Hace unos meses escribí sobre los lamentables sucesos acaecidos en París, Francia; con respecto a éstos opiné entonces que la radicalización y el extremismo no eran fenómenos importados, ajenos a las sociedades que aquejaban, sino que por el contrario obedecían a las condiciones mismas de vida en distintas partes del orbe que ahora se habían tornado globales.
El fenómeno del radicalismo no resulta novedoso como tampoco resulta exclusivo de grupos afines al ultra conservadurismo religioso o ideológico. En aquel momento argumenté que por el contrario, su auge obedecía a factores tales como la desinformación, la falta de oportunidades, de seguridad y de crecimiento económico, a vertientes individuales y colectivas de nuestra propia humanidad primigenia y que su combate efectivo debía recaer sobre estos elementos básicos más allá del identificar, rastrear y someter al proceso de justicia correspondiente a sus perpetradores, fueran éstos uno, dos, diez o cien, a sabiendas que en muchos de los casos, había miles detrás esperando actuar de la misma manera y con el mismo sentido.
Día con día, el mundo se ve inmerso en una mayor polarización de sus distintos sectores poblacionales, muchos de los cuales alimentan los sesgos de la desesperanza y la desesperación ante un día a día viciado, nocivo, esencialmente injusto e inequitativo, dado lo cual se veían seducidos por medidas extremas ante una situación de igual magnitud. Latinoamérica ha visto emerger en todo su funesto esplendor a grupos de dicha naturaleza como también lo ha hecho la Europa continental a través de los años. Los Estados Unidos de América, una de las democracias más funcionales y también una de las naciones multiculturales por definición, ha sido víctima de igual manera de rasgos conductuales extremos e irracionales.
La respuesta en ninguno de los casos está, argumentaba yo, en la erradicación de determinado culto o premisa ideológica per se, sino en los factores que permitían que semejantes distorsiones parecieran, para muchos, válidas, convenientes o naturales. La mayor amenaza radicaba pues, en el fanatismo: 1) El discurso del déspota con respecto al enemigo externo, de aquellos "otros" que actúan en detrimento del conjunto social que dice representar (partidos políticos, migrantes, grupos religiosos, sistemas económicos) mismos que se deben combatir con violencia, desde el fervor. 2) La retórica de la defensa a ultranza del nacionalismo/patriotismo, es decir, la necesidad de hacer frente a aquellos ajenos a "nosotros" (colectivización) que nos violentan y oprimen. 3) La demagogia detrás de las promesas inviables y las soluciones simplistas y llanamente erróneas, tan comunes entre los caudillos latinoamericanos. Bajo este orden de ideas y guardando distancia entre el trasfondo ideológico/político de uno y otro, el discurso de ISIS/DAESH en Medio Oriente y digamos, Nicolás Maduro del lado occidental resultaban semejantes en múltiples sentidos. Buenos y malos. Negro o blanco. Maniqueísmo en su máxima expresión.
No existen peores consejeros que la desesperanza y el miedo; ambos, todo proyecto, decisión, objetivo y dosis de racionalismo lo reducen a la respuesta visceral, a la reacción natural que emana de la emoción, al hastío o a la incapacidad de actuar/pensar con suficiencia. Si ambos convergen el resultado es catastrófico. Los problemas esenciales, mismos que debían atenderse de manera prioritaria, recaían entonces en aspectos tales como la ignorancia, la marginación, la manipulación y la alienación. El empleo de estos elementos, reales por demás, y la retórica que los acompaña ha sumido en los últimos años a socios comerciales de notoria relevancia en América Latina como Argentina y Venezuela en un periodo de carestía, de represión y de autoritarismo producto de gobiernos radicales de izquierda, notoriamente populistas, los cuales en este 2016 apenas comienzan a corregir, en mayor o menos medida, el rumbo tras un estrepitoso giro de timón. Brasil aún no lo logra. Los votantes norteamericanos están coqueteado en pleno proceso electoral con las propuestas de una derecha xenófoba, demagógica y extremista también, sustentada en el poco crecimiento económico de los últimos años, sumado al fenómeno migratorio y a la falta de empleo, quienes creen ver algo de luz entre tanta oscuridad. Pronto se darán cuenta de que no es así. "En todo combate ente el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse" acotaba en su momento Marguerite Yourcenar.
No existe frontera u operativo en América o en la Unión Europea que logre modificar o resarcir esta disonancia entre posturas y perspectivas; ello corresponde al ámbito económico/social, no al político/militar. He ahí el dilema que de no resolverse o al menos atenuarse seguirá haciéndonos testigos o, aún peor, víctimas de actos tales como los que lamentablemente presenciamos en días y meses anteriores. El radicalismo va a la alza y el hartazgo nos aguijonea sin tregua; sin embargo, cabe mencionar que un negra pesadilla nos aguarda si no sabemos acertar en el diagnóstico y confiamos erróneamente en las promesas vacuas y en las palabras que emanan del odio como repuesta a la compleja situación tanto regional como internacional.
Nos leemos en dos semanas.
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