En otras épocas pasamos por un plan de choque; la situación era insostenible y Miguel de la Madrid leyó con oportunidad el mensaje interno en la espiral de precios y el externo en una posición de impotencia ante el desastre que castigaba desde la deuda hasta el crédito y una soberanía sustentada en una aparente impericia para detener lo inevitable: el colapso. No se dio, nunca se mencionó el choque frontal de variables de la gran economía, nunca se llamó lo que era, el choque, la detención de variables sin control; se acudió a un eufemismo cifrado en la razón, un pacto, un documento que trascendía un texto, un acuerdo que de inmediato suspendía prebendas, suspendía prerrogativas, suspendía diferencias, que las había.
El pacto acudió al nacionalismo que de cuando en cuando se evoca pero se evoca cuando existe liderazgo y lo había de sobra. Llegaron a la mesa todos los sectores que tenían la representatividad y la voz de una sociedad pasmada pero no dispersa, habría que notar y hacer diferencias de la percepción de nación de esos días y los actuales. No era otra nación, era la misma que en los días aciagos entregaba su representación al llamado a la cordura y la razón. Hoy no existe. Hoy lo que menos existe es la cordura y la razón. Hoy el llamado se pierde en ese laberinto de la descalificación y el ataque frontal a las formas, no las de una nación, esas son inamovibles, las que enarbolan la inacción y las de la intemperancia.
El presidente es omiso en su compromiso de gobierno; el discurso es en el caso del presidente en turno, un simple eco de su propia voz para reverberar en su propio entorno y por ende clama pero no ilustra. El espectro que crea, preferencias que provoca su discurso, que no llamado, porque el llamado es de un líder pone pero no resuelve, lanza iniciativas vacías para recibir la redención del rechazo que espera con ansia para revertir los conceptos de un llamado que nunca fue ni será. Entonces se instala el discurso una y otra vez, para reforzar preceptos que jamás constituirán política pública, pero permiten aplazar compromisos día tras día en esa infame compra de tiempo que hace el populismo como fórmula de aplazamiento de la vida pública que pregona transformada.
Vino una pandemia, vino un anillo a un dedo acusativo de prerrogativas y privilegios inexistentes, ignorando y apuntando a bases falsas de sustento acumulativo y facultativo, de bases que alguna vez imploraban dominio en esa imaginaria que crea imágenes distorsionadas de dos Méxicos que no existieron hasta que llegó la división y el encono, cimbrado desde un simple micrófono y sin mayor mérito que urnas repletas de hartazgo. Así ha sido este tránsito confrontador y perverso. Esta transición se sintió exenta de culpa; el mundo lo era, el contagio lo era y los fracasos en toda materia económica eran esperados. Se transitaba al paso siguiente: la descomposición inevitable, el anillo al dedo flamígero y pútrido.
En ese contexto, se transitó en la opacidad y en el resguardo de la inacción permitida por una pandemia global. Fue ese tránsito el permiso para desbaratar instituciones y el conducto para desvirtuar el cauce natural de lo privado, no en el sentido de captura, en el verdadero sentido de propiedad y legítimo reclamo de la conducción de la inversión y el capital. Pero la transición pensó que era la oportunidad para demostrar que la retención de lo nuestro vendría en el disfraz de la impotencia exterior para desechar todo lo imaginable en materia de posesión y acumulación. Entonces vino la oportunidad de demostrar que el mundo estaba hecho de extensiones y no de nacionalismos y el nuestro era lo segundo, motivo por el cual no redituaba salvar la causa de empresas cuando el Estado enfrentaba un dilema de salud pública.
Y llegó el abandono anunciado desde la inauguración de esta transición: los negocios públicos por encima de los privados, declaraba un presidente fortalecido en el hartazgo generacional. Los primeros, después de casi cuatro años no existen y los que existían son un fracaso; los segundos pagaron el precio de la interpretación del momento para dejarlos en total abandono. Cuando un gobierno voltea a otro lado, la asistencia a la producción inevitablemente colapsa. Sucede de muchas maneras, pero la más elemental es alejar las condiciones de crédito y asistencia a las bases del sustento más elemental de las cadenas productivas: el abasto.
El resultado del abandono reúne menos de una línea escrita: un millón de empresas quebraron. Entonces, vienen las condiciones de un nuevo orden, sin pandemia. El mundo se preparó para ello, México no. Y ahora, con una inflación que provocó uno de tantos descuidos de política pública, iniciando por un abandono de programas productivos en el sector agropecuario, entre tantos otros, se infla la canasta básica como nunca había sucedido en dos décadas. Una parte se importa y la más grave es doméstica. Como en toda circunstancia crítica, este gobierno no sabe qué hacer.
Entonces surge la voz del populismo trasnochado para evocar fórmulas de hace más de cuatro décadas. No un plan de choque porque las variables de la economía no se encuentran desbocadas. Se quiere aislar el panorama para enfrentar una treintena de productos que laceran la economía familiar y en ese esfuerzo detener o controlar sus precios. No por ser perecederos pueden ser demeritados por no estar sujetos a producción industrial, pero se olvidan los componentes de costos y valores agregados que van desde la recolección, mano de obra, empaque, traslado, logística de frescura y tantos considerandos.
Ignorar los pasos esenciales de la cadena productiva es equivalente al mismo vicio de voltear a otro lado, como sucedió en la pandemia. Este gobierno no entiende que el problema no son los precios, el problema radica en el descuido de la oferta y el descuido de la oferta es el mismo abandono que tanto comentamos, el de la producción. Si se desincentiva la demanda el remedio es temporal y eso ya lo hace el Banco de México al elevar la tasa de referencia, pero la fórmula es ampliar la capacidad productiva. Para ello, tendrían que reducirse o cancelarse programas clientelares y obras improductivas. Esta transición no lo va a hacer, de modo que seguiremos en la confrontación con productores y prácticas retrógradas en las que cree esta transición en turno.
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