México, encauzado tanto por su historia como por su fervor religioso, ha estado intrínsecamente ligado al enigma de la pirámide. Sociedad piramidal en fondo y forma, en culto y costumbre. Curiosamente, por decir lo menos, una estructura de dicha naturaleza es la que de mejor manera estratificaba los diferentes niveles del conjunto social mexica en la era precortesiana: Los macehuales (agricultores, artesanos, albañiles, etc) componían su base, un nivel más arriba se encontraban los pochtecas (comerciantes/espías al servicio del Tlatoani), un poco más arriba los guerreros condecorados, sacerdotes y la nobleza en general. En la solitaria cima, en el vértice de la pirámide, como elemento único, el Rey/Sacerdote/Militar, el Tlatoani. La herencia de sus antepasados teotihuacanos, toltecas y mayas, reafirmaba la concepción de la pirámide como elemento fundamental de la reverencia teológica. En la base, se encontraba la humanidad misma y en su cima, aquellos capaces de comprender la voluntad mística detrás de sus designios y mensajes. Más allá de ella, se encontraban los dioses mismos que conformaban su Panteón. La clase gobernante, sacerdotes y nobles formaba parte, por partida doble, de tales premisas. Ellos pertenecían a los estratos más altos de su conjunto social y como tales, les estaba permitido acceder también, durante las festividades, ritos y ceremonias de carácter religioso, a la cumbre de los recintos arquitectónicos creados con dicho fin. Los demás debían de conformarse en observar, desde abajo, aquello que se estaba llevando a cabo en la cima, cual meros espectadores. La instauración del régimen virreinal, la larga carrera independentista, la revolución de 1910 y la posterior implantación de la democracia institucional, matizaron los vértices del poliedro, más no su estructura. Las clases gobernantes, primero españoles peninsulares, caudillos, terratenientes y políticos, siglos después, continuaron posicionándose en dicha cumbre, participando activamente de las ceremonias que permitían decidir sobre el destino de los hombres.
En 1943, Abraham Maslow publicó “A Theory of Human Motivation”, estudio que obtuvo importante notoriedad dentro de los ámbitos de la psicología y las denominadas ciencias sociales, el cual segmentaba en cinco niveles jerárquicos (representados gráficamente a través de una estructura piramidal) las necesidades humanas, propuesta por el autor; de éstos, cuatro son agrupados como “necesidades de déficit o primordiales” y el último, como “De autorrealización o motivación de crecimiento”. Bajo esta premisa, no se podía acceder ni solventar los estratos más altos de realización, que representan bajo la óptica del autor la auténtica, si bien discutible, realización individual sin antes haberse ocupado de los primeros. A setenta y dos años de la publicación del mencionado estudio y casi quinientos del ocaso de la sociedad de Mexico-Tenochtitlan, cuesta creer que el mexicano, en lo general, no ha logrado superar su condición de observador de ritos y ceremonias de la pirámide mexica ni superado siquiera los niveles más elementales de aquella planteada por Maslow; Fisiología (alimentación, descanso) y Seguridad (física, de empleo, de recursos, de salud, de propiedad privada), primero y segundo de los niveles planteados en la obra del psicólogo de Brooklyn, respectivamente, siguen apareciendo cual fugaces espejismos. Acorde con información dada a conocer hace un par de semanas por el CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social), cien mil connacionales salieron del estrato denominado en nuestro país como de pobreza extrema en el transcurso del año pasado: esto es, acorde con la metodología actual, carentes aún de agua potable, vivienda, educación, atención en la salud y servicios básicos en el hogar, pasaron de vivir con menos de un dólar y medio al día ($1.25 USD) a un estrato que se clasifica por sobrevivir, término más adecuado, con apenas dos dólares al día ($2.00 USD). Necesidades primordiales no resueltas, diría Maslow, que imposibiltan la autorrealización personal. No sólo eso, más de 87 millones continúan situándose dentro del rubro denominado como de pobreza moderada, con un gasto promedio diario inferior a los $20.00 dólares. Sólo 1% del PIB se encuentra actualmente destinado a la SEDESOL y la SAGARPA, mismo porcentaje que el asignado a la Presidencia, la Secretaría de Gobernación y algunas otras. El mexicano, a casi un siglo de la publicación del estudio, sigue careciendo de estabilidad económica, física y emocional. El éxito y la realización continúan siendo rubros lejanos, quiméricos, inasequibles. Lo importante continúa siendo lo necesario, lo inmediato, lo urgente: cali huan tlacualli, casa y sustento. “Es demasiado difícil pensar noblemente cuando no se piensa más que en vivir”, acotaba en su momento Rousseau. Bien podría estarse refiriendo al México actual.
En nuestra nación, ambas pirámides (la del conjunto social mexica y la planteada por Maslow) continúan existiendo, en el siglo XXI; no son capaces de dejar de hacerlo y de servir de referencia puesto que mantienen sus dos elementos discernibles y eternos: Una base, la población en general y una cima, un vértice, en la figura de su clase política y empresarial. Los mexicas, la última de las grandes civilizaciones prehispánicas, creían firmemente en una concepción circular del tiempo en la que nada cambia, renace para ser igual, ciclo infinito que conserva el mismo sentido y la misma forma; quizás, más allá de cualquier otro, éste resulta su legado más importante para el México actual: la visión de que todo, límites y arquetipos sociales, políticos y aún dogmáticos, subsisten, se matizan o adaptan, pero nunca desaparecen.
Se perpetúan.
Los limitados alcances de la política social, la falta de competitividad y de oportunidades, el rezago educativo y cultural nos siguen haciendo simples espectadores de la toma de decisiones que se barajan, discuten y aprueban o rechazan en la cima de la pirámide. El mexicano, macehual al fin, continúa luchando por satisfacer sus necesidades más elementales al tiempo que, a distancia, observa los ritos y ceremonias que determinan su propio porvenir.
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