el ejercicio del poder bajando la vara para medirlo, subiendo a cualquiera al estrado, anhelando al artista, periodista o deportista con quien identificarnos (¿O no, Cuauhtémoc?). Si lo que pretendemos en realidad es la dignificación de la política y el sufragio es nuestra herramienta para ello, la búsqueda del candidato idóneo debería ser adecuadamente ponderada y debería responder también a las preguntas precisas. Fijamos nuestra atención en la imagen de tal o cual para una función que requiere personas, en efecto, pero también perfiles, formaciones, ideas, proyectos y alternativas.
Si vamos a centrarnos en individuos en lo particular, ya no en el sistema y sus estructuras como mencioné en un inicio entonces deberíamos, considero yo, partir de la premisa de que la función pública es una actividad profesional como cualquier otra, con sus propias características, atribuciones y responsabilidades, el funcionario recibe una remuneración (proveniente del erario) dada las características propias del puesto y ésta debe resultar competente y eficiente. Esos son, o deberían ser, los elementos a considerar por principio de cuentas. Es una labor profesional y lo que debemos buscar es el perfil adecuado para ello. Debemos conocer y ahondar en educación, formación, habilidades y áreas de oportunidad. En planes y proyectos. A partir de aquí podemos pensar ahora sí, en alguien adecuado para el ejercicio público y, bajo esa misma base, buscar no uno sino varios más, pugnando por encontrar los perfiles y personas idóneas para los puestos que conforme avance el tiempo, comenzarán a estar vacantes.
Finalmente, deseo terminar justo donde comencé. Si bien es cierto que la decisión única y autoritaria de un “Jefe Máximo” sirvió para brindar cohesión y estabilidad al país en el periodo del México post-revolucionario, plagado de revueltas y traiciones, de poco o nulo consenso (con sus respectivos excesos y arbitrariedades posteriores) también es cierto que atrás quedaron los tiempos de “El Poder” con mayúsculas, capaz de todo, atento a todo y obligado a todo. A través del tiempo, partidos y electores se dividieron, pluralizaron y segmentaron.
Hoy lo que existe es un sinnúmero de actores, ideologías y posturas que deben acordar el camino a seguir; es por ello que en la actualidad ni el ejercicio del poder ni la actividad política resultan actividades solitarias ni plenipotenciarias, por el contrario dependen en buena medida del diálogo, de acuerdos y de concesiones (como lo corroboró el sexenio foxista). La buena intención o los ideales promisorios (en caso de que éstos sean ciertos y no pura retórica y demagogia) no bastan para que la actuación resulte eficiente. La gestión política tiene mucho que ver con la convergencia de grupos, sectores, fracciones, ámbitos y posturas; depende de una acción conjunta, no es tampoco y en absoluto, una gesta individual heroica, donde un paladín emerge victorioso a pesar de todo y de todos.
Dado (y a pesar de) lo anterior, me parece que en los próximos meses observaremos a un electorado buscando frenéticamente un Heracles mexicano para encargarle que, a través de una titánica y solitaria tarea, consiga limpiar los establos de Augías en los que parece haberse convertido nuestro ámbito político. Lo cual resulta similar, en esencia, a sentarnos y esperar el regreso de Quetzalcóatl, otros cinco soles aproximadamente, de sobrehumana pureza e integridad.
Mientras cualquiera de los dos aparece, podemos seguir eligiendo entre caudillos arbitrarios que parecen provenir de épocas lejanas como López Obrador y literalmente, payasos, como Lagrimita, dejando en medio del espectro a esposas de ex presidentes como Margarita Zavala y a comunicadores “conocidos” como Pedro Ferriz. Con base en nuestras preferencias, dejamos en claro que eso es lo mejor que el país tiene para ofrecer. Y lo mejor a lo que nosotros, electores, sociedad civil, podemos aspirar.
Nos leemos en dos semanas.
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