G 20, sin México

Como cada semana, Manuel Torres Rivera nos comparte su análisis de los acontecimientos económicos más importantes.

15 de noviembre, 2022

La Cumbre del G 20 se celebra a partir de hoy, en medio de un clima de tensión, de ciertas rupturas entre Occidente y Rusia y China, ante la invasión de Moscú a Ucrania. Putin no está dispuesto a afrontar los embates que ya pasó ante el incidente de Crimea años atrás, por tanto no asiste. Pero Biden toma una delantera para allanar una situación de fricción con China. Rompe con el esquema planteado de Taiwán como territorio que reclama Xi Jing Pin como chino y rompe con la visita de Nancy Pelossi meses atrás, como acto de rebeldía norteamericano. Pero Xi no está en posición de tomar el lado de la confrontación bélica, porque finalmente el tema que impera hoy y siempre es el comercio.

Xi sabe que Occidente es su futuro y sabe de hegemonías de tiempo atrás; conoce a la perfección las cadenas de valor y las usa con acierto, domina valores agregados en el espectro Chino que enseña al mundo, en ese modelo capitalista a modo, pero capitalista al fin. La Rusia de Putin no le añade destinos de mercado; en un principio era el gas y los hidrocarburos, ahora pueden viajar de otros confines y Xi conoce esos confines porque en todos ha comprado y a todos ha exportado. China es potencia y no va a escatimar reservas en este siglo, después de la espera milenaria. 

Por otro lado, se presenta un G 20 bajo la presidencia de Indonesia y muestra su lado amable al convocar en un paraíso turístico, Bali, para suavizar el fiero entorno de una invasión en progreso y con presiones para fijar una agenda un tanto más cualitativa que cuantitativa, significando la energía como tema toral y dejando de lado las intervenciones de institutos centrales monetarios. El relleno es la situación alimentaria para no dejar el semblante de la sombra de Putin como ausencia impregnada de malos presagios.

En fin, hay G20 y lo hay con acuerdos de agenda norteamericana y china con previo aviso de avenencia porque se conformó fuera de programa; esto alivia las tensiones rusas y de su líder, pero no contempla la solución definitiva de Ucrania. Eso no. Y habrá que reunir otros elementos de cooperación para que no muera el intento vigente desde 1999 con las veinte economías industrializadas y emergentes, México incluido. Pero México no va. El presidente mexicano no asiste a foros internacionales. Sean de su talla o de su comprensión, simplemente no va. La explicación es muy sencilla: concibe un modelo cerrado a las perspectivas de apertura que invocan estos foros. Sabemos que impulsa monopolios y no cree en las economías abiertas, siendo México una de ellas.

La contradicción desde luego viene en la adopción forzada de preceptos signados en un Tratado de Libre Comercio con las potencias del norte. Hasta ahora se mantienen las formas. Todavía nos encontramos en ese compás de espera que dictan las controversias por violaciones a las normas del Tratado, pero es tiempo comprado y ya conocemos las argucias de este régimen populista y sus aplazamientos y compras de tiempo. Le quedan dos años y en dos años pueden existir sanciones trascendentes para la próxima administración. El control de la Casa Blanca ha sido patente y el resguardo de las formas se ha mantenido con la rigurosa difusión de avenencia. 

Pero eso es en el corto plazo y de eso no viven las naciones. Las naciones no acomodan situaciones de discurso como lo hace el modelo popular que vive y se nutre de la proclama del hoy sin importar mañana. El Costo de Oportunidad como la siguiente mejor alternativa lo borra la tozudez del presidente mexicano, que argumenta planes sin consecución ni orden, para capturar la fase emocional de los que están dispuestos a escucharlo. El Costo de Oportunidad se va en mercados y se queda el anquilosamiento de la carga de una deuda impagable y un tren de dispendio sin objetivo. Lo primero es dinámico, lo segundo es estático. 

Los planes como planes de negocio o de crecimiento sentarían bases de discusión, pero en esta transición en turno de gobierno no existen. No existe ninguna referencia al costo del capital, no existen planes de recuperación de ningún proyecto. Las empresas creadas por esta administración, han fracasado, todas sin excepción, desde bancos hasta gas. La mira interna ya sufre un desgaste generacional ante el derroche sin programa. Las empresas emblemáticas del Estado pierden sin mesura por la falta de dirección. El gasto se ha convertido en una calígine sin frontera. 

Dejemos el G 20 de lado, dejemos la ausencia del presidente mexicano al lado de su socio, Biden, donde debiera estar, dejemos el modelo que ya no tenemos como economía abierta, innegable y vigente, retomemos un tanto el sentido y orientación de una economía moderna en las posibilidades de inversión que no tenemos: el nearshoring, la estrategia que externaliza una empresa o cualquier agente productivo al transferir parte de su producción a terceros y estos, en otros países, completan el ciclo productivo. Esta práctica surge como respuesta al offshoring, que simplemente buscaba proveedores. 

Datos muy recientes del nearshoring no existen por el dinamismo de la actividad, pero en los años recientes, México recibía de proveedores de los Estados Unidos un 45 % y de Asia y otras plazas un 30 %. México dejó escapar una oportunidad única si se hubiera acercado a China antes de las fricciones norteamericanas. No lo hizo. No tenemos las capacidades de respuesta por la inacción del presidente y un equipo no apto para adelantar circunstancias globales. No existen especialistas en el gabinete del presidente y la nueva secretaria de economía carece de estudios y preparación para la arena internacional. 

Ante lo expuesto, México enfrenta un panorama preocupante porque no existe un paralelismo entre la concepción privada de inversión y crecimiento con el gobierno actual. El costo del capital ya supera el 10 % ante la tasa referida por el Banco de México. Entonces, se crea un vacío de inversión productiva sin infraestructura gubernamental. Las tasas de recuperación se alejan en tanto la inversión no pueda recuperar los costos mínimos de inversión y capitalización con un costo promedio elevado de financiamiento. Esto naturalmente reduce la captación de renta del Estado, porque el cuello de botella está en las utilidades que cubren costos inflados desde el exterior una gran parte y otra parte doméstica. Entonces, la producción sufre un estanco y se puede producir una recesión. 

La transición en turno de gobierno no busca oportunidades, busca una consolidación de algo que jamás ocurrirá. Así de simple. 

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