Adam Smith en La riqueza de las naciones dijo que “cuando cada individuo prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, solo piensa en su ganancia propia; pero en este como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones”; es decir, cuando el agente económico invierte productivamente, pone en acto intereses incluyentes que benefician a todos los participantes en el proceso de producción donde, al mismo tiempo, la Mano Invisible del mercado muta en otra Visible del empresario. El Parlamento Invisible registra un proceso similar de evolución de las necesidades invisibles en los datos cuantitativos habituales, hacia la visibilidad de lo que quieren y sienten realmente los individuos, sus grupos, y sus clases sociales.
Los puntales de la Incertidumbre XXI, la crisis sanitaria y la invasión rusa a Ucrania, han conmocionado a las emociones y los sentimientos de los individuos con sucesos como la precariedad de la salud pública, la vulnerabilidad de los aprovisionamientos estratégicos (vacunas y equipos), la importancia de los trabajadores otrora considerados prescindibles, la transformación de las alternativas (ocio/trabajo) y (en la empresa/a domicilio) la amenaza de catástrofes ecológicas, y el retorno militarizado del Mundo de los Imperios del Siglo XIX. Frente a estos desafíos emocionales, la convocatoria al Parlamento de la clase política entró en obsolescencia, mientras que emergió el llamado al Parlamento Invisible (Pierre Rosanvallon) de la ciudadanía.
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Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones y la inteligencia artificial, hacen muy accesible tomar los Tests de la Vida (Ibídem) a los afectados. Estas tecnologías recientes permiten instrumentar tal navegación en mar calma, aun dentro de las procelosas oleadas de las redes sociales, a fin de aclarar lo dicho entre dientes por parte de los ciudadanos. En tal foro, se pregunta: ¿a qué se debe el malestar de los ciudadanos de su economía competitiva, o no competitiva; según sea el caso? Algunos responderán que el neoliberalismo trajo progresos económicos más aparentes que efectivos, y otros dirán que el malestar es solamente circunstancial y focalizado; aunque la mayoría coincidirá en que hay que rastrear los efectos colaterales del reparto del ingreso antes y después de impuestos.
Si bien las encuestas sobre una vida mejor o el desarrollo humano no lo muestran, el malestar de la ciudadanía en la Incertidumbre XXI, se debió a la desigualdad económica y la segregación social, a la desconfianza de las élites tradicionales, a la crisis de representatividad de los partidos políticos, y a la falta de compromiso con el bien común de los líderes del mercado o del Estado. Si de acuerdo a la vida mejor o al desarrollo humano parecen ser individuos felices hay que, como mínimo, adjetivar a esta felicidad con los matices de la Incertidumbre XXI, para que la economía ayude a buscar este bienestar aunque dure solamente un instante y no nos prometa ningún edén después de la muerte.
Si en las respuestas a las encuestas verbalizaron que el trabajo duro es la forma de alcanzar una vida mejor aquí en la Tierra, muchos cambiarán de opinión después de enterarse del malestar que producen los bullshit job, porque reconocerán que sus ocupaciones personalizan empleos inútiles, absurdos, o nefastos para la convivencialidad.
Buena parte de las tareas que realizan representan ocupaciones carentes de sentido, innecesarias o perniciosas, con respecto a las cuales el propio trabajador no es capaz de justificar su existencia porque, condicionado por las circunstancias, se siente obligados a fingir que no es así.
Aunque numerosos padres de familia compraron marcas educativas para sus hijos, ¿cuántos no tuvieron un mal sabor de boca al sufragar los ingentes costos de los créditos correspondientes?; al mismo tiempo, ¿cuántos de los que enviaron a sus hijos a la educación pública no resintieron la falsa promesa de movilidad social mediante la educación?, y los que los inscribieron en la educación privada ¿verificaron realmente a la meritocracia o comprobaron la durabilidad del compadrazgo y el nepotismo en la iniciativa del mismo género?
Si bien la salud pública tuvo amplia cobertura en los países avanzados, ¿cuántos no fueron defraudados por el consumo conspicuo de la misma; o cuántos no tuvieron que malvender a la platería familiar para pagar una cirugía privada?
Pese a que hubo financiamientos baratos para comprar una casa, ¿cuántos no sufrieron la falta de seguridad pública, de parques y espacios de entretenimiento, de calles seguras para pasear a cualquier hora? No obstante que la cultura libérrima de la economía de mercado propendió el consumismo auto satisfactor, ¿cuántos no lamentaron la ausencia de centros comunitarios o culturales que acerquen a los unos con los otros?
Sin ninguna heroicidad, el malestar es el sentimiento de la marginación, del desprecio, de ser librado a su propia suerte, de una existencia encogida, y de vivir en un ambiente profundamente injusto.
Los chalecos amarillos en Francia o el estallido social de 2019 en Chile, mostraron a los respectivos malestares federados por las emociones y los sentimientos, bajo la jerarquización de nuevas formas de representación. La motivación esencial no derivó linealmente de los datos económicos o sociales de las estadísticas, sino de varios afluentes del estilo de vida impuesto por sendas secuencias históricas. Las viejas formas de representación en los dos malestares mencionados: portavoces, negociadores, líderes asambleístas; fueron rechazados porque los manifestantes sintieron que estos delegados eran innecesarios ya que cada uno podía ser el portavoz de sí mismo. El resultado no fue la democracia directa que puede pretender el Parlamento de lo Invisible, sino una expresión multidimensional de la policromía social comunicada en las redes sociales; por lo cual las personas devinieron mucho más sensibles a las innumerables teorías del complot y a las no menos influyentes noticias falsas y opiniones rocambolescas. Cuando la policromía social ingrese al Parlamento Invisible, nada garantiza que se depurarán los complotismos, las fake news y las narrativas inverosímiles de la churrigueresca opinión pública.
Fueron muchos recursos los que indemnizaron a los Chalecos Amarillos franceses o chilenos pero, no fueron suficientes para transformar el malestar en bienestar; porque la felicidad no es una prenda lista para llevar, por el contrario y tal como lo demuestran las estadísticas de Easterlin en adelante, hay que confrontar a los niveles de ingresos con la emoción y el sentimiento de la satisfacción individual para explicar por qué los ricos también lloran.
El Parlamento Invisible no es el parlamento de las apariencias, sino el de las emociones y los sentimientos impactados por la Incertidumbre XXI, por lo que nos instruye sobre las nuevas pautas de la política social dirigida a nosotros y a nuestra descendencia.
Durante el futuro que ya está aquí, y para que el Parlamento Invisible mute en Visible, nos queda la palabra.
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