El panorama de políticas públicas de los dos últimos años es francamente desolador para el país y si de política económica hablamos, el desaliento interviene en la función del capital y la inversión. No resulta novedoso el esquema que hemos presenciado en el rechazo a la participación privada en las tareas en las que realmente se destacaría su función primordial, por historia y reconocimiento. No resulta novedoso el lenguaje y las señales de esta tercera transición de nuestra etapa democrática en la escalada creciente de adjetivos que tienen como destino denostar el sino empresarial y su mediación en las cadenas productivas.
La simple interpretación de la creación de utilidades ha provocado ataque constante para desviar la función productiva en la permanencia de mercados conquistados con el denuedo que acompaña la calidad y la excelencia en materia de producción, para colocar una ideología caduca en la interpretación del rédito. La caducidad referida radica en el desmantelamiento de doctrinas que alguna vez cautivaron fuerzas laborales en un intento por controlar procesos productivos, por acaparar bienes primarios y por eliminar el talento creativo y guía de la captura y estrategia de participación activa en mercados.
Décadas atrás, el modelo simplista de la captura laboral de medios productivos saturaba los supuestos mercados internos para imponer la doctrina de auto abasto, en esa prédica irreal e imaginada como principio de no dependencia. Quedó demostrado que los agregados de valor no correspondían al esfuerzo auto alimentario de la propuesta marxista. Quedó demostrado que la igualdad nunca sería alcanzada por una sencilla razón: el modelo productivo no crecía, no tenía expansión; el concepto rechazado de primera instancia era el capital y una vez extinto en su función de arranque, el modelo se vio invadido por la obsolescencia. Nunca hubo reposición de equipo y planta. Desechado el concepto de utilidad, no existió la reinversión de utilidades para reforzar este concepto.
Quedó demostrado que el único camino para que una economía crezca requiere la presencia del capital. El ciclo de creación de utilidades es un fenómeno que ingresa en la actividad económica como un componente indispensable en la distribución de satisfactores, pero obedece a reglas que interpretan una oferta y regulan una demanda mediante un proceso de competencia en precios y factores naturales de calidad. El mundo asimiló esta enseñanza y los pocos países que la rechazaron condenaron a su población al rezago y a la marginación. Eliminaron el libre albedrío para imponer una interpretación colectiva de necesidades y aspiraciones.
La comuna se desterraba del léxico de una modernidad que acomodaba privilegios individuales por encima de los colectivos y relegaba a la función gubernamental las tareas más elementales y naturales en su cobertura: salud, educación y otras tareas jamás contestadas para ser recibidas en lo individual y en lo colectivo. Nacía simplemente la dilución de gobierno, sin rectoría y la admisión del talento y libertad creativa. Surgió la legislación que interpretaba los tiempos y renunciaba a la imposición y el dogma totalitario, para actuar en la apertura que invitaba a borrar fronteras y división arancelaria. Nacía la era de las especializaciones.
Con la especialización surgían las ventajas comparativas. El mundo abría sus puertas a la globalidad que enmarcaba mercados como principio inalterable de participación en la paz. Las autosuficiencias quedaban en el atraso ideológico, quedaban sepultadas en el pensamiento antagónico del rescate de valores que cerraba no solamente su frontera, cerraba su pensamiento progresista. Los valores quedaron intactos en las naciones, el rescate quedó en la ideología de una minoría como imaginaria de exaltación del ánimo patriótico más que como fórmula de cambio obligado por las circunstancias y la modernidad.
Todo este enunciado México lo tenía y lo seguía. Desde luego no se irá por el simple capricho y obstinación de un solo hombre. El pensamiento expuesto es guía y sentimiento del enclave del producto de toda una nación inmersa en una globalidad presente e irrenunciable. Se destaca por el tiempo que vivimos, se destaca por el acecho temporal de las formas de contemplar la pujanza de toda una nación. El presidente tiene miras de verdadero atraso y las fuerzas de la razón ya doblegan su intemperancia y su afán de descomposición del camino recorrido y logrado. Lo doblega también la legalidad y el fondo de la materia jurídica que une el mundo del progreso a los tratados y acuerdos signados por una trayectoria y legado de pensamientos superiores al presente.
Uno a uno han caído los preceptos que han sostenido una popularidad y una administración sembrada en conceptos anacrónicos que iniciaron con eufemismos distractores de cambio, con simples alteraciones de principio de cobertura para centrar disposición presupuestal. Y más allá de la inoperancia programática ya establecida y probada, se instalaron un dispendio sin mesura y una grosera acumulación de deuda pública sin destino productivo. Eso ha sido del ejercicio de esta supuesta transformación. Los tiempos desde luego reclaman un cambio, un cambio sin precedente; no puede llamarse rescate a las formas que han imperado en la cordura y la civilidad que suman años, pero sí puede llamarse destierro a la práctica insulsa que padece el país.
El gobierno que padecemos es insulso, es inoperante y costoso, carece de rumbo y no obedece a ningún principio de la congruencia y de la ética. El destierro de sus preceptos anacrónicos ya toma rumbo en un electorado tomado por la sorpresa y la cimbra de la esperanza, tomado por la captura del momento que revoca la subsistencia del desperdicio que se hubiera jurado eterno. El desperdicio fue cobrando forma hasta secar las arcas de una nación próspera y creciendo, con la admisión de lo perfectible de cualquier modelo humano, pero creciendo.
En economía siempre existe una salida, siempre una situación alterna; se llama Costo de Oportunidad y es siempre la siguiente mejor alternativa. México la tiene en este momento. México la hará valer y recomponer su andar…sin duda.
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