Andrés Manuel López Obrador ha vivido y crecido en el ámbito público a través de señalar a otros su presunta ilegalidad. Su retórica demagógica, pulida durante los últimos 40 años, se ha basado históricamente en puntualizar los atropellos, incidentes y prácticas mal habidas de aquellos otros distintos a él: Del PAN y PRD cuando pertenecía al PRI (período 1976-1987) del PAN y el PRI cuando pertenecía al PRD (1989-2012) así como ahora las del PRI, PAN, VERDE, PRD, ETC desde Morena (2014 a la fecha, tras su presidencia legítima) omitiendo lo propio.
Hace ya un tiempo me encargué de documentar las averiguaciones previas con las que contaba Andrés Manuel desde los inicios de su “carrera política” (bloqueando pozos petroleros en su natal Tabasco) y cómo había logrado salir avante sin cumplir condena alguna, negociando en el terreno político y sacrificando a algunos de sus colaboradores en el camino, artículo que titulé “AMLO y la CNTE; historias de pozos y barricadas”. Resulta claro que para muchos mexicanos, sobre todo para aquellos que viven en condiciones de pobreza (en cualquiera de sus clasificaciones) la realidad les muestra poco avance en materia social, económica, etc. Y que, bajo aquella perspectiva, las palabras de Obrador parecen un bálsamo ante la dura y cruel situación. Pero ¿qué hay de los demás? ¿de aquellos que si poseen una educación formativa así como la posibilidad de revisar información de manera inmediata, de corroborar los datos que les son presentados?
Dos años después de escribir aquel texto y tras escuchar múltiples variaciones del mismo discurso (colmado de incongruencias, cuantiosos ataques y no pocas referencias, mil veces repetidas) me pregunté nuevamente ¿cómo puede un hombre así, notoriamente ignorante y maniqueo, autoritario, con antecedentes delictivos, rodeado de colaboradores menos que impresentables, parecer a la vista de muchos la “Esperanza de México”? ¿Cómo puede mantenerse vigente y generar férreos adeptos a su causa cuando sus palabras, propuestas y discurso no son más que lugares comunes, mentiras a todas luces y cuando el más mínimo análisis lógico y racional, lo situaría más cercano a la labor de merolico que a la de jefe de Estado? Aún peor, ¿por qué ningún dato, investigación o estrategia habitual parece mermar la concepción que muchos tienen de él?
La respuesta se encuentra, en buena medida, apelando a lo que Daniel Kahneman considera como la premisa de los estudios que le granjearon el premio Nobel de Economía, mismos que están planteados en el texto Thinking Fast, Thinking Slow (Pensar rápido, pensar despacio), publicado en el año 2011: la forma en que la mente humana decide sobre asuntos complejos.
Desde siempre hemos escuchado que la mente humana es racional y lógica y aceptamos en buena medida dicha premisa, pero los estudios realizados por el psicólogo israelí corroboran una realidad muy diferente; nuestra psique, en realidad, está enormemente influenciada por numerosos sesgos, mismos que provocan que LA GRAN MAYORÍA de nuestras decisiones se basen más en preferencias intuitivas y emocionales que en las reglas de la elección racional.
Por ejemplo, bajo condiciones de alteración emocional o incertidumbre, el ser humano no actúa de acuerdo a lo asumido por los modelos económicos, políticos, etc. es decir no busca maximizar la utilidad; toda la gente, aún aquella considerada normal, comete un conjunto de errores sistémicos. Para mayor claridad nos referiremos a dos sistemas, el 1 y el 2.
El sistema uno genera impresiones, sensaciones e inclinaciones de manera automática y natural con poco o ningún esfuerzo; está ligado al modo en qué solemos analizar elementos inmediatos e interactuar con ellos: identificar un tono de voz hostil en una conversación, calificar si un miembro de la familia es más alto o bajo que otro o notar la cercanía de un objeto con respecto a nosotros, por ejemplo, son buenos ejemplos de ello. De igual manera se centra en la evidencia existente ignorando la ausente. El sistema dos, por el contrario, es aquél que requiere un esfuerzo adicional cuestionando aquellas premisas que suenan lógicas, escudriñando datos que no resultan aparentes. Estacionar un auto, resolver un crucigrama o tratar de refutar un conjunto de postulados, mediante la elaboración de una tesis, resultan buenos ejemplos de este sistema.
Contrario a lo que pudiera pensarse, ninguno de los dos sistemas es mutuamente excluyente; independientemente de lo natural y automático del sistema uno, en todo momento ponemos el marcha el segundo (sobre todo para decisiones más complejas) pero hay dos problemas: requiere de un esfuerzo adicional (la naturaleza humana tiende prioritariamente a elegir el camino “más fácil” aún en los procesos de pensamiento) y dos, que éste suele inhibirse cuando la persona se encuentra en un estado emocional alterado (molesto, triste o feliz). El uso del sistema dos (autocontrol, el pensamiento deliberado) no resulta intrínsecamente placentero y las personas lo evitan en lo posible, tomando atajos denominados sesgos o heurísticas (procedimiento sencillo que nos ayuda a encontrar respuestas “adecuadas”, aunque a menudo imperfectas, a preguntas difíciles).
Ahora, entremos de lleno al tema central: ¿Cómo influyen estos sesgos en el ámbito político?
“Estudiosos de la vida política han observado que la heurística de la disponibilidad ayuda a explicar por qué algunos asuntos están muy presentes en la mente del público, mientras otros caen en el olvido. La gente tiende a evaluar la importancia relativa de ciertos asuntos según la facilidad con que son traídos a la memoria”, dice Kahneman. Lo relevante de esto radica en que los acontecimientos recientes y el contexto actual tienen el mismo peso al momento de evaluar otros factores mucho más relevantes. Considerando que la importancia que damos a ciertos asuntos es relativa, inconscientemente desdeñamos datos útiles (por desconocidos o poco familiares) contra otros por el simple hecho de estar “disponibles” de manera más inmediata; en este sentido, expresiones como “La Mafia del Poder, La corrupción es culpa del PRIAN, El pueblo es bueno y sus gobernantes malos, etc.” y otras más, llevan demasiado tiempo resonando por ahí como para no resultar identificables fácilmente. “Una manera segura de hacer que la gente crea falsedades es la repetición frecuente, porque la familiaridad no es fácilmente distinguible de la verdad. Las instituciones y líderes autoritarios siempre han tenido conocimiento de este hecho”, plantea el Nobel.
Lo anterior se ve magnificado por un elemento también perteneciente al sistema uno, automático e instantáneo: la asociación. La convergencia de palabras (Digamos PAN y corrupción) evoca recuerdos o ideas, mismos que provocan emociones y estas, a su vez, generan gestos y posturas que refuerzan lo anterior y en un par de segundos, tenemos un patrón de autorrefuerzo denominado: coherencia asociativa. Lo mismo pasa si ponemos juntas: fresa y dulce o hijo y cariñoso. La asociación de ambas crea un contexto y nuestra mente acepta su conjunción como representación de una realidad. Lo importante aquí no es que ambos términos puedan o no estar vinculados, lo relevante del estudio de Kahneman es que, de manera instantánea e inconsciente, ambas palabras ya generaron una realidad producto del pensamiento no deliberado.
“Por otro lado, los votantes intentan formarse una opinión de lo bueno o malo que sería un candidato en el desempeño de su cargo y recurren a la evaluación de los elementos más simples, de forma apresurada y automática, cuando es el sistema dos el que debe tomar la decisión”. A eso le denomina Kahneman, heurística del juicio: Saltamos a las conclusiones tomando como referencia los limitados elementos a mano, aún y cuando los demás resulten preponderantes, en un intento por ahorrarnos el esfuerzo adicional que implica el trabajo mental: “Si tal o cual candidato pertenece al PRI o al PAN, entonces debe ser malo” o “Si posee un alto grado de estudios o su labor es prioritariamente académica, entonces debe de estar alejado de las necesidades de la clase trabajadora”. Ninguna de las dos aseveraciones, dada la información otorgada, puede considerarse necesariamente cierta, pero la heurística del juicio y la coherencia asociativa ya simplificaron el trabajo y llegaron a una conclusión no deliberada.
Lo mismo funciona en sentido inverso. El candidato de Morena ha dicho, a modo de ejemplo, que “piensa acabar con la corrupción gubernamental” (¿Cómo? nadie sabe), “generar miles de empleos” (aún y cuando no ha mencionado jamás la intención de incentivar la inversión privada, al menos no en su atropellado Proyecto de Nación) o “construir nuevas refinerías” (¿de dónde obtendrá el monto que implican dichas obras? jamás lo ha dicho). El sistema 1 es crédulo, posee la tendencia “a creer” (lo esencial del mensaje es la historia que cuenta, aunque la cantidad de información sea escasa y la calidad pobre) llenando los huecos que faltan y llevándonos a conclusiones imperfectas.
Otro punto importante en la campaña de AMLO tiene que ver con el ánimo (espectro emocional) dada la pésima gestión de múltiples administraciones estatales y los incidentes en los que se ha visto inmiscuida la Federal. Eso obedece a algo muy particular: Cuando nos encontramos imbuidos por alguna emoción en particular (enojo, felicidad, etc.) el sistema 2, el encargado de refrenar y criticar las sugerencias del sistema 1 se relaja y las aprueba en lugar de examinarlas; Paul Slovic propuso aquello que se denomina heurística del afecto, en la cual el individuo deja que sus simpatías y antipatías determinen nuestras creencias del mundo. La búsqueda de información y de argumentos con un estado emocional alterado se limita generalmente a que dicha información sea compatible con la ya existente, no con la intención de examinarla o ponerla a prueba.
Hablando de manera general, gran parte de la ciudadanía se encuentra molesta sin duda alguna, por los escándalos y corruptelas de los gobiernos estatales (con los Duarte, con Padrés, Medina, Granier, etc.) así como aquellos que han involucrado a las administraciones federales, pero ¿es esta molestia suficiente para hacer caso omiso a todo lo demás? Ni Morena (Con Monreal, Napito, Nestora, Romo) ni Obrador (Con Bejarano, Ponce y demás etcéteras) estén exentos de prácticas iguales o peores, pero muchos desdeñan dicha información por no resultar “compatible” con aquella que ya tienen o porque el emisor (El PRI, El PAN, El Gobierno Federal, en cualquiera de sus niveles y órganos) les resulta aún más desagradable. Esta divergencia o sesgo del pensamiento intuitivo y automático se denomina El efecto Halo y refiere a la tendencia de que, partiendo de una primera impresión, TODO lo relacionado con alguien (o algo) nos resulta agradable o desagradable, a veces hasta el punto de que la información siguiente es en su mayor parte despreciada. El efecto Halo maximiza los atributos (buenos o malos) de algo o alguien y los intentos por modificar dicha impresión, sólo lograrán su cometido si se pone en marcha el sistema 2, a través del análisis racional.
La campaña obradorista ha resultado exitosa más allá de toda duda.
Ésta ejemplifica a la perfección cómo el discurso demagógico (atractivo siempre, tal y como los más recientes resultados electorales alrededor del mundo han dejado claro), se aleja del cuestionamiento de premisas lógicas (por complejo y desgastante) pero que dotado de enorme emoción (de coraje, molestia, hartazgo), hace uso de elementos presentes en la memoria colectiva y personal relacionados con la mala praxis de aquellos otros (heurística de la disponibilidad) al tiempo que se vale de una impresión de agrado/desagrado entre sus adeptos (heurística afectiva y el Efecto Halo). Para peor, acorde con la opinión de numerosos connacionales y tomando en cuenta cómo funciona la mente humana de manera natural, el sistema uno basta y sobra aún para decisiones mucho más complejas. Contra esto, ningún argumento lógico, al menos en el mismo nivel, puede competir.
La actuación de los últimos gobiernos federales ha sido predominantemente tibia o peor aún, errática en cuanto al tratamiento que le han brindado a Obrador, incapaces de entender y actuar en consecuencia, con respecto a lo antes descrito; hoy, tanto a Acción Nacional como al Revolucionario Institucional (sabedores que, como Sísifo, comienzan el trayecto cuesta arriba y con una enorme loza en sus respectivas espaldas) les restan poco más de 100 días para entender que el proceso electoral se verá influido más por impresiones, sensaciones e inclinaciones que por decisiones racionales. Poco más de 100 días para sobreponerse a 12 años de apelar a la irracionalidad. Poco más de 100 días para (finalmente) desenmascarar a Obrador y trabajar en el mismo nivel, en el autónomo y emocional o en su defecto, apelar a que sus argumentos, datos y proyectos logren encauzar al pensamiento deliberado de la mayoría de los mexicanos. Veremos.
Nos leemos en dos semanas.
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