Involución de nuestra economía

La economía por definición descansa en supuestos. Aun cuando la economía hace frecuentes pausas para examinar hechos pasados, elabora estadísticas y comparaciones, destaca cifras y logros numéricos para mostrar avances o retrocesos, el afán es siempre de...

14 de diciembre, 2020

La economía por definición descansa en supuestos. Aun cuando la economía hace frecuentes pausas para examinar hechos pasados, elabora estadísticas y comparaciones, destaca cifras y logros numéricos para mostrar avances o retrocesos, el afán es siempre de corrección, de reinterpretación de factores internos o externos que puedan alterar el rumbo de una economía. El dinamismo de la economía no se interrumpe en esta fase de revisión; el proceso es esa búsqueda interminable de perfeccionamiento de variables y bases presupuestales que encaminen la correcta distribución de los recursos.

La distribución de los recursos es el fin último del proceso económico. Para ello, la consecución de formación de riqueza ya está inmersa en el considerando del fin programado. Las premisas o principios de una economía son el fundamento y se convierten en fuentes alterables cuando las condiciones del entorno, externo sobre todo, cambian. Las alteraciones nunca son de esencia, son de circunstancias como cancelación de mercados o competencia. Los caminos de la especialización o las ventajas comparativas desde luego se vuelven fundamentales.

En las economías abiertas, que prácticamente envuelven el orbe, se aprecia con mayor claridad la presencia de componentes en el valor agregado, por tanto, se explica que la importación de tecnología como parte de un todo, resuelva para el país anfitrión, un valor adicional en la mano de obra si se exporta el producto terminado. Esto se traduce en un bien que lleva más intensidad de mano de obra que de capital y así se reflejará en la balanza comercial del país exportador. Lo contario ocurre cuando la intensidad de capital es superior a la mano de obra.

México reunía características como las apuntadas en el párrafo anterior desde la década de los ochenta, con la maquila, un antecedente importante que trascendió en un Tratado de Libre Comercio en 1994. Desde ese año, México ha sostenido una economía abierta al mundo y ha desarrollado ventajas de competencia y grados de especialización. Sería muy complejo establecer una diferencia clara entre bienes de exportación mexicanos con mayor intensidad de mano de obra o capital, pero los agregados de valor al producto reflejan una trayectoria positiva para todas las cadenas de producción.

La corriente de los beneficios señalados ha sido interrumpida en los dos años en los que ha intervenido una administración que se ha encargado de señalar a la empresa privada como recipiente de privilegios que deben, por ideología pragmática y obtusa, ser cancelados o sustituidos. En algún mensaje del presidente, se concedería privilegiar a los negocios públicos por los privados. Este pronunciamiento obstruye la concepción del término “negocios” en virtud de que el esquema de gobierno no contempla la utilidad o la especulación con recursos del erario para lucrar, en el entendido de que son propiedad de la nación, esto es, de todos los mexicanos.

En estricta teoría, el negocio no es prerrogativa de un gobierno, lo es de la iniciativa privada, porque significa enfrentar riesgo y competencia. Un gobierno no está diseñado para competir con particulares porque las fuentes de capitalización de uno y otros son  disímbolas y tienen orígenes diversos. Echar mano del gasto corriente es una falta a la ética gubernamental cuando se pretende una especulación, incierta por definición y persecución de lucro. El Estado mexicano ha estado en la ruta correcta para desaparecer la función monopólica al diversificar sus riesgos en exploración de aguas profundas y en la contratación de energías limpias y renovables.

La transición que gobierna de momento y por los siguientes cuatro años, reúne miras que contemplan un pasado que estaba siendo resuelto con alcances progresistas y lo ha frenado para acomodar preceptos obsoletos en la restitución monopólica y en la cerrazón a las participaciones de otras economías con amplia experiencia. Esta etapa de inicio detuvo la economía y la estancó hasta llegar a una recesión de facto. Vino la pandemia a acelerar el hundimiento de las cadenas productivas y la inacción del gobierno provocó quiebras y retiro permanente de empresas y negocios pequeños y medianos, principalmente.

La manera de contemplar la economía, el empleo y la recuperación de esta tercera transición de nuestra etapa democrática, ha sentado bases falsas en el ahorro inexistente, en la dádiva como principio de regeneración del consumo interno y finalmente en la imposición de obra innecesaria y monumental que consume gasto corriente sin posibilidades reales de recuperación, toda vez que son proyectos carentes de sustento en su tasa de retorno y valor actual. 

También, se ha desafiado la autonomía propia de entidades reguladoras, rompiendo el equilibrio del natural proceso de toma de decisiones trascendentes en la vida pública. La centralización ha vuelto a encaminar el rumbo de la nación y los yerros ya acumulan pérdidas irreparables en la invitación al capital necesario. Se sustituye el fracaso de gestión con variables que obedecen a circunstancias del exterior, como las remesas, los precios de combustibles, el tipo de cambio, la tasa reguladora del ahorro y la inflación, tareas en las que por fortuna este gobierno no interviene.

La economía mexicana se encuentra detenida desde el punto de vista del respaldo a planes de expansión de los agentes productivos, por los mensajes desde el poder y la centralización de actividades del sector público, sin excluir los mensajes antagónicos al capital y las encuestas que tanto daño han causado a la invitación a la inversión. Definitivamente no existe un modelo como tampoco un proyecto económico. La improvisación ha tendido redes inaceptables en la calificación del exterior y en los programas de expansión de la planta productiva.

Involución sugiere el título de este texto para significar el retroceso de una economía creciente, a la que se le trata con displicencia desde el poder, a la que se le trata de confundir con apelativos que ocultan la verdadera ruta del fracaso con bienestar, dando a las cifras reales un lugar secundario. Envolver la semántica de una función dinámica en un discurso cargado de simbología no resuelve la situación de una nación que alguna vez lograra conquistar un posicionamiento entre las más importantes del mundo.

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